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Actualizado 22/09/2023 07:57
Ángel González Quesada

“Cuando la fiesta nacional

yo me quedo en la cama igual,

que la música militar

nunca me supo levantar.

En el mundo, pues, no hay mayor pecado

que el de no seguir al abanderado”.

GEORGES BRASSENS, La mala reputación.

Durante días, han tenido lugar en la ciudad de Salamanca diferentes celebraciones de tipo castrense, pretendidamente de homenaje a fuerzas y cuerpos de seguridad, con paradas militares, desfiles, exhibiciones y entrega de premios, además de esa más bien vetusta, medieval un poco vergonzosa ceremonia llamada “jura de bandera”, en la que algunos ciudadanos, por pura devoción y no obligados como antes, desfilan ante la bandera nacional bajo el juramento, por su conciencia y honor de, entre otras cosas “entregar si fuera preciso la vida por España”.

Este tipo de celebraciones, paradas y ostentaciones que, sin entrar en aspectos ideológicos que más abajo se citarán, requieren acotar espacios públicos y un no pequeño dislate en la vida cotidiana de ciertas zonas de la ciudad, quieren presentarse como una suerte de sometimiento de la ciudad, en mayor o menor medida, a la tradicional soberbia militarista que, todavía en este país, sigue definiendo las celebraciones nacionales, locales, religiosas o de efemérides, como actos castrenses y paradas de exhibición marcial, lo que va casando cada vez peor con la necesidad de una modernidad democrática para este país, modernidad y avance del pensamiento que va costando mucho ya no imponerse socialmente, sino siquiera formar parte del horizonte mental de muchos, demasiados ciudadanos engolosinados por ese humo adormecedor del redoble, el entorchado y la marcialidad, y también de muchos, demasiados dirigentes políticos.

Pero también ideológicamente, pues el militarismo y lo castrense han sido de antiguo y siguen siendo clave y norte donde se asientan los valores más reaccionarios de la derecha política radical española, la celebración de estos actos de auto-homenaje no sería posible, o no al menos con tal preponderancia y, sí, descaro, sin la cooperación, contribución y total asistencia de los medios públicos municipales que, utilizados e impuestos por autoridades de determinado sesgo ideológico, convierten, o quieren convertir la dinámica de toda una ciudad, en una gran ofrenda de acatamiento, sumisión y aplauso a esa forma autoritaria, granítica, acrítica y de obediencia ciega que es el núcleo de “lo” militar.

Que, además de las ostentaciones de ciertos cuerpos militares, forme parte de estas celebraciones la “militarización” de cuerpos policiales, y que sus comunicaciones con la sociedad se centren en la imitación de desfiles, habilidades, muestra de materiales y gallardía de algunos de sus miembros, no deja de ser otra muestra de que esa ideología del ordeno y mando que conforma la marcialidad (interna y externa) de ejércitos e instituciones de tipo bélico, sigue infectando internamente, y condicionando funcionalmente, unos cuerpos de seguridad que cada vez deberían alejarse más de las formas marciales y, es de suponer, de la ideología que provoca su mantenimiento y que, también es de suponer, condiciona muchos de sus actos.

El análisis de las connotaciones, relaciones e implicaciones de este tipo de exhibiciones públicas castrenses con entidades de tipo religioso, político, ideológico y social, tanto en sus formas como en sus fórmulas, podría llevarnos a un serio cuestionamiento de que la utilización de los espacios públicos de todos en los actos de auto-veneración o de apoyo ideológico, es una cuestión que, además de negar frontalmente la neutralidad y laicidad del Estado, va mucho más allá de las atribuciones de las autoridades locales, a las que ni su ideología ni sus privadas devociones tendrían que otorgar derecho a imponer a toda una ciudad un deseo particular. Si, además, la presencia de miembros del gobierno, con ideologías tal vez enfrentadas con las autoridades municipales, pretende ser utilizada como garantía o certificación de lo “legal” de esas exhibiciones, entonces habrá que concluir que es una realidad mucho más profunda que la representación política la que informa, la que preside e impone, y la que arrastra a quienes, no hay que olvidar, representan mediante elección libre a todos los ciudadanos.

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