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Miguel Hernández: Solo quien ama vuela
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Miguel Hernández: Solo quien ama vuela

Actualizado 06/10/2023 07:53
Ángel González Quesada

Porque no olvidamos los octubres de tus años, Miguel. O porque no podemos olvidar el insulto de los indignos que quieren que te olvidemos. O porque vives y vivirás en nuestro nada olvidadizo corazón que ama la justicia. O porque sí, Miguel, por ese sí que nos dice que siempre nos haces falta, nunca nos decepcionas y por ese sí grande como el átomo de tu voz por el que jamás, jamás lograrán enterrar el fuego vivo de tu memoria. Ni arrancando tus palabras de las paredes, ni borrando tu cara de las fotografías, ni ocultando tus libros en las escuelas ni, menos que todo, despronunciándote. Luchando contra tu olvido, Miguel Hernández, volamos.

“VUELO

Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto

que sea como el pájaro más leve y fugitivo?

Hundiendo va este odio reinante todo cuanto

quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?

Conquistaré el azul ávido de plumaje,

pero el amor, abajo siempre, se desconsuela

de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,

quiso ascender, tener la libertad por nido.

Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.

Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía

sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.

Ser que te confundiste con una alondra un día,

te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas

con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.

Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.

A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante

tubo de apetecer y respirar el fuego.

Espada devorada por el uso constante.

Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas

por estas galerías donde el aire es mi nudo.

Por más que te debatas en ascender, naufragas.

No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola

que el corazón quisiera lanzar al firmamento.

La sangre se entristece de batirse sola.

Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala

un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve

como un élitro ronco de no poder ser ala.

El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.”

MIGUEL HERNÁNDEZ. Cárcel de Alicante, enero 1942.

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