" El que algo sea cierto, no significa que sea convincente, ni en la vida ni en el arte" (Truman Capote)
Los medios de comunicación de la actualidad se adentran más que nunca en la tendencia que busca, precisamente, causar impacto en los lectores, oyentes y espectadores. El sensacionalismo ha evolucionado desde su nacimiento, hasta convertirse en un recurso infalible para muchas empresas cuya finalidad es captar cuanta más audiencia mejor. ¿Es realmente espectáculo u morbo lo que quieren los receptores de la información? ¿Son capaces de detectar el sensacionalismo?, ¿Qué tipo de emociones provoca esa tendencia?, ¿En que medida? ¿Afecta a la credibilidad?
“Desde hace ya tiempo atrás, a esta parte, los periódicos, radios y televisiones llamados "serios" sienten verdadera pasión por escandalizarse, por eventos, noticias, sucesos etc. Como si casi todos se hubieran contagiado de sensacionalismo. Hay además una tendencia a convertir las regulares en malas, lo intrascendente en preocupante y lo preocupante en alarmante; a ver hechos graves y ofensas tremendas en cualquier majadería; a dar importancia a lo que poca tiene y a magnificar las fruslerías. A hacernos creer, en suma, que vivimos entre sobresaltos continuos y en un mundo siempre al borde del precipicio y el cataclismo.
Se anuncia sin cesar "el fin de una era", "el derrumbe del imperio", "la invasión de los bárbaros" , “el hundimiento de España”, así como otros anuncios con tinte sobrecogedor, que nos mete el ombligo “pa dentro” (que en lunes son los africanos y en martes los chinos, en miércoles los rusos y en jueves los parias de la tierra); o bien "la muerte de esto , o de aquello y lo demás allá, así como caos, apocalipsis y Blade Runners varios, "la idolatría del dinero", "la deshumanización del hombre" y toda suerte de supuestos desastres.
Desde que tengo memoria, francamente, lo único que he visto avanzar de manera sostenida y de veras es el poder de las mafias, a las que los Estados, con sus prohibiciones suicidas, cada vez hacen más fuertes, hasta el punto de cederles parte de sus competencias y acabar fundiéndose con ellas. Hay lugares en los que no me cabe duda de que las mafias -no sólo las más folklóricas del narcotráfico, sino las de la construcción, los ayuntamientos, las obras públicas y la banca, forman parte del Estado. Pero, en fin, se trata de algo ya antiguo, sólo que ha ido y va y seguirá yendo en aumento, a la vista está.
Esto, que podría constituir un auténtico escándalo, aparece sin embargo amortiguado en la prensa, lo que da idea de cuán normal en el fondo le parece a ésta. Y en cambio se rasga las vestiduras y hace cruces ante cualquier menudencia. La cuestión es vociferar histéricamente y mantener asustada a la gente.
Es como si los periodistas necesitaran vivir "momentos históricos" sin pausa y por eso repiten tanto esa cantinela que debería costarles el despido a cuantos la emplean, hasta para las mayores sandeces: "Este es un momento histórico: por primera vez, Messi en el banquillo" -y "lo último" de lo que sea- y por eso también repiten tanto esa otra letanía que debería asimismo mandar al paro a cuantos recurren a ella: "Ha muerto el último grande", olvidando que dijeron lo mismo cuando murieron otros grandes, y todos los grandes que cada año caen como moscas, por edad sobre todo, en el campo de todas las actividades. Los reporteros se entusiasman tanto con las desgracias que parece que las estén deseando, y sea como sea, sólo faltaba una crisis mundial financiera, una guerra, un volcán y el fuego devastador, para que todos los carroñeros se pasen la jornada salivando.
Soy completamente lego en ingeniería-político-financiera y en desastres naturales, estoy seguro de que la situación es grave, pero también de que lo es mucho menos de lo que proclaman estos adictos a las catástrofes. Si los primeros veinticinco minutos de un telediario se dedican a informar de esta crisis, los espectadores acaban convencidos de que sus ahorros están en peligro y salen a comprar calcetines y huchas. Se abstienen de comprar todo lo demás, "por si acaso", y aunque ellos no noten nada en sus bolsillos, se los tientan a cada segundo con pánico.
Si se cuenta que un banco ha tenido unos beneficios del 12%, frente a un 30% del año anterior, la gente se lleva las manos a la cabeza creyendo que el tal banco ha perdido un 18%, cuando lo cierto es que ha ganado mucho, un 12%. Si se dice que el Ibex "acumula" una caída del 45%, todo el mundo lo ve como una plaga bíblica y nadie se pregunta por qué diablos se mide esa caída "desde el máximo histórico que marcó en noviembre de 2007". Yo se lo diré: se elige ese día "máximo", en vez de cualquier otro normal, para que todo parezca más calamitoso.
Resulta muy eficaz, no cabe duda: a los ciudadanos los asalta una psicosis de "vivir un pésimo momento histórico" y de asistir al "fin de un sistema" o a "los últimos estertores del capitalismo salvaje" (más quisiéramos). Se aterran, no gastan, no salen, con lo cual provocan una crisis verdadera en los restaurantes, las tiendas y en todo el consumo en general. Nadie parece fijarse, en cambio, en que los bloques de anuncios en las televisiones que informan dramática y pesimistamente siguen siendo tan monstruosos y largos como siempre, pese a que la emisión de cada uno cuesta un ojo de la cara. Quizá estemos todos arruinados cuando este artículo llegue a sus ojos, pero de momento a mí eso me tranquiliza. O me escama, como prefieran”.
Fermin González, salamancartvaldia.es, blog turinerías
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