Agosto envuelve cada día a nuestros pueblos en vida, aprovechándose en ellos a disfrutar de este bendito mes, en el que nuestros pueblos vuelven a tener la magia especial de la vida.
El sol del atardecer anuncia un día más su despedida, llevándose consigo sus rayos de luz sobre el horizonte. Ajenos a esta despedida del astro rey, en las calles del pueblo un grupo de niños se divierte bajando con sus bicicletas una pequeña cuesta, echando la enésima carrera de la tarde, en la que el único y gran premio es poder divertirse con los amigos, en unos ratos que con el tiempo marcarán la felicidad y nostalgia de una infancia disfrutada en los veranos del pueblo.
Por su parte, en la terraza del bar, un grupo de amigos que rondan el medio siglo de vida comparten con calma anécdotas, algunas de cuando fueron niños y compartían el día a día en el pueblo que les vio crecer, del que buena parte de ellos tuvo que marcharse fuera a trabajar. Así, mientras apuran poco a poco unos vasos de cerveza unos y de refrescos otros, el día va tocando a su fin, con la alegría de encontrarse entre viejos y queridos conocidos, alejados de las preocupaciones del día a día.
Mientras tanto, en el frontón los chavales ‘mozos’ apuran los últimos rayos de luz de la tarde jugando al futbito, esforzándose especialmente cuando ven aparecer por el camino contiguo a un grupo de muchachas de paseo, que de reojo les miran sin dejar de charlar, en un cruce de miradas que habla en ocasiones de amores no declarados, o declarados solo con la mirada, ante el silencio de una boca vergonzosa. A la puerta del recinto, hoy los patinetes han sustituido en cierta medida al mar de bicicletas que años atrás poblaban en verano la puerta del viejo frontón, que hoy se ven reducidas en número.
Fuera de la zona deportiva, a lo lejos, por uno de los caminos que baja desde un teso cercano al pueblo, se ve bajar andando a tres amigas que superan las ocho décadas de vida, que no faltan a su paseo de la tarde y a sus charlas en una amistad que se antoja eterna, ayudándose mutuamente y sin percatarse a mantener en forma mente y cuerpo. Disfrutan ya de una longevidad que pese a los achaques de la edad les permite seguir dando y recibiendo cariño de la familia, pudiendo ver crecer a sus nietos, que son fruto de unos tiempos muy distintos a aquellos en los que ellas nacieron, pero igualmente válidos para poder compartir cariño entre generaciones, por muy distintas que sean.
A esas horas, sin embargo, en algunas casas ya se empiezan a escuchar instrumentos de cocina, que anuncian la llegada de una cena inminente para quienes más prisa se han dado en recogerse ese día, deseosos ya de que caiga el sol para poder salir ‘al fresco’, a dar una vuelta por un pueblo que se envuelva ya en temperaturas menos calurosas al abrigo de la oscuridad de la noche.
Y precisamente al caer la noche, tras degustar la cena, comienza también el ir y venir de coches por la carretera que cruza el pueblo, buscando los ocupantes de esos vehículos la plaza de la localidad vecina, que en plenas fiestas patronales tiene verbena. En ella, unos disfrutarán de pasar un buen rato entre amigos, otros aprovecharán a bailar música en directo, y otros acabarán por descubrir un amor que en unos casos será fugaz y en otros el inicio de una relación que traspase el verano.
Con el final de la música nocturna y el retorno a sus casas de los más trasnochadores, la salida del sol por el este anunciará de nuevo la llegada de otro día de agosto en un pueblo lleno de vida, donde se aprovechará para disfrutar de este bendito mes, en el que nuestros pueblos vuelven a tener una magia especial: la vida que nunca debieron perder el resto del año. Sin duda, agosto es el mes por excelencia de nuestros pueblos.