Siglos de oscuridad en campos, pueblos y ciudades y el placer de poseer luz artificial durante la noche en los dos últimos siglos, ha producido en la humanidad una infantilización en el uso de la luz durante la noche: se ha pasado la barrera de lo útil y actualmente estamos en el terreno de las ilusiones y los miedos infantiles. Estamos utilizando la luz en Navidad y en el resto del año basándonos en dos emociones ligadas a etapas infantiles: el miedo a “los fantasmas” y la ilusión de que nunca haya oculto nada amenazador.
El hecho de que hace veinte siglos la humanidad sintiera temor a la oscuridad era muy razonable, dado que en numerosas ocasiones las especies salvajes y los fenómenos naturales ocasionaban peligros que con frecuencia eran decisivos para la supervivencia. Pero hace ya muchas décadas que estos peligros han desaparecido en la mayor parte de los territorios ocupados por los humanos.
Sin embargo el nivel de luminosidad de las ciudades del mundo (entre ellas las ciudades españolas) es exageradamente alto para lograr el objetivo de dar seguridad y visibilidad al viandante nocturno: es tan exagerado el nivel lumínico de nuestras ciudades que hemos ocultado la visión del firmamento y no aprovechamos para nada la luz proveniente de la luna y de las estrellas. Es más, para la mayoría de los ciudadanos se ha vuelto imposible vivir en la oscuridad propia de la noche.
Este fenómeno de la contaminación lumínica, antieconómico e insano, está dañando cada vez más el necesario sueño nocturno de humanos y especies que viven en nuestro entorno. A los humanos nos está dificultando el descanso nocturno con la alteración de los niveles de la hormona melatonina necesarios para no padecer insomnio. A las numerosas aves que habitan y pernoctan en nuestras ciudades los perjuicios de la luz artificial excesiva son mayores: la excesiva intensidad y duración de luz artificial repercute negativamente en todas sus funciones: en el descanso, en la comunicación, en la reproducción, en el comportamiento, en la depredación. De tal manera que, en la actualidad, la especie humana que habita las ciudades, se ha desentendido de todo cuidado de la vida de las aves y pájaros y ha dado un paso más: con su abuso de luz nocturna, los humanos están poniendo muy difícil la vida de estas especies en la tierra. En las últimas décadas han desaparecido alrededor de dos mil especies de aves.
Hace unos pocos años, en un pueblecito costero del norte, donde disfrutaba de una casa al lado del mar, tuvo el Ayuntamiento la buena idea de cambiar todo el sistema de alumbrado del pueblo, por resultar ineficaz y poco útil para resaltar la belleza de sus calles y plazas; puso un alumbrado de menor intensidad, pero de luminosidad más apacible, que efectivamente embellecía enormemente la arquitectura del pueblo.
Pues bien, la mayoría de los habitantes empezaron a quejarse de la “poca luz” que, según ellos, daba el nuevo alumbrado. Hasta que algunos periódicos y revistas locales no empezaron a alabar el cambio, desde el punto de vista estético y práctico, los vecinos no habían entendido dónde estaba lo positivo de ese cambio lumínico. Los prejuicios y la falta de información de las ventajas de ese tipo de alumbrado impidieron ver a la mayoría lo útil de la decisión del ayuntamiento. Solo después de una campaña informativa ( y formativa) la mayoría de la población comenzó a valorar una iluminación menos agresiva y más acorde con la belleza de ese pueblo pesquero.
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