Cada vez menos personas, afortunadamente, conmemoran públicamente ni celebran el día 18 de julio, fecha nefasta para la historia de los españoles que, sin embargo, fue durante cuatro décadas una de las festividades impuestas más solemnemente encomiadas en este país, tanto que el mismo enunciado de su datación ponía nombre a calles, edificios, servicios, consultorios, pagas, cines, puentes y avenidas. Este mismo mes se han cumplido ochenta y siete años del infame levantamiento militar contra la República Española, origen y causa de la más sangrienta guerra civil de nuestra historia y desalmado umbral a la dictadura franquista que asoló esta baqueteada piel de toro durante cuarenta años.
Podría argüirse que la irrelevancia actual de dicha fecha, hace que se haya superado en España cuanto significó, pero no es así. La guerra civil y la dictadura fascista, con sus cercos de miedo, amenaza e imposición, generaron tanto en la configuración institucional de este país como, sobre todo, en las creencias y convicciones condicionadas por el espanto, que una parte de la población, no precisamente anciana, educada todavía en la barbarie de los vencedores, sufre (o disfruta), militando en usos, repitiendo comportamientos y transmitiendo ideas surgidas del desprecio a los vencidos, de la atroz apropiación que el franquismo hizo no solo de la voluntad, sino de los más epidérmicos símbolos nacionales, así como de muchos referentes sociales, tradiciones, creencias y convicciones de gran parte de la sociedad española.
La bandera principalmente, y también todo lo relacionado no solo simbólica sino concretamente con lo clerical, lo castrense o la justificación clasista de la convivencia (títulos, dignidades, nombradías o señoríos), han sido utilizados rastreramente por los intereses reaccionarios tanto durante la sangrienta dictadura como mucho después, de tal modo que hoy es imposible en este país un consenso general sobre los símbolos nacionales, especialmente la bandera, aunque no solo, prostituidos hasta la náusea como adorno, parapeto, escudo y argumento de falsas reputaciones y de los más execrables comportamientos fascistas.
La apropiación de la bandera española por parte de la derecha reaccionaria, ha llegado al punto de servir de identificador en broches, pulseras y adornos a toda una ideología contraria a los valores democráticos de igualdad y justicia social, y es también origen y fundamento del inocultable rechazo que ese símbolo, la bandera, así como otros como himnos, ceremonias castrenses u homenajes religiosos, sean rechazados de plano, significando ese rechazo no tanto el argumento de una militancia concreta cuanto muestra de rechazo a quienes la exhiben y proclaman.
Fusilamientos, persecuciones, asesinatos, tortura, menosprecio, vilipendio o todo tipo de injurias, han sido realizados en este país, desde aquel nefasto 18 de julio de 1936, en nombre del patriotismo, con la bendición eclesiástica y bajo botas militares, y ejecutados al abrigo de los mástiles en que ondeaba una bandera que hoy es imposible que pueda representar a todos los españoles. Los inacabables intentos de una parte de la sociedad de conservar y hasta ensalzar elementos, realizaciones y simbología franquista, entre ellos la bandera y el llamado himno nacional, no hacen sino constatar que la ‘desaparición’ de la festividad del 18 de julio (como lo fue la del 1 de abril o el 1 de octubre), no son sino el burdo maquillaje para mentir una ausencia del franquismo muy lejos de ser real.
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