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Un escrito del pasado domingo 16 de julio del año corriente
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Un escrito del pasado domingo 16 de julio del año corriente

Actualizado 22/07/2023 10:01
Juan Ángel Torres Rechy

Porque la transformación no se debe a la sustancia de nuestras fuerzas, si bien en esas fuerzas con su masa radica el inicio de la voluntad puesta al servicio de dicha transformación. La transformación, en cambio, la opera de una manera intangible lo inefable.

El imperio de la fe se construye por medio de la arquitectura de la renuncia espiritual. No de otro modo —nos parece— podemos entender las palabras del Evangelio sobre la pluralidad de frutos debida a la muerte de la semilla. Hace poco publiqué en mi cuenta de Twitter unas palabras. Las cito de memoria, seguramente traicionando la esencia del contenido. He perdido toda ambición por el mañana. Mis aspiraciones se resumen en traer el ayer al ahora decantado en el crisol de un espíritu trabajado en el camino de la renuncia espiritual. Fin de la cita.

Me resulta sumamente curioso ver cómo la vida nace de esa muerte. Cuando uno deja de buscar las cosas, las cosas aparecen. Así como en sentido inverso las cosas desaparecen cuando uno se empecina en buscarlas por medios ajenos a la paradójica renuncia espiritual. Por momentos, al dejar de hacer algo, uno cae en la creencia de estar obrando mal. A esto podríamos llamarlo una tentación debida a un falso pecado por omisión. No obstante, el caso tiene una explicación clara. Corresponde a la noche oscura del alma, cuando no atinamos a ver las cosas de frente. En la noche del mundo natural y sobrenatural los espíritus invisibles de esas horas sin luz se divierten mortificándonos de la manera más cercana a nuestros talentos y constituciones.

La esfera del día con sus 24 horas y la de la fe con su volumen completo presentan un espacio abierto a la incertidumbre y la creencia sola en algo imposible de comprobar. Posiblemente, probablemente, intuimos, la muerte del espíritu en el modo de la ciencia de la mística cristiana ocurre siempre y cuando anteceda la propia inmolación en los caudales del torrente de las aguas de la vida de lo eterno del mañana en su paso por el ayer hasta el ahora en la citada renuncia espiritual. Porque la transformación no se debe a la sustancia de nuestras fuerzas, si bien en esas fuerzas con su masa radica el inicio de la voluntad puesta al servicio de dicha transformación. La transformación, en cambio, la opera de una manera intangible lo inefable.

Un elemento más lo constituye la vanidad… Y quizá aunada a la vanidad, la prisa. La prisa refleja un estado de ánimo perturbado e inestable. No va de la mano con la serenidad, con la santidad. La calma y el ánimo sereno se encuentran en las antípodas de la vanidad y la prisa. Lo lento dispone del tiempo suficiente para reparar y caer en la cuenta de las trampas de todo lo revuelto por la agitación y el caos. La basura nace de la revoltura, dice el boletín La Escoba disponible en este enlace. Las cosas bellas, por definición, surgen mediante el ejercicio de la contemplación y el desapego. Requieren un tiempo estipulado por parámetros ajenos a los criterios racionales sujetos a la medida de los juicios de la tierra a corto plazo.

La libertad nace cuando el ser humano se libera de la opresión de la cárcel de las pasiones con su esclavitud disfrazada de felicidad… Por eso nosotros no creemos en la felicidad, escribimos junto a otras y otros autores del futuro y el presente. Creemos, más bien, en instantes cuando surgen de la nada motivos para sonreír. El arte de la desaparición propia en el sentido del Carmelo Descalzo, por medio de la renuncia espiritual, acerca a las manos una realidad aparte rebosando en un movimiento nuevo y renovado y renovado similar al del caudal impetuoso de un río siempre limpio y nunca contaminado.

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