La Salamanca plena de arte celebró este verano el 93 cumpleaños del pintor
Septiembre se acerca con su inicio de curso, de temporada de exposiciones, de proyectos artísticos… y nada mejor que recordar que vivimos en una ciudad de pintores y escultores entre los que destaca uno de los nombres más importantes no solo de la Salamanca del arte, sino de una época marcada por la vanguardia y el atrevimiento. La obra de Ramiro Tapia bien merece festejarse ahora que se cumplen cuatro años de su maravilloso cartel de Ferias y Fiestas y tres de sus exposiciones en La Salina y en el DA2 que nos permitieron recordar la obra ingente de un genio que este verano cumplió 93 fecundos años.
Hijo de un químico que trabajaba con el heredero de Ramón y Cajal en su Instituto, Tapia nació en Santander. Marcado por una infancia inusual, el niño dormía en una habitación adornada con exquisitas copias de cuadros del Prado pintados por su abuela paterna, salmantina de familia de ganaderos aficionada a la pintura que retrataba a las aves de corral, hacía paisajes rurales y urbanos así como copias perfectas de cuadros del Prado que su nieto descubrió sorprendido de haber habitado siempre entre ellas. El influjo de esa abuela pintora se sumaba al de la materna, aristócrata, amiga y protectora de artistas y flamencos que acudían a la casa donde siempre vivió el nieto fascinado por las juergas flamencas de Manolo Caracol, Lola Flores, Miguel de Molina, protegido de la abuela y de Gracia de Triana a quien le compraba los trajes esta mujer fascinante que, para hacer dormir a su nieto, le cantaba una minuetto de Boquerinni.
Con semejantes mimbres, no era extraño que el niño tuviera inclinaciones artísticas, y más cuando su madre, preocupada porque no había buenas ediciones en España, le trajera libros de cuentos publicados en Argentina o Inglaterra con hermosas ilustraciones. Todo un mundo de fantasía marcado por grandes dibujantes para un artista que se inició en la carrera de arquitectura, caracterizado por la dureza disciplinada del dibujo y por la técnica exigente que practicaba en una academia donde impartía clases Durán de Cotes, un maestro republicano represaliado que Tapia recuerda con su privilegiada memoria como un auténtico sabio que enseñó a compañeros como César Manrique, Fernández Vera, Miguel Oriol, Palazuelo y artistas que poco a poco participaban en un ambiente vanguardista que asistió a la primera exposición picassiana en Madrid, atacada por los Legionarios de Cristo.
En ese ambiente de cambio se desarrollaron los años de juventud de Ramiro Tapia, quien compartía un pequeño estudio alquilado en las afuera de Madrid con sus amigos, la futura actriz Chus Lampreave, Carmen Santonja y José Luis Pradera. Eran los tiempos del simbolismo lírico, de los dibujos para la editorial Aguilar con los que Lampreave y Tapia ganaban para pagar el alquiler. Años de experimentación y de una pequeña revolución entre los jóvenes artistas con la muestra organizada por un personaje medio vasco y medio astrohúngaro que sería crucial para nuestro pintor. Willy Wakonigg, decorador, artista, alma de la empresa textil “Gascon y Daniela” no solo premió a Tapia, sino que le distinguió con su amistad y se lo llevó al País Vasco donde este trabajó como director artístico de numerosas fábricas, así como creativo en las incipientes agencias de publicidad. Sus expresivos murales, su labor de diseñador y los años fabriles continuaron en un Madrid que el artista compaginó con las estancias en el estudio que se construyera en los campos de Ledesma. Regresaba al paisaje rural un artista dedicado ahora a la abstracción y que en 1970 decidió entregarse por entero a la pintura.
Marcado por su amistad con los artistas, cineastas y músicos de Madrid, deseoso de la soledad del campo salmantino, Tapia enlaza diferentes etapas en las que se suceden los temas, las técnicas y el estilo. Diverso y siempre genial, el artista no se encasilla en un lenguaje pictórico y camina entre el simbolismo, el fabulismo que recuerda su herencia infantil de ilustraciones, la metamorfosis de la realidad, las máquinas que suplantan al hombre y destruyen, en terrible hecatombre, un mundo de cuyas pavesas surgen seres imposibles, ogros y ogresas a los que después, construirá arquitecturas tan imposibles como sus torres magníficas y sus árboles habitados. Obras que exploran una insólita capacidad de anticipación –Tapia imaginará lo que supone la hecatombe medioambiental y una realidad marcada por la inteligencia artificial, por máquinas pensantes- y un inagotable deseo de cambio tanto de técnicas como de temática que, sin embargo, aparece siempre perfectamente hilvanada.
Tapia es un pintor de imaginación desbordada que, a la vez, construye una lógica implacable de destrucción y redención del planeta, siempre presto a indagar en su fecunda imaginación y su vastísima cultura. Las imaginativas torres y viviendas galácticas dejan paso a los laberintos interiores cuyo colorido inusual se sumerge en la memoria que pueblan sus últimas obras. “Mi estilo es no tener estilo”, afirma el artista, nada conformista, nada reiterativo, que trabaja el cuadro desde el boceto y que escucha lo que él le pide entre la música de Bach, Haendel, Pallestrina y Vivaldi, ecos brasileños y de jazz así como la charla que evoca sus años madrileños de tertulia liberadora. Tras años fecundos de muestras por todo el mundo, exposiciones individuales y colectivas, trabajo en pequeño y gran formato, Ramiro Tapia sigue pintando en la casa salmantina donde decidió llevar a cabo la mayor parte de su trabajo con frecuentes viajes al Madrid de sus orígenes. Una vida marcada por la pintura cuya maestría y diversidad imposibilitó que se asociara a movimiento alguno ¿A qué escuela pertenece un pintor que practica el simbolismo lírico, la abstracción, el cubismo, el fabulismo y a la vez construye mundos infinitos de laberintos complejos mientras retrata minuciosamente paisajes, animales, sueños, letras, símbolos y a la vez, juega con ideas que se plasman en series infinitas? Todo ello ejecutado con la mano diestra del dibujo, la disciplina creativa que le hace fecundo y con la disposición de probar todo tipo de técnicas y materiales. Pintor total y absoluto que nos sorprende e invita a adentrarnos en un mundo propio donde siguen viviendo los trazos de su abuela pintora, su abuela amante de los artistas, los amigos de Madrid, la influencia cosmopolita y moderna de Wakoningg, los grandes arquitectos, Aníbal Núñez y sobre todo, el apoyo creativo de su esposa, la también artista Amparo Núñez. Un mundo infinito relatado y retratado en una obra ingente de la que la ciudad debe sentirse orgullosa. Porque esta ciudad de arte alberga a un artista portentoso, y este artista se llama Ramiro Tapia.
Fotografías: Museo de Arte Contemporáneo, DA2 y Amador Martín.