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Por eso en el inicio decíamos aquello de…
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Por eso en el inicio decíamos aquello de…

Actualizado 09/09/2023 11:32
Juan Ángel Torres Rechy

El descubrimiento del corazón como la expresión del fin de los afanes de las personas lo entendemos no como el hallazgo de algo afuera de nosotros; lo vemos, en cambio, como la consecución de la capacidad del descubrimiento del corazón propio a la vista del mundo.

Recordamos nuestra mi lectura de Las Moradas o El castillo interior de Santa Teresa de Jesús. En más de una ocasión hemos hablado con nuestras amistades sobre la materia. Se trata de algo común a todos los seres humanos, nos parece. La obra expone una situación que quizá pueda aplicarse al género humano en su conjunto. Esa obra de la autora abulense la podríamos poner en relación con La anatomía del alma, de Mino Bergamo. El mundo espiritual, según estos autores, tiene una dimensión en su vastedad imposible de abarcar aun con los brazos de un basquetbolista de la NBA.

Ahí en la corriente donde mana

la vida al presente, al futuro,

se oye en el pasado el murmullo

de algo al ayer desde el mañana.

El orden con que opera el universo

allá en las edades no vividas,

y aquí en las edades ya olvidadas,

no deja de operar igual que siempre.

Es vano preocuparse por aquello

afuera de lo eterno y lo nimio

que ocurre diariamente en la tierra.

Tan solo en las cosas trascendentes

y simples al resguardo de la luna

encuentra el ser humano lo que inquiere.

Al parecer, según Pascal en sus Pensamientos una forma en que podría resumirse la solución a más de dos problemas de la humanidad consistiría en el desarrollo de la capacidad de aprender a no salir de casa por nada que no resulte necesario. Fray Luis de León en su poesía algo de lo anterior lo refirió en castellano cuando habló del retiro del mundanal ruido. No sabemos si San Agustín en sus Confesiones haya señalado algo parecido, pues ese libro no lo hemos leído aún. La esfera de Pascal, por su parte… La esfera de Pascal... No sabemos por qué escribimos en este párrafo el nombre de la esfera de Pascal.

No encontramos otra forma de hacer las cosas fuera de la clave de hacerlas desde el silencio. Un silencio interior, claro está. Esa operación nos ha supuesto un estudio y una aprendizaje previos. En ese lugar profundo donde cae el silencio con su manto estrellado desde arriba se oye otro tipo de sonido. Se aprecia una música similar a la de un color acompasado en el ritmo de una melodía sin complicación, suave, simple, incombatible. Esa música se parece a la del sagrario de la capilla de la Basílica de San Pedro. Incluso con los ojos cerrados apreciamos cómo ahí se contiene algo equivalente a 77 bombas atómicas dormidas.

Sumergirse en ese océano inasible arroja la mirada a una distancia infinita. Se experimentan otras situaciones en ocasiones ajenas y lejanas a las situaciones de las empresas y las anécdotas de aquí arriba. Se encuentra una semántica común a la de todos los seres sintientes debajo de la luna. Una vez ahí deseamos expandir la experiencia hasta una circunferencia aún más dilatada en la virtualidad del tiempo y el espacio de esa realidad inasible, según avanzan los días y las semanas de su desarrollo. Como lo señala la escritora abulense del siglo XVI, Santa Teresa, si antes de sumergirnos en la metáfora del océano debíamos ir a recoger agua a unos pozos lejanos para abastecer nuestras necesidades cotidianas, al adelantar en ese itinerario recoleto, eventualmente el sereno de la noche, el rocío de la mañana, la lluvia apacible recurrente, inofensiva, discreta, todo eso junto y separado da para cubrir con creces la demanda humana del día a día.

Adónde nos dirigimos en este sendero sin límites visibles aparentemente. Cómo encontramos el propósito del asunto. Mino Bergamo en La anatomía del alma expone un abanico de las preguntas bajo la mirada de distintos autores. En un recorrido histórico de la producción de modelos espirituales desde Aristóteles hasta Francisco de Sales, pasando por Santo Tomás de Aquino, el Maestro Eckart, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Fénelon, etc., llega a alguna conclusión al respecto... Nosotros inquirimos, entonces, a qué blanco en el camino apunta el sentido o el sinsentido de la existencia o la inexistencia de eso no nombrado por su nombre en esta oración. De qué manera la poesía o de qué modo la palabra seca en la piedra del habla ruda con toda su coherencia o su no raciocinio sui géneris suma aquí en lugar de restar. Cuántas cosas amerita perder algo con el objetivo de encontrar una sonrisa en un rostro inocente. Cuánto pagaríamos por tener el control remoto de nuestras facultades racionales como si ningún caballo ni ningún animal selvático de las pasiones nos arrastrara de los tobillos. Cómo podemos dejar de seguir haciendo el ridículo, en palabras llanas.

Eventualmente, hemos encontrado un signo de esta maestría en la ciencia y el arte de ser humano en la capacidad de dar liebre por gato. En el compromiso serio con las cosas de los niños. Se refleja esta iluminación, según lo hemos percibido, en la capacidad de no salir de casa a menos que el compromiso laboral de la jornada o un buen paseo por las calles y los parques de la ciudad lo ameriten. El descubrimiento del corazón como la expresión del fin de los afanes de las personas de todos los tiempos... (Paréntesis. La escalera del edificio histórico de la Universidad de Salamanca nos lleva a un programa iconográfico rematado por una persona abriendo las prendas de su vestido y descubriendo con su pecho su corazón)... Fin del paréntesis. El descubrimiento del corazón como la expresión del fin de los afanes de las personas lo entendemos no como el hallazgo de algo afuera de nosotros; lo vemos, en cambio, como la consecución de la capacidad del descubrimiento del corazón propio a la vista del mundo.

Ese descubrimiento de lo importante a la vista de los demás, sin embargo, gradualmente nos aleja a un retiro donde no deseamos ser perturbados por cosas ajenas a la virtud y la decencia. El mundanal ruido resulta insoportable. La gente volcada en la vulgaridad del siglo nos deja un poso de tristeza y rechazo. La mirada se vuelve sensible a la verdad de los valores acuñados en la moneda de la bondad y la belleza, la justicia y la caridad, la mesura y el orden. Quizá por esto la imagen del sabio ha solido acompañarse del aire de un ambiente retirado en el desierto del estudio, el trabajo y el reposo apacible.

El lema de la universidad donde trabajamos reza de este modo: “virtud clara, estudio profundo, perseverancia constante, práctica diligente”. Para nosotros, resulta un auténtico e impagable placer y honor sumar nuestros esfuerzos a esta visión laboral. El cultivo de los valores en las demás personas incentiva en nuestro espíritu la voluntad del ánimo encendido en el vigor de alcanzar esos principios para nosotros también. La serpiente del uróboro mordiéndose la cola se abre y se cierra en torno nuestro y de igual manera lo hace en toda persona afín a ese criterio en sintonía con la creación de la esfera de Pascal donde el centro se encuentra en todas partes y el volumen total de la representación carece de una magnitud imposible de abarcar incluso con los brazos de un basquetbolista de la NBA. Por eso en el inicio decíamos aquello de…

Ahí en la corriente donde mana

la vida al presente, al futuro,

se oye en el pasado el murmullo

de algo al ayer desde el mañana.

El orden con que opera el universo

allá en las edades no vividas,

y aquí en las edades ya olvidadas,

no deja de operar igual que siempre.

Es vano preocuparse por aquello

afuera de lo eterno y lo nimio

que ocurre diariamente en la tierra.

Tan solo en las cosas trascendentes

y simples al resguardo de la luna

entiende el ser humano lo que encuentra.

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