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Un grave paso atrás: las violaciones de los derechos humanos de las mujeres afganas
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Un grave paso atrás: las violaciones de los derechos humanos de las mujeres afganas

Actualizado 05/11/2023 09:11
Marcelino García

«We women of Afghanistan will never surrender. The Taliban needs to know that women and girls will not be silenced. We are not weak. We are not victims. We will raise our voices against discrimination and inequality. We are in cages. The Taliban made Afganistan a prison for all Afghan women».

(Sorayah, estudiante de 16 años)

Tamara Lauth

Defensora de los Derechos Humanos

Hace más de año y medio que los talibanes han tomado el control sobre el gobierno afgano. Desde entonces forman un sistema de represión que empeora cada día más. En particular, los derechos de las mujeres y niñas se ven en peligro, especialmente en lo relativo a la educación, el trabajo y la libre circulación. De 2001 a 2021, cuando los talibanes no estaban en el poder, empezó un proceso para facilitar el acceso de las niñas a la educación secundaria. En 2018, un 40% de niñas fueron inscritas en las escuelas, cuando en 2003 eran tan sólo 6%. La llegada de los talibanes al poder otra vez cambió todo. Justo en agosto de 2021 cerraron todas las escuelas, y cuando las abrieron otra vez, fue exclusivamente para niños y profesores masculinos. Las niñas y profesoras tuvieron que quedarse en casa, algo que provocó una indignación bastante grande. A finales de 2022 entró en vigor una nueva prohibición que impide a las mujeres el acceso a las universidades y escuelas superiores.

No obstante, las mujeres siguen luchando. Algunas valientes como Yasamin, de 27 años, han abierto escuelas secretas escondidas en casas rurales donde educan a las que quieren seguir estudiando. Aunque con el miedo de ser detectadas y penalizadas. En cuanto al trabajo, según Amnistía Internacional, los talibanes sólo permiten a las mujeres trabajar en ocasiones y profesiones especiales, por ejemplo, en sectores como la salud pública. Pero sólo se da el caso si las mujeres no «ocupan» un puesto de trabajo que pudiera ser ocupado por un hombre. En estos casos se ven enfrentadas a nuevas restricciones y normas en relación a su ropa (están obligadas a cubrir todo su cuerpo con el abaya y hijab) o de co-trabajo (no pueden trabajar con sus colegas masculinos).

Otro punto importante tiene que ver con el derecho a la libre circulación. Es decir, que no queda nada de libertad. Siempre y cuando una mujer quiera salir de casa, tiene que estar acompañada por un mahram, un vigilante masculino. Las mujeres afganas no se pueden mover libremente, no pueden decidir libremente a dónde quieren ir, siempre están bajo la custodia de un hombre. Por lo que se refiere a la violencia de género, antes del dominio de los talibanes hubo un sistema de protección para las víctimas que habían sido violadas y buscaban apoyo. Este sistema desapareció en el mismo instante en que los talibanes tomaron el control, y ahora no sólo niegan apoyo a las víctimas que han sobrevivido, sino que liberan de la cárcel a los agresores y ponen a las sobrevivientes otra vez en peligro.

Hablando de la cárcel: mientras por un lado liberan a los perpetradores de agresiones a las mujeres, el número de las detenciones arbitrarias ha aumentado. Por motivos de «corrupción moral» o violaciones de la regulación de mahram, detienen a las mujeres, llevándolas a las prisiones, donde no les espera un procedimiento jurídico, sino en realidad la tortura. Según datos de Amnistía Internacional, sólo 10% de los prisioneros han cometido un crimen real, los restantes 90% fueron detenidos por «crímenes de moral». Una vez detenida, acaba la vida para esas mujeres. Como resultado en muchos casos las familias se alejan de sus hijas. Su única manera de salir de la cárcel es casarse con un talibán.

Debido a que los talibanes usan la salida de la cárcel para chantajear a las mujeres y obligarlas a casarse con ellos, la situación de los matrimonios forzados sigue agravándose. Al mismo tiempo, la falta de una educación adecuada encona la situación, que ya era muy precaria. Las familias tenían la esperanza de que sus hijas, un día, con su formación escolar, podrían aportar a sus familias. Con las escuelas cerradas, para muchas familias sólo queda como única opción casar sus hijas por motivos económicos.

Sin embargo, con todo lo que está pasando, estas mujeres siguen luchando: en secreto, en público, con las voces altas, con las voces bajas. Siempre con el peligro de muerte. Nosotros/as, como sociedad internacional, tenemos la obligación ética de apoyar a estas valientes, de apoyarlas en su lucha contra la represión de sus derechos humanos, contra la injusticia y la discriminación.

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