En política, como en el mar, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. La historia demuestra que la izquierda siempre ha estado más despierta que la derecha. Dando la vuelta a las leyes, o enmascarando la verdad, ha llegado a sacar agua de pozos secos, mientras la derecha seguía mirando la manguera. Pasó con la llegada de la Segunda República, en 1931, y volvió a suceder con el Frente Popular, en 1936.
Ahora que España ha logrado acogerse a un régimen democrático, puede parecer fantasioso hablar de Frente Popular, pero la triste realidad es que se parece más a eso que a una democracia consolidada. Aquella agrupación de partidos del Frente Popular no incluía ningún partido de la derecha, sin embargo, la coalición que ha llevado a Sánchez a La Moncloa sí los tiene. Una muestra más de la ley del embudo que maneja el progresismo español: la izquierda puede aliarse con partidos que buscan la destrucción del Estado, incluso con alguno de la derecha, para lograr que no gobierne una mayoría conservadora. Si lo hace la derecha, el otro bando y todos sus medios de comunicación sacarán a relucir los trapos sucios, los programas y el pasado de los coaligados. Siempre ha sido así y, para más sarcasmo, la derecha ni se molesta en contrarrestar esas críticas. Admite la derrota mientras la izquierda saca pecho.
Conozco una empresa formada por varios accionistas dispuestos a rentabilizar sus acciones a base de convencer a la clientela. Casualmente, en la acera de enfrente, hay otra empresa del mismo ramo que no es capaz de levantar cabeza porque sus dirigentes son poco audaces, y está decidida a proponer una fusión con alguno de los socios de la competencia, para hacerse con el mercado. Ha intentado la operación varias veces con el mismo resultado: unas veces se han negado de forma despectiva, y otras, lo han hecho con insolencia y arrogancia. Las empresas en cuestión se llaman: DERRIBOS SÁNCHEZ y RESCATES FORZADOS. No es necesario dar más datos. Tienen su sede central en la Carrera de San Jerónimo. Hay un hecho cierto que la izquierda se niega a reconocer: desde 1975, siempre que los socialistas han cesado en el gobierno, lo han hecho dejando un profundo agujero en nuestros fondos.
Camuflado en un falso progresismo, el sanchismo ha elegido el camino más fácil: para aumentar el bienestar de los ciudadanos, se acude al recurso simple del aguinaldo. Una destacada seguidora de esa escuela, desde su cargo de ministra lo dejó bien claro: “Nosotros administramos dinero público, y el dinero público no es de nadie” La responsable de esa afirmación era la número dos del gobierno de Sánchez, de profesión juez y profesora universitaria. Para que una persona intelectualmente cultivada cometa ese traspiés, muy fuerte tiene que ser su lavado de cerebro para pronunciar semejantes desatinos.
Después del descalabro que sufrió la izquierda en las elecciones del 28-M, Sánchez puso a tope las calderas de La Moncloa para evitar otro fracaso en las elecciones generales, previstas para finales del año. La idea que más le sedujo –el adelanto al 23-J- tampoco ha dado el resultado previsto, ni a la derecha ni a la izquierda. El preconizado triunfo holgado de la derecha resultó insuficiente. Sánchez, por su parte, no cuenta con los apoyos suficientes, si no llega a acuerdos con partidos que siempre había calificado como execrables -entonces y ahora sabía que estaba mintiendo. El autobús de España acaba de entrar en una calle cortada, sin garajes a derecha ni izquierda. La derecha está dando marcha atrás, pero Sánchez está dispuesto a derribar algún edificio para poder salir del atasco.
Desde que Feijóo fue propuesto por el PP como candidato a la Presidencia, ha estado viviendo de las rentas. La eficacia demostrada en los organismos que dirigió, junto al prestigio que lleva consigo haber conseguido cuatro mayorías absolutas en Galicia, eran buena tarjeta de presentación para llegar a la sede de la calle Génova. El tirón de Isabel Ayuso en Madrid y los buenos resultados conseguidos por los líderes municipales y autonómicos pueden haber cegado a Feijóo, creyendo ser el responsable de tales logros. La euforia desplazó a la realidad e hizo que el gallego se durmiera en los laureles.
Alabanzas o críticas aparte, Feijóo llegó a la calle Génova por el fracaso del equipo de Casado. Alguna de las cabezas pensantes del partido ya lo habían propuesto, y los ánimos se calmaron cuando aceptó. Desde el mundo de la política, se ve con normalidad criticar al oponente, aún antes de ver sus actuaciones. Eso está sucediendo con el actual líder de la oposición. Si el PP hubiera sacado cuatros diputados más – algo que estuvo muy cerca de conseguir-, Feijóo sería un líder con tanto prestigio como la Sra. Ayuso. Como no lo consiguió, hay que descalificarle. Muchos se olvidan de que, desde que estamos en democracia, pocos presidentes llegaron a La Moncloa en el primer intento. También olvidan ha sido el ganador de estas últimas elecciones.
La derecha ganó en votos, pero lo más probable es que no consiga gobernar. Ante hechos consumados, lo que procede es analizar las razones e intentar corregir los posibles fallos. Antes de culparse mutuamente, PP y VOX deben admitir que ahora no van a gobernar porque ambas formaciones se equivocaron de adversario. Mientras no cesan las peleas entre hermanos –los dos vienen de la misma “madre”-, cada uno del resto de partidos se permita el lujo de declararse con derecho a conseguir lo que nunca lograría en condiciones normales. Sánchez está dispuesto a romper el dique de la Constitución, aunque en ello vaya la inundación de toda España, y todo porque la derecha no acaba de centrarse en cuál es su norte. Lo peor que puede suceder es trasladar a la población la idea de que es imposible la coalición. Hasta en los sitios donde actualmente gobiernan unidos surgen enfrentamientos basados en imaginarios protagonismos. Así seguirán la trayectoria de Ciudadanos y España sufrirá las consecuencias.
Feijóo flageló duramente a Sánchez en el cara a cara del 23-J. No sé qué motivos tendría para negarse a participar en el debate a cuatro. Visto lo visto, y la pedantería de la responsable de Sumar, entre los dos líderes de la derecha habrían noqueado a los dos oponentes. Tal vez el excesivo convencimiento de alcanzar la mayoría suficiente llevó a Feijóo aquedarse en casa. Craso error. Como siempre, en la última semana de la campaña, la izquierda y los medios de comunicación, consiguieron frenar la sangría de votos. También las luchas internas en VOX fueron las culpables de su grave descenso. Hubo, por tanto, fallos en ambas formaciones.
Pasadas las elecciones, y alegando convicciones democráticas, Feijóo ha decidido reunirse con todos los partidos, salvo EH Bildu, en un intento de conseguir los cuatro escaños que necesita para ser investido. Si estuviéramos en una nación verdaderamente demócrata, la maniobra sería congruente, porque los contrarios estarían dispuestos a escucharle. El problema, Sr. Feijóo, es que estamos en España, donde quedan poquísimos partidos democráticos y constitucionalistas. Y Vd. lo sabe. Antes de recibirle, ya se están mofando de Vd. Desengáñese, con Sánchez y Cía. no se puede tratar, si no es para rendirlos. Si pretende que gobierne la derecha, hagan las paces, y no vuelva a caer en la trampa de la izquierda. Se lo están pidiendo once millones de españoles.
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