La enseñanza en China me supuso la creación de una narrativa donde todas y todos y cada una y uno de los estudiantes orquestaron un concierto aparejado al ritmo de la lengua del verso de Garcilaso de la Vega, para conformar de ese modo un círculo o una esfera increada donde el afuera y el adentro siguen en el adentro y el afuera de su espacio contenido y no sujeto rodando todavía en estas horas de mis días, cuando la existencia me habla a su modo de algo no escuchado de viva voz, pero no por ello no audible en el eco perdido de su origen sin un punto en el mapa de la cartografía.
A veces la respuesta a algo viene dada mediante recursos imposibles de percibirse —y por consiguiente imposibles de comprenderse—. La poesía en esto alguna enseñanza nos ha vertido en relación con el diseño de imágenes donde no necesariamente percibimos el mensaje deseado de un modo directo y claro, sino que ese mensaje intuido, o esperado, se contempla de un modo velado mediante su reflejo. No está ahí la suma de la respuesta anhelada, mas en esa masa plástica de lenguaje verbal, como en un espejo, aparece su reflejo desde un más allá donde en realidad se encuentra. El mundo con su estructura de un sistema sensible e inteligente se vale de estos recursos poéticos y retóricos para volcarse a nuestra humanidad con una eficacia en su economía sin margen de error a errar el blanco.
No sé si ustedes en algún momento se han percibido como camino de regreso a un punto de partida dejado atrás cuando se emprendió el camino de ida inicial. En Salamanca en una conferencia de Antonio Skármeta escuché el relato de una historia suya donde una bicicleta iba cuesta arriba y no sé si el ciclista de algún modo relacionaba el éxito de esa empresa con el éxito de otro aspecto del entorno de su vida en ese momento. De la cima dependía la resolución favorable de la otra cosa. La bicicleta se volvía su instrumento para conseguir el objeto deseado. El ácido láctico de sus piernas endurecidas no podía frenarlo ni sacarlo de su ruta arriba. Nosotras, nosotros, en cambio, en ocasiones simplemente vamos cuesta abajo caminando con la bicicleta sujetada por el manubrio a nuestro lado. El mismo paisaje de antes, en el pasado pequeño y quedándose atrás gradualmente, ahora se acerca y nos cautiva con su majestad enorme de una visión sin posibilidad de señalarse con palabras como estas. Lo otro —el paisaje— adquiere el protagonismo.
Skármeta en esa ocasión me encomió a perseverar en mis estudios sobre San Juan de la Cruz. Esos siglos de nuestra literatura contienen todo lo imposible y lo posible. Nos los dejes. No le pierdas la pista al pájaro crucificado del vuelo sin dimensiones en esta realidad. Algo así me dijo el autor de la película El cartero de Neruda. Yo percibí en su tono una preocupación incierta. Había salido a la Plaza de Anaya a hacer una llamada telefónica. Se disculpó con un gesto en mi hombro y se puso al teléfono. Años atrás, su programa en el canal People & Arts titulado La torre de papel, con un despliegue maravilloso de contenidos literarios en nuestro idioma de Cervantes, me había cautivado al punto de moverme a tomar la irremediable y acientífica decisión de estudiar lengua y literatura hispánicas. Ahora cuando lo escribo caigo en la cuenta del valor de Antonio Skármeta en mi vida, primero por su programa de televisión y luego por sus palabras en Salamanca. En el inicio me llevó a las letras y a continuación me sostuvo en el trance no místico de entrar en la espesura del umbroso paraje del cántico solitario de un amor no sabemos si correspondido en la figura del poeta humilde de Fontiveros, Ávila, San Juan de la Cruz. Hace unos días a un taxista le recomendé la película El cartero de Neruda.
Volviendo a nuestro párrafo de arriba a la cabeza de esta columna sin cuerpo, recordemos la idea de ver algo no porque se encuentre frente a los ojos, sino por su reflejo en otro objeto sí presente. Con esto en el espacio algunos estudios se enfocan en la investigación de asuntos cósmicos no por la mirada del telescopio en esa inmensidad de un volumen seguro gigantísimo, no por la atención directa de la cosa investigada, sino por sus repercusiones en los elementos sí visibles o susceptibles de una cuantificación letrada y una narratividad numérica sesudas. Con lo que hay sabemos qué no hay. La interpretación de los torrentes del agua del infinito al presente y de la eternidad al ahora necesita la pericia de la semiótica.
Yo enfrento un talante nuevo en mi fisonomía debido a mi trabajo docente. Los años de servicio a la pedagogía los he invertido en la creación de un sistema cordial de razonamiento científico apoyado en los pilares de la lengua española, con énfasis en la literatura hispánica y la cultura latinoamericana. Cinco años de trabajo para China me sirvieron para conocer una perspectiva nueva en torno al foco de atención de nuestro ser latinoamericano en las ramas de los estudios referidos. Ese conjunto de experiencia vital volcado allá en Suzhou, Jiangsu, China, continúa ejerciendo una repercusión inasible en mi día a día cotidiano en la Xalapa de mi vida y en el Conahcyt y el Ciesas-Golfo de mi empleo actual. La enseñanza en el Oriente me supuso la creación de una narrativa donde todas y todos y cada una y uno de los estudiantes orquestaron un concierto aparejado al ritmo de la lengua del verso de Garcilaso de la Vega, para conformar de ese modo un círculo o una esfera increada donde el afuera y el adentro siguen en el adentro y el afuera de su espacio contenido y no sujeto rodando todavía en estas horas de mis días, cuando la existencia me habla a su modo de algo no escuchado de viva voz, pero no por ello no audible en el eco perdido de su origen sin un punto en el mapa de la cartografía de mi nombre ausente aquí cuando digo Juan Angel Torres Rechy.
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