Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el libro que ojeo a cada rato desde pequeño, que quisicosa es “enigma u objeto de pregunta muy dudosa o difícil de averiguar”. Para este escribidor que se entretiene de cuando en vez sobre las teclas del ordenador, el palabro tiene otro significado cual es cosas sin importancia, simplezas o hasta tontunas que uno va descubriendo cada mañana en el sano ejercicio de pasear sin prisas y observar. Porque dice el poeta “se hace camino al andar…” y mis caminos son andar las calles de esta ciudad que enhechiza, sus gentes, sus plazas y rincones, la multitud de monumentos aquí y allá; la Salamanca de las doradas piedras, la que emerge cada atardecer entre sombras y catedrales, la de los estudiantes en sana algarabía y la de los miles de turistas en continuados descubrimientos. Y como digo en plural catedrales, ahí van mis quisicosas y tontunas de hoy, televisivas en un principio.
En un programa de televisión, en un concurso de los muchos que hay se le preguntaba al concursante que trataba de huir del cazador: ¿cuál es la ÚNICA ciudad de España que tiene dos catedrales?, dándole tres opciones y entre ellas, Zaragoza, que fue la respuesta acertada. Lamento que los guionistas desconozcan que Salamanca también tiene dos catedrales, no se sabe cuál de las dos más bella, por lo que la pregunta está mal planteada y a mí como salmantino me enfada. No es la ÚNICA ciudad la bella capital aragonesa en disfrutar de dos catedrales, aquí tenemos la Catedral Vieja del siglo XII, y la Catedral Nueva, rematada a mediados del siglo XVIII, compartiendo la torre de las campanas, en una de las armonías arquitectónicas más singulares que se pueden contemplar. En la Vieja no hace mucho asistí a una boda. Señores regidores de TV, acérquense a Salamanca, les enseñaría las dos catedrales con mucho gusto, quinientos años las separan en su construcción. Dos joyas.
Pero sigamos en la calle. De regreso de un largo viaje, al pasar junto a la iglesia de María Auxiliadora pude observar que el quiosco había cerrado. Plantado allí en el ejercicio de mi permanente curiosidad, tropecé con un cartel que decía Se Vende, con un teléfono de contacto. Sorpresa. Desconocía que las propiedades municipales se podían vender, que se pudiera hacer negocio con algo que es de todos, como un banco, una farola, una fuente o como en este caso un quiosco, que cierra sus vitrinas ya sea por jubilación o por cese del negocio, y que tenía una licencia en precario concedida por el Ayuntamiento. El destino de estos quioscos plantados en la vía pública, cuando cesan su actividad, no es otro que los almacenes municipales, suelen ser en la mayoría de los casos mamotretos y estorbos sin sentido en estos tiempos. Grúa y camión por tanto, para este quiosco y para el de la entrada en la Rúa, también cerrado, del mismo que se hizo con el de la plaza de España, el de Carmelitas junto a la iglesia o el armatoste a la entrada de la plaza del Corrillo.
Y vamos a otra calle aunque me llamen pesado, a la de la Rúa, una de las más visitadas por nuestros cientos de miles de turistas, que fotografían asombrados dos edificios en esta vía, para vergüenza de los salmantinos. El uno, el edificio conocido como el de las tres religiones monoteístas, el otro llegando a la plaza de Anaya, donde aparecieron restos de la época de los vacceos, de un valor incalculable. Los dos abandonados, tristes y cayéndose a pedazos desde hace tres décadas. Mi primer artículo sobre este desafuero data de 1996, ya ha llovido (aunque suframos una larga etapa de sequías), y va a ser a ésta (a la corporación recién estrenada me refiero) a la octava a la que le pido una solución. Y tiene la administración local mecanismos legales y suficientes para solucionar de una vez por todas un asunto que ya huele, como de otros tiempos, como si en esta ciudad imperaran otras leyes o pudieran más otras fuerzas extrañas propias de otros tiempos.
Y aprovechando que el Tormes pasa por Salamanca, permítame señor alcalde, y sin embargo amigo, que le diga que me alegro por su triunfo, mi más sincera felicitación (que esto no suene a peloteo, a mis años nada pido, nada quiero y nada espero). Es simplemente ser consciente de que al ganar usted las elecciones con mayoría absoluta porque así lo quisieron los ciudadanos, ha ganado Salamanca, se ha quitado usted de en medio a unos interfectos que nada aportaron ni podían aportar al futuro de esta ciudad, del nuevo grupo que ha entrado en la corporación, nada digo que me pierdo. Y como sé que usted no va a hacer de su capa un sayo por esa mayoría, tiene un reto muy bonito y muy importante: gobernar para todos los salmantinos. Luchar por el futuro de esta ciudad y escuchar a toda la ciudad (incluida la oposición) en libertad y sin partidismos que es “el mal de los malos políticos”. Queda mucha tela por cortar.
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