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Una nota de gratitud
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Una nota de gratitud

Actualizado 02/12/2023 11:33
Juan Ángel Torres Rechy

La estética del devenir se desborda en una plenitud contenida dentro de los límites del infinito.

En la historia de la literatura —que en parte se puede equiparar a la del ser humano—, se ha aludido al tiempo perdido, o al tiempo mal aprovechado, que luego cuesta trabajo recuperar. No sé si un San Agustín o un Proust han hablado de esto. El tiempo, como si consistiera en una sustancia similar al barro, mediante el recurso de la ciencia y el arte se ha moldeado de formas en extremo distintas y caprichosas. A la manera de un hábil artesano, con el instrumento de la ciencia y el arte referidos la mujer y el hombre han labrado la figura del tiempo. Y así como a estos niveles existen diseños ingeniosos y casi perfectos, en otro orden de cosas, en el mundo cotidiano, a ras de suelo, la gente a veces se reprocha haber malgastado el tiempo.

No sé si la memoria me traiciona, o si el café de la mañana está demasiado bueno y me hace aventarme demasiado lejos en la ensoñación del presente. El caso es que escribiendo esto el recuerdo de Jorge Luis Borges me llega directo a la frente con su piedra dura. Me lastima. Encuentro impresa en el alma la estampa del autor argentino y su presencia viva me causa un bienestar aterrador. Las sentencias de sus frases fueron escritas para grabarse en el mármol del templo de Cartago al lado de las inscripciones de Príamo, Aquiles, Héctor y Virgilio. Borges, me parece, habló de un laberinto no en el espacio, como los del Codex Seraphinianus o los de Parma, sino de un laberinto en el tiempo. Las tramas infinitas de los sucesos de algún modo ordenado o caótico se entretejen en un concierto homogéneo y reposado del pretérito, el ahora y el por venir.

El tiempo y el espacio, a través del lenguaje, se pueden manipular de lo divino. Como la relación entre las palabras y las cosas, excepto en los primeros tiempos de Adán y Eva cuando nada era todavía al azar, como esta relación entre las palabras y las cosas carece de un vínculo verdadero e inmutable, nosotros podemos hacer con las palabras cualquier cosa que queramos con las cosas. Nos enfrentamos a un mundo virgen donde aún podemos diseñar a nuestro gusto la experiencia cotidiana del entorno. En esta ocasión, entonces, labramos la columna con base en los cimientos susodichos.

Dos de mis estudiantes juntos en la clase del segundo año suman con su edad la mía. Eso lo mencioné el jueves. Señalé con la palma de la mano a Susana e Irene y referí el caso de las edades. Yo a su edad me iba atrás de los salones de la uni a fumar un cigarro con una taza de café y el libro La vida nueva de Dante Alighieri. Me llevaba a Goethe a algún jardín retirado para memorizar en vano frases elegidas al azar. Espiaba a los bibliófilos en las librerías para descubrir sus gustos. Grababa en el autobús las conversaciones de los pasajeros y las ponía en limpio en un cuaderno donde confundía las versiones reales con fragmentos interpolados. Yo veo hoy a mis estudiantes y me llena de un sentimiento honesto y decente imaginarme cuántas aficiones selectas y curiosas no tendrán.

Entre todas y todos ellos, quisiera en este caso mencionar no a Elena, ni a Alicia, ni a Leticia, ni a Teresa, ni a Nieve, ni a Raquel, ni a Paloma, ni a Gravia, ni a María, ni a Violeta, ni a Olivia, ni a Luna, ni a Daniel, ni a Luis, ni a David, ni a Pablo, ni a Lionel, ni a Eduardo, ni a nadie más de las personas que siempre reaccionan a mis momentos de WeChat en el segundo curso; quisiera, en cambio, cincelar en la superficie digital de la página el nombre de Adelina. Es por ella por quien redacto estas palabras desde el inicio hasta aquí. Este escrito dedica un homenaje a su amistad y a la de sus compañeras y compañeros responsables de la edición de las publicaciones electrónicas de las actividades del Departamento de Español, de Nanjing Tech University, de su clase. A la par del cumplimiento regular y excelente de sus deberes académicos, roba tiempo de donde no existe para diseñar al estilo de un Franco Maria Ricci del Oriente unas obras de arte devotas del idioma español. En otro momento, claro está, nos encargaremos de enlistar aquí todos y cada uno de los enlaces a sus publicaciones. Por ahora, con ocasión de una convivencia sana y entretenida, gestionada al amparo de un lago hermoso de Nanjing, nos concedemos la licencia de apuntar la liga del evento: https://mp.weixin.qq.com/s/Hr7Vn4kLgyJ15pALhD8e6g.

La vida en un país distinto cambia la manera de percibir las cosas. Los usos y costumbres nuevos se vuelven piezas para ser contempladas y admiradas en el camino diario del quehacer profesional y personal. Si uno se encontraba dentro de esos usos y costumbres en el país de origen, en el país nuevo uno orbita en torno a ellos, sin conseguir insertarse de lleno, al menos al inicio. La frescura y la gracia de la novedad le confiere a los objetos una distinción señalada. La estética del devenir se desborda en una plenitud contenida dentro de los límites del infinito.

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