Entiendo que hay una frontera entre la adolescencia y la juventud. Siento que es de papel cuadriculado, con agujeros a los lados y los márgenes marcados. La frontera es la hoja de archivador que dejo de reserva por si acaso la necesito yo u otra persona. Aquella hoja que no tendrá un uso más allá que el de evitar una ausencia, ocupar un lugar. Y separar unas etapas vitales.
Cuando empecé el instituto, abandoné los anillados cuadernos que se atascaban en todos los sitios como cremalleras o bolsillos. Fueron sustituidos por estas hojas individuales, endebles y azuladas, únicamente entendibles en su contexto de plástico. En su corazón de plástico, rompiéndose por los extremos y escapándose cuando este estaba demasiado lleno. Sin embargo, me adapté a su versatilidad como el que busca comprender a una persona. Al llegar a la universidad, todo fue exactamente igual. El mismo archivador verde, las mismas hojas, la misma ciudad, el mismo sentimiento. Y una inestimable certeza de que mis letras “r” eran menos solventes que antes. Raquíticas, renqueantes y raídas. Vi el problema en la voz rápida y en la punta del bolígrafo hasta que descubrí que quizás debía abandonar las hojas y empezar a pensar en que ya no estaba para estar descifrando enigmas ni jeroglíficos. Quizás nunca lo había estado, pero fingía que sí. Entendí que muchas veces la vida se trata de fingir, aunque aparentar es una palabra más correcta. Aparenté que seguía teniendo los mismos dieciocho años con los que hice la EBAU porque las hojas y los bolígrafos que usaba eran exactamente iguales. Que guardaba la misma claridad para solventar todos los asuntos dispares y alejados de mi rutinaria travesía a clase. También entendí que extrañaba más una tranquilidad nunca vivida antes que un desenfreno partido. Y que las palabras significaban más nacidas de ciertas voces que por sí solas. Si había una frontera de papel, esta se había agujereado por la humedad. Pero sin claridad, sin solvencia, sin continuidad, únicamente con apariencias. He dejado los papeles por una idea de edad voluntariamente atribuida y engañosamente otorgada. Nunca tuve los mismos años para las mismas personas.
Ahora las pocas hojas cuadriculadas que me han quedado están perdidas en una misma funda chirriante, también de plástico. Y todo está desordenado en mi ordenador. Solo encuentro una certeza: las cosas no son iguales, aunque lo parezcan.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.