El silencio se vuelve una masa de sentido y el destello rutilante de las piedras de la bóveda celeste cae con su plata inapreciable
Generalmente, la bondad se relaciona con la paciencia. La persona paciente ofrece un destello de bondad en su trato. Suele ofrecer un semblante apacible, dispuesto a la escucha y la comprensión. Parece sacar tiempo de donde no lo tiene para tratar con deferencia y cortesía a cada persona. Sabe no emitir ningún juicio precipitado.
Esa actitud la conduce a un desprendimiento de la otredad. Su fuerza de atracción, o su capacidad de influencia, se produce por medio de una aparente actitud pasiva, contenida en un estado de acción apagada. No tiene necesidad de alterar el estado de las cosas ajenas a sí. Como sucede con los pronombres reflexivos de la gramática, la acción señalada por el verbo se orienta a la persona misma.
Recurriendo a una imagen popular de las personas en meditación en el Oriente, el caso podríamos ilustrarlo mediante la figura del monje cruzado de piernas en un recinto oscuro debajo de un cielo estrellado. El silencio se vuelve una masa de sentido y el destello rutilante de las piedras de la bóveda celeste cae con su plata inapreciable. Existen cosas en esa hondura del silencio ajenas a la capacidad de la expresión verbal.
En ocasiones, la poesía se vale de imágenes donde el sentido se pone de relieve de manera indirecta. Un balde de agua en el patio de una casa a altas horas de la noche refleja el semblante de la luna. La tinta, de modo similar, no contiene lo señalado, pero mediante el sonido impreso en la página dirige la atención a ello. El nombre del ser amado en el papel nos mueve pensarlo y sentirlo.
El estado de reposo de la persona amable conlleva una actitud de renuncia a todo lo ajeno a su sustancia. Suelta el control de las riendas exteriores y centra su atención en la práctica constante del ser y el estar en el aquí y el ahora. La persona tiene como principio el dominio de sí misma en relación con lo conocido y lo desconocido de las potencias del ánima. Serena en el barco de sus circunstancias, navega el oleaje de la existencia con la certeza de saberse orientada por el ángel de su estrella. La amabilidad, entonces, brota de manera espontánea y no aprendida. Brilla en el aposento secular del corazón. Se alimenta con el fuego de otras llamas invisibles, contagiándose con la lumbre vigorosa de la llama del deseo inapreciable de la sed y el amor de la justicia.
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