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La música, el tesoro de Villamayor
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La música, el tesoro de Villamayor

Actualizado 21/06/2023 07:56

El pasado viernes 16 de Junio, se estrenó en el pabellón Dori Ruano de Villamayor La verdadera historia de Arenisca Tormis, un montaje musical y artístico creado por la Escuela Municipal de Música de Villamayor con la colaboración de la Escuela de Arge-Estudio de Danza, el Ayuntamiento y la Banda de Música de Villamayor, con música original de David Rivas Domínguez, con la idea de David M. García Serrano, director de la Escuela de Música, y con letra de Elena Martín Bárez. Más de 340 alumnos entre músicos, bailarinas y coro han formaron parte de este estreno, que fue todo un éxito.

Silencio. El director tensiona la cara con un gesto que indica que el comienzo es inminente y articula sus brazos para empezar a dar vida al primer compás de la partitura. Los músicos están sentados y colocados por instrumentos. En su lenguaje corporal se puede adivinar la tensión del momento. Sujetan su instrumento y lo preparan después de la liturgia ya sabida de colocación de los atriles y las partituras, de la afinación y de los retoques previos. Todos están pendientes de ese movimiento del director para que la música pase de estar escrita a tener vida propia. Cada músico va a poner de su parte para que el todo sea posible, para que la melodía vuele libremente por el aire. Cuando empiezan a sonar las primeras notas y acordes algo sucede, porque la música entra por los oídos pero anida en el alma de quien la escucha creando sensaciones, sentimientos y emoción.

Los sonidos fluyen y juntos forman algo que suena bello y armonioso, hecho de lenguaje matemático, proporciones y creatividad. Notas musicales como los colores diferentes de la paleta de un pintor, cada una con su carácter, con su personalidad y su matiz, que se mezclan y dan lugar a otros colores nuevos, gamas y matices, formando juntas un lienzo lleno de armonía y sentido. Si el espectador cierra los ojos, percibe mejor esta sensación. La música es sanadora y reparadora, medicina para la existencia y consuelo para el corazón.

Al principio puede sonar distante y lejana, pero a medida que el tiempo avanza, el espectador la va escuchando con más nitidez y va siendo más consciente de ella, como si le atrapara con una telaraña de paz en medio de las prisas y los quehaceres que nos encallan la vida. Los músicos también van experimentando que son parte de esa melodía, y se sienten transportados a otro mundo. Están disfrutando acariciando las cuerdas con los dedos o empujando aire para que suene su instrumento. Otros tratan de hacer vibrar el suyo, o de marcar un ritmo. Los sonidos van formando una unidad con sentido, precisión, a veces con delicadeza y otras veces con pasión, fuerza y carácter.

Y es entonces cuando la magia se produce y las notas musicales invaden al oyente y a los propios músicos acariciando los sentidos. Entonces la música te envuelve, te abraza, te besa apasionadamente y los músicos más relajados disfrutan, viviendo el presente que es casi infinito, sin planes, sin razones, sin preguntas. Disfrutar sin más. El músico pierde la noción del tiempo y se siente más vivo que nunca. El espectador cierra los ojos para ver con más claridad. Y unos y otros, sin móvil, sin redes sociales, desnudos de tecnologías por un tiempo en el que a nada ni a nadie se echa de menos

Termina la obra y todos vuelven en sí. Aplausos. El público expresa así su agradecimiento y reconocimiento. Los músicos los acogen con orgullo y emoción. Ha sido una fiesta en donde las musas han revoloteado una vez más. Un regalo enorme hecho de sonidos, personas e instrumentos.

Ciertamente, la música nos hace libres y mejores personas porque nos pide esfuerzo y disciplina, cosas que no están muy de moda y nos hace pensar. Nos rompe las cadenas de hacer lo que hacen todos porque siempre se ha hecho así. Además, la música está hecha para hacerla con otros y para otros. La música siempre mira a los ojos a las personas y no se mira su propio ombligo. Es la mejor medicina para curar, pero sobre todo para prevenir la soledad, el aburrimiento o los malos pensamientos. Y hay personas que dedican gran parte de su vida a la música, a componer, tocar un instrumento o enseñar a otros a hacerlo, a cantar… Esas personas han sido siempre muy importantes en la historia, pero ahora más necesarias que nunca en una cultura que a veces valora en demasía la estupidez supina a través de influencers, charlatanes, especuladores y jetas de todos los colores.

La música hace posible que todavía creamos en el futuro de la humanidad y que no nos extinguiremos tan pronto como pensábamos. La música es la alternativa al aburrimiento, incluso a la violencia y al odio. La música nos iguala a los seres humanos en torno a la alegría o a la tristeza, a la esperanza o la utopía de un mundo mejor para todos. Es la alternativa a que nuestro cerebro sea algo más que un gran balón de fútbol. Es el antídoto mejor para una sociedad llena de borregos, tan fáciles de llevar y someter. Nos hace pensar y ser críticos, nos compromete y nos hace mirar hacia la luna más allá del dedo que la apunta. Vivir es cantar, bailar y tocar, amar la música.

Y en medio de toda esta reflexión, como una gota de agua en medio del desierto, está la escuela de música de Villamayor. Ya sé que hay muchas escuelas de música y conservatorios por todo el mundo. Pero es la mía, la que conozco y quiero, de la que formo parte. Mi madre no sé si es la mejor o más guapa, pero para mí es la mejor y la más guapa porque es mi madre. Así me pasa con la escuela de música de mi pueblo. Vaya mi reconocimiento y agradecimiento a todas las personas que la forman, especialmente a los profesores que con su trabajo y dedicación la hacen posible. Villamayor tiene aquí un tesoro, además de la piedra dorada, que hay conservar y potenciar. Gracias a todo este grupo de músicos y profes. Su trabajo no tiene precio. Enseñar y hacer amar la música es sembrar para el futuro, es hacer sostenible nuestra cultura, es suscitar talento y belleza, y es fomentar valores humanos y cívicos.

Al terminar el concierto, una mujer se secó las lágrimas que le resbalaban por la mejilla. Estaba emocionada y agradecida. Su hijo había tocado en la orquesta y le abrazó como sólo las madres saben hacerle, le cogió de la mano y le dijo: ¡qué bonito, ha sido precioso! Cuando salió con él de aquel lugar, contempló la puesta de sol que adornaba el horizonte. Y comprendió que acababa de vivir un trocito de eternidad y agarró más fuerte la mano de su hijo. Se miraron y se sonrieron. Y se fueron a su casa cantando juntos, mientras el sol se despedía de un día más. Hasta le pareció a aquella mujer que el sol silbaba una melodía dulce y casi inaudible…

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