Científico, investigador, docente, eminencia en su oficio, José Miguel tenía un doble corazón, el segundo habitado por una hermosa sinfonía poética
Desde hace unas horas ya no está José Miguel López Novoa entre nosotros, y, la verdad, me cuesta mucho entenderlo. Estaba en Málaga (aalí se sintió mal, fue hospitalizado y falleció) pero hace escasos días nos saludamos (un hombre amable y cariñoso) en el Casino, después de la presentación de la Revista de la Federación de Peñas Taurinas. Desde que nos conocemos, hace pocos años, la literatura, la escritura y la poesía nos enlazó de forma invisible con esa energía tan especial que une a las personas cuando sienten emociones paralelas, similares. Y la poesía tiene ese poder.
Teníamos pendiente presentar en el Casino su último libro premiado de poemas, paradójicamente titulado Aromas de despedida. Se trata de una despedida amorosa. Este asunto del amor, José Miguel lo trataba siempre en sus versos y lo hacía con una claridad lírica sin retruécanos ni derivas cursis al uso; era un latir de pulsos sinceros.
De este libro de versos yo había elegido un poema de sentimentales inquietudes, de amor perdido… pero no del todo y le había puesto música para cantarlo en la presentación.
Hace poquitos días recibí una amable invitación suya para asistir a la presentación en el Casino de su nuevo libro de relatos Pequeñas personas perplejas que debía presentar el próximo lunes.
Científico, investigador, docente, reputado Catedrático de Fisiología, eminencia en su oficio, José Miguel tenía un doble corazón, el segundo habitado por una hermosa sinfonía poética.
Ninguno de los dos nos permitirá ya oír su voz afectuosa y afable.
Pero en ambos nos queda su obra. Insuficiente para mí. Siempre en mi recuerdo amigo.
Toño Blázquez