Manuel Briega Marcos dedica un artículo a Román Durán, a quién conoció cuando estudiaban Bachillerato en el Fray Diego Tadeo
Miguel de Cervantes en su inmortal obra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, pone en boca de don Quijote “que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo, la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza". Esas dotes le bastan al hombre para ser bien querido. Román las tenía. Además, poseía la virtud y la sabiduría, que son los talentos del alma. Esta hermosura no ha muerto, ha quedado impresa y marcada a fuego en la mente de innumerables alumnos que Román educó. La hermosura del cuerpo, del hombre que es carne y hueso esa sí ha muerto. La insaciable parca, con su afilada guadaña, se la llevó.
La vida de la hermosura corporal es efímera. Baltasar Gracián en su obra “El criticón” dice que la vida corporal dura lo que tarda en caer una lágrima de nuestros ojos a nuestros labios.
Yo mismo no conocí la niñez ni la infancia de mi estimable amigo, pero otro gran amigo, Rafael Villarón, me informó que Román figuraba en el cuadro de honor de la catequesis en su parroquia de Cerralbo. En la escuela primaria de San Francisco los maestros ya descubrieron la portentosa inteligencia y memoria.
Conocí a Román cuando estudiábamos el Bachillerato en el Fray Diego Tadeo, lo cursó con cierta facilidad.
Una etapa posterior, en su inquietud por el saber, estudió Románicas en la conocida y prestigiosa Universidad de Salamanca, con sobresalientes notas. Cuando se licenció de sus estudios se centró en Ciudad Rodrigo, y trabajaba en el Pabellón de Deportes. Fue un momento de inquietud por saber, que se hizo amigo íntimo de los dos Enriques: Taravilla, el uno, y Don Enrique Bejarano, éste profesor cuando hacíamos el Bachillerato. Ambos eran pozos profundos de sabiduría. Taravilla hablaba el inglés y el francés, sabía de memoria el “Don Juan”, de Zorrilla; Bejarano, ya jubilado, le escribió una carta a Román, que nada tenía que envidiar a las cartas que escribió Bécquer desde el monasterio de Veruela, me la recitó en la residencia unos días antes de morir.
Más tarde hicimos un equipo de fútbol, cuyo nombre fue el “C.D. Foso; entrenábamos en el foso que está a la izquierda, según se baja por la Rúa del Sol; los partidos los jugábamos en Santa Clara. Por ese tiempo, un grupito de los que componíamos el equipo nos quedábamos atónitos de la habilidad de Román con el balón. Cuatro o cinco amigos íbamos a rondar a las chicas guapas de Ciudad Rodrigo.
Una etapa muy digna de tener en cuenta fue cuando él fue profesor de Educación Física. Daba sus clases en el foso o en los Jardines de Bolonia. Lo estimaban en gran manera. Por ese tiempo una de las magníficas rondallas de nuestro conocido y encomiado Carnaval lanzó algunas gratas y animadas coplas sobre “Los niños de Román”.
Román y yo realizamos varios viajes, cuando ya estábamos jubilados. Hicimos parte de la Ruta de Don Quijote; también fuimos a Córdoba, aquí además de visitar todas las joyas de valor incalculable visitamos la residencia que mandó construir Abd Al Rahaman III, de Medina Al-Zahara, en el 929. En otra ocasión hicimos un viaje a los monasterios de Suso y Yuso, donde parece ser que nació el castellano. En otro momento paramos en Soria, entramos en un bar a tomar algo fresco, pues traíamos calor, había un cliente de Soria, nos preguntó que de dónde éramos, Román le dijo que de Salamanca, él nos encomió nuestra Universidad; tú te acuerdas que le dijiste: “sí, pero aquí estuvo nuestro poeta Antonio Machado”, el de Soria empezó a recitar al poeta, y cuando terminó comenzaste tú, a que te acuerdas. El soriano se quedó atónito de tu conocimiento de la obra del poeta sevillano.
Las grandes esculturas que hicieron los escultores, como Lísipo, Policleto, Fídias, Miguel Ángel, en mármol, están sujetas a los elementos de la naturaleza o a las grandes creaciones de los hombres, con el tiempo pueden desaparecer. Sin embargo, las que esculpió nuestro amigo Román y Joaquín Sánchez, que tanto habéis hecho por él, esas no mueren, y no sucumben ante los ladrones, ni ante la diosa fortuna, y ¿sabéis por qué?, porque nuestro gran amigo que se nos fue ¡era escultor de almas!
Dios lo tenga en su seno.
Manuel Briega Marcos