Estoy escuchando mucho últimamente que es inminente que el gobierno conceda una amnistía (antes ya fueron indultados) a unos señores y señoras condenados por delitos muy graves, tan graves que el tribunal que los juzgó les condenó a unos cuantos años al trullo. Y lo cierto es que me he alegrado mucho, ¡muchísimo! y una luz color verde esperanza se ha encendido en mi corazón, tan necesitado de buenas noticias. Y es que me ví tan ilusionado con esta noticia que me armé de valor y de sólidos argumentos ante la autoridad competente el otro día:
(Es entonces cuando empiezo a usar los argumentos que yo creía infalibles)
En ese momento, el agente me extendió dos multas, un apercibimiento y una denuncia. Cuando se marchó, me quedé un instante en silencio y me dije a mí mismo una palabra que me definía en ese momento: Gilip… Está claro que esos argumentos que me parecían insuperables no funcionaron conmigo, ¡mecagüen! Yo que pensaba usarlos también para no pagar la hipoteca del próximo mes. Así que me fui de allí con cara de tonto de remate y con alguna multita más en mi bolsillo.
Cuando llegué a casa me fui directo a la Constitución que tengo en la mesilla de noche y leí el artículo 14 de la misma, ese que habla de que los ciudadanos somos todos iguales ante la ley. Precisamente cumplir la ley es lo que nos iguala a toda la ciudadanía y nos permite hablar de democracia. Miré la fecha de la publicación, por si acaso fuera una constitución ya caducada, pero no, era la vigente. Así que me fui a la cama, pero antes, hice la transferencia de las multas al ayuntamiento, no fuera que me cobraran el recargo por demora en el pago.
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