Lo hallaba en algo similar a lo escrito por Bash? con su pintura del cuadro “Olor a crisantemos. / Y en Nara, viejas / imágenes del Buda.”
Cómo se siente no encontrar un lugar en el mundo. A qué sabe eso de no contar con un espacio adónde ir, como lo decía Holden Caulfield en El guardián entre el centeno a propósito de los patos en el lago congelado. De dónde viene el sustento cuando el cimiento se quiebra. La palabra “espiritual” aquí parece carecer de sentido. El mundo material no da pie a su luz filtrándose desde ninguna otra parte.
Yo he admirado en las últimas semanas al menos un tipo de valentía personificada en una amistad mexicana a quien conocí en Salamanca. Mi amigo se encuentra escribiendo una novela. O más bien ha escrito una novela y me la ha dado inédita. Según paso las hojas me parece encontrar el reflejo de vivencias personales desdobladas en otros personajes. Todo se percibe vivo y real.
Él escribe regularmente sobre un deporte en concreto. Tiene una crónica dedicada a esa profesión deportiva. Los eventos a menudo se encuentran transfigurados en algo mágico, cuando la magia en verdad brota con sus chorros de agua infinitos, manando de una fuente de no sabemos dónde, en el arte de los deportistas. Y cuando el espectáculo carece de esa magia y resulta francamente inaceptable no tiene reparos en decirlo por su nombre.
Curiosamente, a la par de lo anterior ayer leía aquel fragmento del Libro de los Reyes donde Elías encontraba a Dios en un soplo apacible y delicado, en algún lugar del Monte Horeb. No encontraba a Dios en el viento, ni en el terremoto, ni en la tormenta. Lo hallaba en algo similar a lo escrito por Bash? con su pintura del cuadro “Olor a crisantemos. / Y en Nara, viejas / imágenes del Buda.”
Un amigo fraile capuchino en una conversación sobre estos asuntos reparaba en su supuesta falta de valentía, en su así llamada por él mismo incapacidad para arrojarse de frente a una misión más audaz o imponente. No obstante, él ha sabido llevar adelante con una sabiduría sin par y una devoción sencilla y austera todos los oficios relacionados con su vida recogida de una manera cien por ciento exitosa. El caudal infinito del amor de Dios atempera en su plexo solar un estímulo similar al de Elías cuando andaba allá arriba no sé si huyendo de algo o preparándose para algo más en el Monte Horeb.
Aire.
Y un espacio en blanco.
Otro más.
…
Así.
Continuemos. “Cómo se siente no encontrar un lugar en el mundo” decíamos. “A qué sabe eso de no contar con un lugar adónde ir.” Cómo se encuentra ese no espacio en el no tiempo cuando descubres la clave o la llave de la situación (tú debes crear en el no tiempo el no espacio para encontrarlo). Muchos poetas han hablado de su patria como el lenguaje. Han definido esa patria como la case del ser en relación con la lengua. La creación de la poesía radica en eso, nos parece. En el tejido de una imagen similar a las imágenes del mundo de afuera.
Podemos preguntarnos cómo se compone la poesía. O mejor incluso aún, por qué si la poesía contiene la casa del ser a mucha gente le resulta imposible su lectura. Yo podría contar con los dedos de las manos el número de personas incapaz de pasar sus ojos por las páginas de un libro de poesía. Yo mismo muchas veces no consigo ir de una página a otra.
La poesía, creemos, surge sin buscarla cuando de antemano se ha preparado el terreno para su aparición. Cuando el árbol ha crecido y sus ramas han dado frutos entonces los pájaros del cielo descienden a sus copas embriagados de ese licor verde del follaje. Un día, sin buscarlo, todo queda en pie sin la necesidad de ninguna estructura ni soporte adicional.
Entonces, sentenciamos o fallamos aquí lo siguiente. La poesía no se puede escribir y por eso tampoco se puede leer como cualquier otro libro. Uno no tiene autoridad o jurisdicción sobre ella. No la podemos apresar. No contamos con los recursos para atraparla del mismo modo como tampoco nunca lograremos retener lo intangible de la inspiración. Tan solo se encuentra en nuestras manos la ocasión para invitarla a descender de donde nace.
Les platicaré cómo la leo. En ciertos momentos de las horas tan solo en un instante me detengo y abro al azar un poema. Y leo sin buscar nada oculto. Sin intentar descifrar en esos versos ningún significado para el caso. Tan solo me precipito en el vacío de las sílabas y dejo que me quede encima lo que queda del gusto del sonido. Como una moneda rodando en el suelo hasta dar con la pared.
Yo no puedo ver a mis lectoras y lectores. A menudo me da la impresión de saberme leído por un puñado de solo unas treinta personas a lo sumo. Redactar una columna —seguramente lo saben quienes redactan columnas— tiene algo de saberse solo en el mundo sin nadie más al otro lado de las palabras. Entre otros familiares y amistades, en mi caso cuento con un lector generosísimo en sus puntuales comentarios sabatinos. Me escribe por WhatsApp. Me envía una fotografía de la columna y me saluda con un Don Juan. Me cuenta qué le pareció lo escrito.
La luz del mundo espiritual del primer párrafo la recogimos como idea de un libro de Luis Frayle Delgado, titulado La luz que se filtra. Esa luz en ocasiones viene dada por las amistades o por la familia. Las personas muchas veces sin saberlo operan ese encanto en uno. A uno lo animan a perseverar en el sendero largo y sinuoso de Harrison a la puerta si no del amor sí al menos del ánimo apacible y delicado de Elías donde, se dice, surge el bienestar y la alegría.
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