“Un niño de 4 años llevaba un zapato sin atar. Me agaché, se lo até y le despedí con una ligera caricia en el cogote, mientras le decía: ya puedes correr. Durante varias semanas, cuando me veía, se alejaba y aparecía de nuevo con un zapato desatado. Después de repetir el rito, a la cuarta semana, le dije: muy bien, ya puedes correr. Pero el próximo sábado espero que vengas con los dos zapato bien atados, quiero felicitarte,. No falló, vino con una sonrisa pícara”. (1980, Casa Cuna de Salamanca). ¿Qué necesitaba este niño?
Esta semana acepté una invitación del decano de psicología para dar una conferencia en un encuentro de la asociación de profesionales sobre Motivación y Emoción.
La psicología dominante durante décadas había sido conductista (consideraban que solo la conducta observable podía medirse científicamente y se centraban en el aprendizaje). Consiguieron importantes logros aplicables a la educación y terapia.
Después se incorporó el cognitivismo. La caja negra en la que el conductismo consideraba que no se podía entrar y trabajar científicamente con sus contenidos. Loa avances espectaculares de la psicología cognitiva desbordó ese prejuicio y se empezó a generalizar y considerar que la terapia más adecuada era la “cognitiva-conductual”, expresión usada aun con frecuencia en la actualidad.
Pero ya a finales del siglo XX, y mucho más en el XXI, se ha abierto otra puerta que nunca debió de estar cerrada: las emociones y los afectos sexuales y empático sociales. Excluir estos contenidos era y es negar una dimensión fundamental de los seres humanos.
En realidad, el malestar o bienestar tiene muchos factores, pero uno de los que tienen gran peso es cómo resolvemos nuestra vida sexual, emocional y amorosa. Nosotros, contra viento y marea habíamos mantenido esta tesis desde siempre, desde mi paso por la Casa Cuna de Salamanca, los sábados por la mañana, con un grupo de alumnos.
Pudimos comprobar que los niños y niñas que llevaban más tiempo estaban más deteriorados. Publicamos, con todo respeto, los datos (López, 1981: Niños en Casa Cuna) Un informe técnico fue aceptado por la dirección, que hizo gestiones en Madrid y consiguió transformar, de arriba a abajo , la institución: el edificio, su nombre y todo sus sistema educativo. Hoy es un Centro infantil, El Charro, normalizado y abierto a toda la infancia.
Sabemos que no basta con dar de comer, vestir y conseguir que los niños y niñas no pasen frío. Un buen sistema de cuidados y los afectos son una condición necesaria.
En los primeros años, la Familia como institución incondicional, y los Centros Infantiles tienen que ofrecer todo lo que los más pequeños necesitan desde el primer día del nacimiento.
Debemos felicitarnos porque la psicología, después de vaivenes y sectarismos, conozca, investigue e intervenga para asegurar el bienestar de la infancia y adolescencia, para empezar.
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