Para nuestra vergüenza, ya nos hemos acostumbrado a considerar normal el cúmulo de declaraciones pronunciadas por Sánchez, y por todos sus ministros, en las que se garantiza una decisión tomada y, pasado un tiempo –generalmente corto- se transforma en la completamente opuesta. Al principio, cabía la posibilidad de negarse a dar explicaciones debido a conservar algo de conciencia de haber tenido que mentir obligado por las circunstancias. Siempre tenía a mano la crisis económica mundial, el inoportuno covid 19 y últimamente los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo para justificar los necesarios “cambios de opinión”. Es como poner en práctica el concepto de mentira piadosa.
Bajo el manto de las disculpas se van ocultando los negros resultados de la gestión pública. Más deuda, más déficit, más paro, más pobreza y más disconformidad en todos los sectores de nuestra sociedad. En un intento de abrir las puertas a posibles desertores del sanchismo, se pone en marcha la “política de las bufandas”. Siguiendo el criterio de más de un cerebro gris del gobierno, diciendo que el dinero público no es de nadie –hay que ser ceporro/a-, se inició la pedrea del euro. Inmigrantes, jóvenes de 18 años, y más de un paseante en corte dispuesto a poner la mano antes que empuñar una herramienta o un libro, se vieron favorecidos por unos euros mensuales, que no solucionan sus verdaderos problemas, pero establecen un mínimo lazo de dependencia con el patrón gobierno. No todos los problemas se solucionan con limosnas. El dinero que sale de las arcas del Estado debe regresar convertido en servicios o en productividad. Regalar el pez y no enseñar a pescar equivale a perder tiempo y dinero.
Pasada la primera etapa, Sánchez se ha quitado la careta y ya lleva mucho tiempo mintiendo a calzón quitado. Ni le importa la mala situación de España, ni le preocupa lo que piense el español de a pie. Miente a sabiendas de lo que hace, porque cree tener atribuciones para obrar así. Sánchez no ha venido a gobernar, ha venido a servirse del cargo para satisfacer su insaciable ego. Si para conseguirlo debe pasar por encima de leyes y de costumbres, nada le parará en barras. Lo que nunca cabría esperar de un gobernante íntegro es que negocie su continuidad pactando con los que nunca han condenado los asesinatos de sus compañeros de partido. Que en todo el PSOE no haya suficiente pundonor para expulsar a alguien que abjura de sus compañeros víctimas del terrorismo y el odio, demuestra lo bajo que ha caído el partido. Vender su reputación por tan barato plato de lentejas, define su figura para la posteridad. Sánchez cierra los ojos y los oídos ante el mayor problema que tiene hoy España: el separatismo.
Tanto Sánchez como sus socios de gobierno sueñan con una España progresista. Que yo sepa, los regímenes que tienen actualmente el apellido de progresistas se llaman Rusia, China. Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y todo un rosario de naciones, en las que, paradójicamente, lo único que progresa es el patrimonio de sus dirigentes. Invito a nuestros/as tenaces ministros/as a que se den una vuelta por esos países y hablen a sus habitantes de feminismo, cambio climático, lenguaje inclusivo, derechos LGTBI, etc. Todo los sonará a música celestial. Está muy bien luchar por los derechos de los más débiles, pero la economía de un pueblo es como una balanza con dos platillos: en uno de ellos se colocan aquellas personas que necesitan una ayuda para sobrevivir; en el otro, están los que producen la riqueza necesaria para mantener su propio platillo y el de los necesitados. Hay que mantener siempre la balanza en el fiel del equilibrio. No es lícito que toda la riqueza pase a manos del gobierno y sea éste quien administre esos fondos a su antojo. Eso se llama comunismo y ya sabemos la clase de progresismo que esconde ¿Ese es el progresismo que quieren para España?
En el círculo de naciones en el que se mueve España se tiene muy claro que bordear las leyes para que no sean iguales para todos será cualquier cosa menos progresismo; como tampoco lo es volver al absolutismo decimonónico a base de cambiar amnistía por votos. Un país en el que ya no se respeta la separación de poderes tampoco es progresista. Los políticos y los ciudadanos de a pie están perdiendo el lazo de la amistad. Las hostilidades y la enemistad se adueñan de la calle. A los españoles nos está faltando el espíritu de equipo.
No es de extrañar que, en esos ámbitos, se cuente cada vez menos con un gobierno que no es de fiar. Las consecuencias ya las estamos viendo en el día a día. Sánchez vuelve a verse desplazado en las reuniones que dirimen cuestiones importantes. Casualmente, son reuniones en las que no suele haber políticos comunistas, o socios de ellos. Ese es el sambenito que debemos soportar mientras Sánchez esté en La Moncloa.
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