Los resultados del 23-J están ahí. Bueno, estaban ahí hasta hoy, porque hay un escaño despistado, que Sánchez no sabe cómo acercárselo a su montón. Con las togas recién llegadas de la tintorería, a cualquier recuento puede sobrarle la “re”. Ha comenzado la subasta de escaños. Todo el mundo está persiguiendo los de alguna minoría para solucionar su problema. Lo malo es que los escaños “reversibles” están a precio de oro, porque pertenecen a partidos nacionalistas, o partidarios de derribar nuestro sistema político, que han encarecido el mercado más que los de Qatar.
España ha sufrido los efectos de una DANA llamada Pedro Sánchez, cuya inundación ha partido la nación por la mitad, a la vez que deja a los ciudadanos en una situación desesperada. Unos, han visto cómo desaparecían muchas de sus pertenencias, y otros, se han quedado en la ruina. A pesar de este desastre, el gobierno asegura que España sigue como una moto, y que la oposición es catastrofista y no aporta soluciones viables. Vaya por delante que el gobierno sí que es consciente de cuál es la verdadera situación, pero sabe que repitiendo las mentiras acaba calando su mensaje en las mentes menos cultivadas, y que los estómagos agradecidos, que también conocen la realidad, serán capaces de suscribir todo lo que proponga quien les da de comer todos los meses. De esta forma se asegura su continuidad en La Moncloa.
La oposición -¡Ay, la oposición!- va con el paso cambiado. Todavía no le ha cogido el tranquillo a su verdadero papel. Se está dedicando a tirarse los trastos a la cabeza y a disparar con los ojos cerrados, y, claro está, da una en el clavo y cien en la herradura. Los españoles, afortunadamente, ya somos mayores de edad en política y sabemos separar el grano de la paja. Hay verdades incontrovertibles: la Constitución, la unidad de España, la forma de gobierno o la independencia de los poderes públicos. Contra esos conceptos está maquinando Sánchez para lograr enmascararlos. No se admiten interpretaciones particulares. La ley es la ley y la verdad sólo es una. Ahí está la misión de la oposición: velar por el cumplimiento de esos preceptos, y hacerlo de forma continuada, con firmeza y sin altibajos, con la vista puesta en la labor del gobierno y, al mismo tiempo, en los propios patinazos. Todo político que se precie debe tener siempre presente la existencia de las hemerotecas, y hará lo posible para no ser nunca sorprendido en algún renuncio.
Como decía al principio, la suerte está echada. Sabedores de lo que es y representa Pedro Sánchez, sus partidarios han vuelto a darle tanta confianza como ya tenía. Si la derecha espera que muchos de esos seguidores pueden cambiar de voto, estará perdiendo el tiempo. Los que tienen asegurado su presente –y parte de su futuro- no lo cambiarán, ni aunque mueran en el empeño. A quienes siempre han votado socialismo les da vergüenza cambiar a partidos más liberales porque temen ser catalogados como fachas y nazis – dos términos cuyo significado desconoce la mayoría. Pensar que alguna vez España puede ser salvada por el PSOE, es desconocer su historia. Con mejores o peores modales, los líderes socialistas son responsables de las mayores desgracias ocurridas en España desde los albores del siglo XX. Que nadie se deje embaucar por los barones del puño y la rosa que escenifican ahora su rasgado de vestiduras, pero que las llevan inmediatamente al sastre -o a la modista- en cuanto pasa la tormenta. Felipe González, Alfonso Guerra, Ramón Jáuregui, Jordi Sevilla; Nicolás Redondo; García Page, etc. critican a Sánchez su intención de colar de penalti la amnistía en nuestro ordenamiento jurídico. Sus quejas de ahora, como siempre, son lágrimas de plañidera. Son los mismos que no levantaron la voz en las muchas ocasiones que Zapatero y Sánchez han bordeado alguno de nuestros derechos constitucionales para poder seguir en el cargo.
La situación actual no tiene visos de mejorar. Fiel a su estilo, Sánchez ha cambiado de táctica. En lugar de mentir -perdón, cambiar de opinión-, ahora se ha sacado de la manga el método de “suavizar los términos”. Para conseguir el ”sí” de los independentistas, no se va a soslayar la Constitución, sólo se va a disfrazar la operación buscando el “encaje” de la amnistía en el texto de nuestra Carta Magna. Es decir, para que entiendan los mal pensados: la amnistía sigue sin poder ser aplicada, pero, cuando los que la soliciten puedan derribar nuestro sistema político, ante un mal mayor, conviene concederla para que se note nuestro progresismo. Si los independentistas quieren separarse de España, nunca se autorizará la celebración de un referéndum en las condiciones que ellos exigen. Ahora bien, si prometen que sólo es para ver qué piensan sus paisanos, pero que, si no le gusta al resto de españoles, estarán dispuestos a celebrar otro pasado un tiempo prudencial, entonces se buscaría otro “encaje” - ¡con los que hay en La Mancha! Es más, vista la buena voluntad de los ex-españoles, se procederá a la condonación de la deuda que tengan con el Estado para que puedan acometer los primeros gastos. Eso será una muestra más de progresismo. Si los independentistas reclaman el uso de sus lenguas en el Parlamento ¿por qué negárselo? Serán nuevos puestos de trabajo para los/as intérpretes. Puestos a ser generosos, y visto el abultado número de inmigrantes musulmanes, africanos y europeos del Este, también deberían haberse acordado de sus respectivos idiomas, si de verdad queremos reducir el paro. Pero no, los independentistas quieren emplear sus lenguas en el Parlamento, conscientes de que muchos de sus paisanos las desconocen, porque, de lo que sí están seguros –y no se equivocan- es que lo hacen para mortificar al resto de españoles. Sánchez, desde La Moncloa, dirige con habilidad la maniobra: su última meta es cambiar la estancia desde La Moncloa hasta La Zarzuela. Quién sabe si será más de su agrado el Palacio de Oriente.
Visto lo que se juega Sánchez, hará lo posible por acceder a todas las peticiones que le planteen sus socios, por indignas e intolerables que sean para los verdaderos españoles. Si no fuera así, estaríamos abocados a unas nuevas elecciones. En ambos casos, la tarea de la oposición está muy clara. Basta ver las ampollas que está levantando en la izquierda la formación de gobiernos PP/VOX en ayuntamientos y autonomías. Para comprobar su temor, véase la prisa que se están dando los medios de comunicación para anunciar con “retintín” cada uno de esos acuerdos. Ahora hay que rematar el trabajo consiguiendo que de esa colaboración pronto afloren claras muestras de eficacia. Si, además, unen sus fuerzas olvidando viejas rencillas, la derecha conseguirá levantar la losa que acogota a una España que está en almoneda. No conviene olvidar que, gracias a la Ley d¨Hont, a la hora de conseguir escaños , tiene más valor 2 que 1+1.
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