Escribir sobre él es un ejercicio de agradecimiento, porque en vida tuve la suerte de agradecerle tantos desvelos por todo y en todo
Juan Carlos Sánchez Gómez
El Maíllo a 28 de septiembre de 2023
Nos dejó helados la noticia de la muerte de Justo García Sánchez, el pasado 18 de agosto a sus 76 años de edad. El que fuera catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Oviedo y decano de su Facultad en dos ocasiones, era un mirobrigense ilustre, que ejerció de embajador de las bellas tierras de Ciudad Rodrigo allá por donde iba. Muchos de nosotros le hemos tratado, conocido, querido y admirado, todo a la vez, por su relación estrecha con el Seminario san Cayetano, del que fue uno de sus más ilustres alumnos, y con el que mantuvo hasta su muerte una cariñosa y constante relación. Vincularse a instituciones y a personas es lo que da el tono de la felicidad en lo personal y de la fidelidad en lo institucional. Feliz y fiel, ese es, era y será, el Justo García que todo conocimos en relación con Ciudad Rodrigo, su diócesis y su futuro, y con el Seminario. Supo siempre ser agradecido con todos los que le enseñaron a leer y escribir en la escuela y en el instituto, primero y después en el San Cayetano, como él decía.
Escribir sobre él es un ejercicio de agradecimiento, porque en vida tuve la suerte de agradecerle tantos desvelos por todo y en todo. No le alabo en muerte, lo que no le haya dicho cientos de veces vida. Pero sí, ahora toca hablar de él por su inesperada muerte. Sus familiares cercanos están desolados. Los amigos también.
El pasado martes 26 de septiembre de 2023 hemos asistido a un funeral por él en el Seminario san Cayetano, su casa. Como muy bien dijo en la homilía el rector del seminario, D. Anselmo Matilla Santos, Justo fue un sabio, un gran creyente y un hombre sencillo y humilde. En la hoja diocesana de la diócesis de Ciudad Rodrigo, en el número 421, escribe Anselmo un artículo hermoso sobre él y un recuerdo personal de la infancia, cuando Justo presentó un libro en la Capilla Mayor del Seminario.
Cuando yo era estudiante en la Facultad de Teología de Salamanca le conocí y traté a Justo García, con motivo de la defensa de su tesis doctoral, no recuerdo bien si en Teología o en Derecho Canónico. Siendo formador y profesor del Seminario san Cayetano ese trato se fue acrisolando y de manera muy especial ya de rector tuve cientos de ocasiones para tratarlo y para charlar horas y horas de nuestra diócesis civitatense y del seminario y de omnibus rebus. El trato se intensificó cuando nos disponíamos a celebrar el 250 aniversario de la fundación del Seminario en los años previos al 2019. Era un pozo de saber, era de una memoria privilegiada, te apabullaba con sus datos e investigaciones, con sus horas interminables en todos los archivos, con sus hallazgos, con sus publicaciones copiosas y llenas de innumerables citas a pie de página. Le apasionaba la historia y la peripecia de muchísimos personajes de Ciudad Rodrigo y de la diócesis. Lo vivía con tan intensidad que no podías menos de rendirte y de admirarlo. Cuando le dejábamos transcribiendo documentos en el archivo académico del Seminario, luego nos contaba cientos de detalles en la comida y en la sobremesa.
Al escribir estas líneas me ha venido a la memoria la lección magistral de Justo García en la inauguración del Congreso Duc In Altum, con motivo del 250 aniversario de la fundación del Seminario, aquel 26 de noviembre de 2019 a las 18:30 h. en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal. Desde la organización del congreso tuvimos la feliz idea de retrasmitir todas las intervenciones en el canal de YouTube del Seminario, que puede consultarse y disfrutarse en el siguiente link a partir del minuto 46 (https://www.youtube.com/watch?v=zWuvCy1neek) y también podemos consultar esa gran aportación a nuestra historia y a la historia civitatense en las Actas del Congreso, que son más de 100 páginas llenas de citas y con un anexo documental muy interesante.
No exageramos si decimos que Justo García fue uno de los más excelentes alumnos de Ciudad Rodrigo y por tanto también y de manera especial de nuestro Seminario san Cayetano, cuya trayectoria posterior han logrado una vida plena en saberes y compromiso, en constancia y en servicio a la verdad.
Fruto de sus investigaciones y su implicación con el 250 aniversario preparó también un libro titulado: El Seminario san Cayetano, Manantial de Juristas, para lo cual le sirvió de gran ayuda todo el proceso de digitalización del archivo académico del Seminario, donde pasó largas horas. El libro lo editó la Diputación Provincial de Salamanca el año 2020, fue su prologuista el muy recordado y admirado Francisco Javier Alonso Torrens, alma mater de muchos de los trabajos del 250 Aniversario, fallecido hace más de dos años. Ambos ya han podido ver sin velos y gozar sin duelo el rostro amoroso de Dios, al que conocieron y amaron en las benditas paredes y aulas del san Cayetano. A nosotros nos queda su buen hacer de los dos, sus trabajos, sus desvelos, su confianza en las leyes y en los hombres de buena voluntad; nos quedan sus luchas a favor de la justicia, cuando experimentaron la injusticia en sus carnes; nos quedan sus empeños por seguir amando la pequeñez de nuestra diócesis.
He escuchado de nuevo su voz y seguido su discurso en esa lección inaugural y he tenido la sensación de que no se ha ido, de que no ha muerto, de que no se ha desvanecido su voz sabia y de cadencia vigorosa. Hombres de esta catadura engrandecen a los pueblos, sabios como ellos nos reconcilian con el esfuerzo y el trabajo bien hecho. ¡Cuántos papeles y trabajos se han quedado en su despacho y en sus apuntes y en sus notas¡ ¡Cuántas sillas de las salas de los Archivos de este país, de Italia y Portugal, se han quedado vacías añorando tan buen investigador y tan vehemente buscador!. Su amor por la historia y su trabajo en los archivos me ha recordado siempre al gran historiador de la Iglesia José Ignacio Tellechea Idígoras, del que tuve la suerte de ser amigo y admirador, fallecido ya hace muchos años.
Justo García vivió para lo que amó y amó lo que vivió y esa ha sido pues su vida cumplida, fiel y feliz. Su trayectoria merece ser recordada e imitada. Su legado pide ser conocido y visitado una y otra vez en sus cientos de publicaciones. Su muerte, aunque nos ha dejado muy tristes, ha dado sentido a lo que fue su vida. Los que confesamos la fe en el Cristo Resucitado sabemos que vive para siempre.
Gracias, Justo, por todo. In Christo Vivas.