"Pocas veces en la historia el odio a tenido un campo tan extenso y una herramientas tan eficaces para instalarse en el corazón de cada persona. Y esa es la continuación de la segunda guerra, silenciosa y mortifera, con la que vamos a tener que convivir en el futuro" (Carmela Rios)
Hay personas que cuentan, que el odio les ha servido, para encontrar la energía suficiente como para superar una muy difícil situación personal. El odio ha sido, pues, en algunas ocasiones el combustible que ha propulsado la máquina. Pero yo no estoy tan seguro de que odiar sea agradable o provechoso. De hecho, creo que es un sentimiento de inquietud, pedregoso y revuelto, que te deja los adentros como un páramo, aunque recaiga en alguien (o algo) que se lo merezca.
El odio es una niebla negra que recubre el mundo interior y, a veces, también el exterior: cegados a la realidad, nos hace atender a la realidad contrahecha de las injurias que creemos haber sufrido o, a las injusticias que advertimos (o inventamos). No obstante, el odio, para bien o para mal, forma parte de nuestro patrimonio afectivo: es un sentimiento humano ineludible. Y, si está ahí, es porque algún servicio nos presta, o nos ha prestado, para llegar a donde estamos.
En el caso de aquellos a quien les ha servido –como digo- les ha proporcionado el impulso necesario para sobrevivir al naufragio: odiando a los responsables del desastre, y queriendo demostrarles que no los habían derrotado, han conseguido superarlo. Bien está. Pero también en muchos otros casos el odio obedece a una inclinación positiva. Porque, en realidad, lo que hay que deplorar no es odiar, algo irremediablemente unido en el hipotálamo al deseo y la supervivencia, sino qué se odia. Odiar a alguien por ser —negro, judío, musulmán, mujer, homosexual...—es abominable. Pero odiar algo inventado por los hombres, sus comportamientos e idearios, como el racismo, el antisemitismo, la islamofobia, el machismo o la homofobia, es muy necesario.
Yo odio a cualquier tirano, a terroristas, a violadores, a embusteros traidores y abusadores de cualquier calaña, por no hablar de regímenes políticos, y, aunque me reconozco inflamado de aborrecimiento, no me siento culpable por ello. “Odio la brutalidad que practicaron, el sufrimiento que infligieron y las muertes que causaron”. Es más, creo que todas las personas decentes lo hacen, o deberían hacerlo. Pero también odio a quienes matan a mujeres, y a quienes insultan, maltratan, encarcelan o incluso ejecutan a homosexuales, y a los que abusan de niños, y a los terroristas del Estado Islámico (y, a algunos otros). La lista es larga, y cada cual puede completarla con los movimientos, personajes o conductas que le parezcan más execrables.
Cuando el odio se proyecta así, es personalmente reconstituyente y socialmente saludable. Sin embargo, hay que ser cuidadoso deslindando ambas caras del odio: la que supone una aversión moralmente injustificable, porque no tiene que ver con el hacer o el pensar de los hombres, sino con su mera existencia, y la que constituye una deseable barrera contra esa misma aversión. En la sociedad española, y en otros países occidentales, se han extendido las iniciativas contra el odio, y todo parece estar amenazado de ser una incitación al odio o un delito de odio.
La ley española establece que son delitos de odio aquellos actos de agresión u hostilidad contra una persona, motivados por un prejuicio basado en la discapacidad, la raza, origen étnico o país de procedencia, la religión o las creencias, la orientación e identidad sexual, la situación de exclusión social y cualquier otra circunstancia o condición social o personal (así lo resume el Ministerio del Interior en su página de "Servicios al ciudadano", aunque no habla de "actos de agresión u hostilidad contra una persona", sino de "incidentes que están dirigidos contra una persona": yo pensaba que los incidentes eran cosas que sucedían, sin intervención necesariamente de las personas, o altercados entre estas, pero no acciones deliberadas para denigrar a perjudicar a unos u otros, todos tenemos prejuicios, aunque muchos no se den cuenta de ello — algunos luchamos denodadamente por quitárnoslos de encima— y todos podemos vernos arrastrados por ellos.
Los prejuicios forman parte, en cualquier caso, del bagaje intelectual —pernicioso, sí, pero bagaje— y de la configuración de la conciencia de las personas. Y ni el pensamiento ni los sentimientos delinquen. Además, y esto me parece fundamental, los delitos de odio, tal como están configurados al menos en la legislación española, pueden abarcar la crítica racional, por acerba que sea, de ciertas ideologías o comportamientos derivados de ellas.
Cualquier otra circunstancia o condición social y personal—significa que: por ejemplo, ¿podríamos ser acusados de cometerlo?… ¿Si llamamos torturador a alguien que reúna la condición personal de torturador, o si vituperamos a alguien en quien se dé la circunstancia de ser un evasor de impuestos, o de haber quebrado fraudulentamente una empresa, o contaminado por negligencia un río o la costa de una provincia entera?... La lista, aquí, de nuevo, es interminable, y no siempre tranquilizadora.
El odio no es despreciable si se odia lo que merece ser odiado. Pero el ejercicio racional contra los cuerpos doctrinales y la crítica justificada a ciertos comportamientos y pautas sociales no puede ser considerado odio. El odio es un sentimiento humano que puede ser muy nocivo, pero que, investido de ciertos valores, nos protege contra el autoritarismo y la crueldad. O quizá no… ¡¡¡Una sin odio por favor!!!.
Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerías
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.