El pregón fue pronunciado a primera hora de la noche del lunes en la confluencia de las calles San Cristóbal, Rastrillo, Lorenza Iglesias y Cárcabas
Excelentísimas autoridades, queridos mirobrigenses, familiares, amigos,
Buenas noches a todos:
Es un preciado e inmenso honor poder volver a ser pregonero en esta bendita tierra; por ello quiero expresar mi más profunda gratitud a las personas que estimaron que mi perfil era el adecuado para esta labor. Como es tradición en Ciudad Rodrigo, un pregón da inicio a una importante jornada festiva. Esa responsabilidad, que durante unas pocas horas evité (Patri sabe bien de qué hablo), hoy me trae con una ilusión desbordante para poder engrandecer el nombre de Ciudad Rodrigo y su comercio. Han sido días emocionantes sumergiéndome en todos los recuerdos que me evocan todas estas calles. Más tarde los desvelaré.
Antes de desgranar lo que va a ser el contenido del pregón, quiero mostrar mi apoyo sincero a los Bomberos Voluntarios de Ciudad Rodrigo y a la labor humanitaria que han desempeñado durante años y que deseo, con todo el corazón, puedan seguir desempeñando. Ellos son quienes de verdad dan sentido a la palabra solidaridad, algo de lo que adolece la sociedad de hoy día. Si queremos cambiar el mundo, valoremos el tamaño del corazón, no la posesión de un título.
Ciudad Rodrigo conserva sus tradiciones reza el lema de estos fastos del mes de agosto. Ciudad Rodrigo debe ser el punto donde converjan todas ellas. Aquí tienen que pervivir desde su majestuoso Carnaval con los guardianes de la dehesa, toro y caballo, hasta la fantástica Feria de Teatro con sus compañías y tramoya; desde San Sebastián asaeteado y patrón, hasta su íntima Semana Santa; desde su color naranja, hasta el verde de la Pesquera; desde las alegres fiestas de sus barrios, al Farinato Sound, pasando por la Feria del libro, que tiñe de cultura estas mismas calles. Aquí no sobra nada ni nadie, porque con valentía todo se lleva a cabo, prueba misma es este día que hoy pregono y que albergará mañana más de un centenar de puestos. Este Martes Chico fue creado recientemente y permite echar la mirada más allá de la muralla y descubrir la vida que tienen estos barrios: un homenaje a lo que se ha hecho toda la vida. Esta fiesta, que ya cuenta con unas pocas ediciones, responde perfectamente al concepto de intrahistoria que defendió Unamuno y que yo me he he apoderado, en numerosas ocasiones, para defender la vida rural:
Don Miguel apuntaba que las naciones pasarán, pero esa cultura de nexo entre los pueblos seguirá perviviendo, es imborrable la identidad. Y nuestra identidad es esta. Él decía que mantener esa sustancia que nos une es la clave del progreso. No podemos perder lo que nos hace tan diferentes a otras culturas, incluso dentro de España.
La intrahistoria no es alardear, sino el ejemplo de la cotidianidad, eso que siempre se ha hecho sin adornos. Ese es el tesoro que hemos recibido y nuestro trabajo es continuarlo.
Miróbriga va ligada al comercio y el comercio de la Comarca va unido a Miróbriga, a su actividad y a su esfuerzo por darle visibilidad. No solo debemos fijar la mirada en estas dos fechas, hay otras cincuenta semanas para sentirse orgullosos de lo que aquí se hace. Hablo de los días sin apellido aquellos que llegan con la dureza y el desgaste en el campo: la rueda traidora de la que hablaba Machado: de ella se esperan los sueños forjados cada día; con ella se desespera cuando la tierra no los revive.
Bien sabemos de esto en la comarca. Yo, Alberto, soy nieto de ganaderos y agricultores, del señor Ángel y la señora Cari por parte de mi padre; del señor Paco y “la Elo”, como dicen en Bodón, por la de mi madre. Pero dentro de estos cuatro pilares fundamentales para entender mi vida, hay uno que hoy me hace especial ilusión destacar ya que estamos en la fiesta del comercio. Mi abuela Elo era la propietaria del Comercio en El Bodón, este sustantivo sí va en mayúsculas porque era el nombre de una pequeñita tienda que hoy regenta mi tía. En esa tienda hemos crecido todos sus nietos llenando de cromos los álbumes de los Bollicao; pegándonos atracones de chocolate Nestlé; teniendo todos los regalos que daban con las cajas de Cola Cao; cogiendo todos los pastelitos, que nunca pesábamos en la báscula (de uno en uno, eso sí, para que no se diera cuenta); comiendo en nuestros bocadillos el jamón york más rico del mundo… pero, sobre todo, crecimos respetando y valorando el trabajo que allí se hacía. El Comercio era el lugar donde se tomaba el pulso a todos los acontecimientos de la pequeña localidad. Allí uno podía comprar una camiseta Ferrys o Abanderado y enterarse del próximo hijo de sus vecinos. Detrás del pequeño mostrador, con una sonrisa y con sus cuentas exactas a mano, estaba mi abuela pendiente de unos clientes para los que no existía ni el horario ni el descanso. La de siestas que me han robado. Esta tienda sería el predecesor, hoy día, de los 24 horas, aunque aquí sí se vendía alcohol después de las 22 (las Peñas nunca se quedaban sin bebida). Así se ganó el merecido descanso por jubilación y una mente privilegiada que nunca ha olvidado nada.
Sirvan estas líneas como pequeño homenaje a las tiendas de cercanía, a las de toda la vida, con las que hemos crecido y a las que hay que defender. Son esos establecimientos los que dan vida a los barrios, a las calles y a los pueblos; los que estrechan el lazo de unión entre propietarios y clientes; los que permiten la supervivencia de la cultura rural y los que nos hacen sentir vivos en un mundo que pide velocidad y alienación.
Permítanme no hacer demasiada distinción entre martes ni la historia de ellos, ya ha habido otras personas que lo han hecho mucho mejor de lo que yo lo podría hacer: mi memoria me jugaría una mala pasada y me perdería entre fechas, reyes, alcaldes y siglos. Sin embargo, sí quiero desvelar mi relación con la zona donde mañana acontecerán los actos de este hermano “menor” de los martes mirobrigenses (la canción instrumental que va a sonar se llama “Revival” no creo que hagan falta traducciones, porque, junto a todos ustedes, quiero volver a vivir mi añorada adolescencia):
“Hay lugares que huelen y saben a poemas
en abierto
a club de jazz, a microclima.”
BORIS ROZAS
Hay lugares que huelen a poemas teñidos de juventud,
al cielo de una mañana de septiembre
donde me hacía pequeñito
en las broncíneas paredes de tu casa, Delio.
Hay lugares que suenan al acero de las campanas carmelitas
mientras me peleaba con Morfeo para que no asestará el golpe final
y venciera.
Hay lugares que desprenden rebeldía
para iniciarse en algún rito prohibido tras el humo del primer cigarro.
Hay lugares que saben a besos robados
en los muros de San Cristóbal.
Hay lugares que significan amistad
portando el color farinato cerca del corazón,
persiguiendo sueños de forma esférica
en un campo, tan nuestro, que se inclinaba
para que yo perforara su red.
Hay lugares que son libertad
para volver una y otra vez,
mirarte en el espejo
y reconocerte, en el paso inexorable del tiempo,
como un hijo de esta tierra.
Después de todas estas confesiones entenderán el profundo agradecimiento que le tengo a estas calles y a este lugar. La Miróbriga de hoy día me tiene enamorado de la misma forma que la que me cautivó cuando era solo un niño y corría por La Florida o La Glorieta con los bolsillos llenos de emoción, o cuando defendía su insigne escudo en el Pabellón de la Avenida Agustín de Foxá con el color más torero que hay, el grana.
Ahora, quizá, soy parte implicada en que este Ciudad Rodrigo del siglo XXI siga brillando con ideas, con juventud, tendiendo puentes y no muros. Entre todos sigamos construyendo un Ciudad Rodrigo que merezca la pena; del que sentirnos orgullosos porque acoge, ayuda y da esperanzas a quien pisa sus calles. Levantemos un Ciudad Rodrigo de futuro, sin descuidar su presente y, mucho menos, su pasado.
Por último, me despido, Miróbriga, con el compromiso férreo de estar siempre para ti; para tus retos y desafíos que te harán más grande. Gracias por brindarme tu apoyo incondicional. Gracias por tu generosidad. Gracias por crear las condiciones idóneas para crecer a tu abrigo, pero, por encima de todo, gracias por aceptarme en tu corazón y hacer que tu carácter haya impregnado mi alma.
De nuevo, una experiencia inolvidable de la que presumiré allá donde vaya, porque, Ciudad Rodrigo, siempre te llevo conmigo.
Gracias por su atención, amigos.
Feliz Martes Chico y feliz vida.