"La más genial bailaora de todos los tiempos tenía una manera de bailar ejemplar y totalmente inedita. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace otra Carmen Amaya".
Aunque sea en fechas señaladas, cumplirse años en su desaparición, etc., no deberíamos olvidar en este País, a personajes ilustres de cualquier especialidad ya sea arte, escritor, pintor, periodista, medico, arquitecto investigador etc.… Nos cuesta mucho – ya lo sé- ensalzar el reconocimiento, mantener un sincero recuerdo de aquellos ilustres, que pasearon el nombre de España por el mundo. Este es el caso de esta mujer de la que hoy al cumplirse sesenta años de su fallecimiento.
Con permiso de Rocío Jurado, “la más grande” bien podría ser la bailaora Carmen Amaya, exiliada a América donde fue la reina del baile flamenco. Su persona risueña, generosa y sencilla, se convertía en puro fuego sobre el escenario. Si existe en todo el planeta una bailaora universal, esa es Carmen Amaya. La reina del flamenco nació en Barcelona en 1918 (no en 1913, que casi siempre se menciona) y falleció en Bagur (Gerona) un 19 de noviembre de 1963. Aquella niña que nació en una manta debajo de una carreta en el poblado chabolista barcelonés de Somorrostro, cambió el baile flamenco para siempre. Nadie antes había bailado como ella, y nadie ha vuelto a hacerlo.
Chiquita y esmirriada, tal como ocurría con otro “esmirriado” de arte Juan Belmonte. Carmen Amaya llegó al mundo en un poblado gitano de Barcelona. Era la segunda de los once hijos que tuvieron Micaela Amaya y José Amaya “El Chino”. De los once, solo vivieron seis, y la menuda Carmen pronto se iba a convertir en el motor económico de la familia. Su madre era bailaora, su padre guitarrista y también era sobrina de Juana Amaya la Faraona.
Cuando tenía tan sólo unos 4 años, una pequeña y delgada Carmen empezó a salir con su padre. El hombre tocaba la guitarra mientras la pequeña cantaba y bailaba. Después, los dos se dedicaban a pasar la mano o a recoger las monedas que el público le había arrojado al suelo.
«La Capitana” –nombre con el que la habían bautizado en los ambientes flamencos de la ciudad– estaba ya en boca de todos, pero no sería hasta la Exposición Internacional de 1929 cuando su nombre aparecería por primera vez en letra impresa. Era una estrella en ciernes. Con su tía, «La Faraona», y la prima de su madre, María, «La Pescatera», fue a París para actuar en un espectáculo dirigido por una popular cantante llamada Raquel Meller. Carmen ya ganaba suficiente dinero para ayudar a mantener a la familia, y pronto se instalaron en su primera casa. El padre de Carmen lo construyó con adobe (ladrillos de barro). Solo había una habitación grande, dividida en una cocina y un dormitorio.
Agustín Castellón, «Sabicas», el famoso guitarrista, describió la primera vez que vio bailar a Carmen: «Me pareció algo sobrenatural. Lo indescriptible. Alma pura. El sentimiento hecho carne. Era la antiescuela, la antiacademia. Todo cuanto sabía ya debía saberlo al nacer”. Nunca vi a nadie bailar como ella. ¡No sé cómo lo hizo, simplemente no lo sé!» Carmen tenía unos diez años. Sabicas sería, años después, su pareja durante unos 9 años (aunque muy discretamente llevado).
También actuó en el Teatro de la Zarzuela con Concha Piquer y Miguel de Molina. Por primera vez, en Sevilla el 11 de diciembre de 1935, No solo bailaba. Carmen Amaya tuvo una importante faceta cinematográfica y su debut fue en ese mismo año, participando en la película “La hija de Juan Simón”. Un años más tarde, Carmen compartía escenas con Pastora Imperio en “María de la O”. En este film, también canta. Tenía la voz ronca y oscura, típica del cante de raíces gitanas. Una buena muestra de su forma de su talento puede verse en «La reina del embrujo gitano». También en varios discos pizarra entre 1948-1950, que recogen una buena muestra de sus dotes con dos guitarristas de su estirpe, Paco y José Amaya, entre otros.
Cuando estalló la Guerra Civil española en 1936, Carmen y los suyos se encontraban en el Teatro Zorrilla de Valladolid, trabajando en la compañía de Carcellé, el empresario que la hizo debutar en Madrid. Por esos momentos, las cosas ya les iban bien económicamente y habían comprado su primer coche. Tenían que ir a Lisboa para cumplir un contrato, pero el coche les fue requisado y hasta noviembre no pudieron pasar a Portugal. Tras un viaje en barco durante 15 día, llegaron a Buenos Aires.
Recorrió todos los países de Hispanoamérica y de estos años datan las películas grabadas junto a Miguel de Molina y la incorporación de varios miembros de su familia a la compañía.
Aunque Carmen ganaba mucho dinero, comenzó a sentirse insegura por su falta de cultura. La profesión de bailarina durante sus años de infancia le había dejado poco tiempo para la educación formal. Durante el año siguiente, aprendió inglés rápidamente y practicó su escritura. Trató de «pulirse» y desarrollar otras habilidades además de la danza. Pero, prácticamente todos sus biógrafos coinciden en que no sabía ni leer ni escribir (y que no firmaba realmente sus autógrafos).
Los constantes viajes y la estrechez de la convivencia hicieron mella en la relación entre Carmen y Sabicas. Aunque la bailaora se moría de ganas de casarse, él nunca se lo pidió. Su relación había terminado y Carmen estaba desconsolada. La empresa continuó hacia Buenos Aires, donde se establecieron durante los dos años siguientes. Allí Carmen sufrió otro golpe devastador. Su padre, El Chino, murió de cáncer de garganta.
Cuentan que Roosevelt regaló a Carmen Amaya una chaquetilla flamenca de oro y brillantes. La genial artista, tijera en mano, la repartió a trozos entre su gente. Porque así era ella: a pesar de que Carmen era la estrella, se llevaba lo mismo que el resto de la compañía. Carmen Amaya actuaba con el traje masculino de pantalones ajustados, camisa y chaqueta corta, y utilizó el rápido juego de pies que generalmente solo hacían los hombres. Aunque no fue la primera mujer en hacerlo, fue la más memorable. Todo esto fue hecho por una mujer que medía 1,5 m de altura y que solo pesaba alrededor de 40 kilos.
Hasta 1947 no volvió a España, y lo hizo convertida ya en una estrella indiscutible a nivel mundial. Sus años en América le habían servido para asentar su arte y para que su fama creciera imparable. En 1951, se casó con el guitarrista Juan Antonio Agüero, miembro de su compañía, un hombre perteneciente a una distinguida familia de Santander que no era gitano. Vivieron una auténtica historia de amor, con una boda íntima.
La enfermedad. Carmen Amaya sufría una especie de insuficiencia renal que le impedía eliminar debidamente las toxinas que su cuerpo acumulaba. Y los médicos no pudieron encontrar ninguna solución a su problema salvo bailar y sudar. “Elimina todo el veneno bailando. Pero si deja de bailar, le da un ataque al corazón. Y quiero que muera bailando”, afirmó Agüero a un periodista.
Estaba bailando uno de sus números, cuando de pronto le dijo a Batista: «Andrés, terminamos». Se dice que Carmen dijo: «Quiero una tumba blanca sin nada encima, como debe ser la tumba de un gitano». Su primera tumba, en Bagur, era una de las más pobres del cementerio. Caravanas de gitanos asistieron a un funeral de más de 2.000 personas.
Finalmente, los restos de Carmen Amaya fueron trasladados al cementerio de Ciriego, en Santander, la tierra de Juan Antonio Agüero. Y allí descansa la más grande bailaora de todos los tiempos sin placa con su nombre. ¡¡¡No es más que una pincelada, un sencillo recuerdo a todo un personaje, que bailando y aportando el arte flamenco, recorrió el mundo y con el el nombre de España, en unos tiempos aun tumultuosos, llenos de no pocos sinsabores ¡¡¡.
Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerias
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