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Pasear por pasear
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Pasear por pasear

Actualizado 06/06/2023 07:53

Me gusta pasear por Salamanca cuando la lluvia acaricia la piedra de arenisca de los edificios históricos y empapa mis fantasmas con agua que limpia y pacífica. Pasear porque sí, sin más razón que el paseo mismo, el disfrute de los pequeños detalles, el ensimismamiento en lo que otras veces no vislumbro por ir tan deprisa. Dejar para otro día la conquista de los universos perdidos o anhelados, las batallas recurrentes de mi yo contra lo casi imposible para perderme en la incertidumbre de la ruta no planificada. Pasear por pasear, cerrar los ojos para ver y callar para que hable mi corazón, tan maltratado a veces por mí mismo, tan silenciado, tan olvidado.

Entonces descubro el sonido de esa lluvia fina o gruesa, golpeando sobre el suelo, como una melodía caprichosa y desorganizada que suena a vida. Y no me importa mojarme, sentir las gotas sobre mi rostro y sobre las palmas de mis manos que como un mendigo extiendo para recibir sin esperar nada. Respiro y soy consciente del aire que tomo llenando mis pulmones y que luego expulso, como una rutina interiorizada pero que ahora soy capaz de hacer mía. Todo me parece un regalo inmenso. Ni siquiera miro el reloj, ni el móvil, ni planifico, ni calculo. Solo me dejo llevar. Pasear por pasear

Me paro delante de un jardín donde las flores han comenzado a saludar tímidas. Respiro como queriendo hacer eterno ese momento, y disfruto del momento de estar ahí simplemente contemplando el milagro de la vida, de los colores y los aromas. A veces me atrevo a acariciar una de esas flores o el tronco del árbol que está junto a ella, queriendo sentir la existencia ajena para recargar mi alma, baja de batería. Entonces algunos sentimientos de dudas y miedos quieren aparecer y les digo que me den una tregua, que esperen un poco más. Ahora sólo pasear por pasear.

Voy despacio, saboreando cada paso que doy. No necesito nada en ese momento, sólo estar. No tengo que demostrar nada a nadie, y el maquillaje que uso para disimular mis fragilidades lo he dejado antes de salir. Sin caretas y sin máscaras, tan solo yo mismo. Sé que la lluvia me acoge y me abraza, que el aire me quiere acariciar sin pedirme nada a cambio, que el sol me besa sin más. Y yo me dejo. Miro al cielo y descubro tonos diferentes, formas únicas en las nubes. Pasear por pasear.

Me vienen al corazón recuerdos de personas, algunas que ya no están porque murieron o porque no volví a verlas y me surge el agradecimiento porque son parte de mi historia. Sonrío recordando, o una lágrima acaricia mi mejilla con la nostalgia de un pasado que hace heridas en mi corazón ante la ausencia de tanta gente que no volverá. Pero están vivas en mí, y paseo con la confianza de que algún día volveré a abrazarlas. Y algo en mí me anima a cuidar a los que están, a los que son parte de mi familia, de mis amigos, de mi presente. A seguir disfrutando de ellos, a dejarme cuidar, a abrazar y agradecer más. Y ese rosario de rostros se hace oración de petición por ellos y agradecimiento por su existencia. Pasar por pasear.

He salido a pasear sin ponerme metas, sin objetivos y sin listado de cosas que hacer o comprar. Me siento libre y no me importa si es una ficción o un autoengaño: me gusta esa sensación. Contemplo y admiro. No necesito más. A veces me paro en un bar y me tomo un café o saboreo un vino. Eso ya me parece el éxtasis y me imagino que la vida más allá de esta vida tiene que ser algo parecido. El paladar se abre y descubro infinitos sabores y olores. Es entonces cuando algo me dice que ya es hora de volver, de seguir con los quehaceres. Y termino el paseo.

De vez en cuando me gusta pasear por pasear. Necesitaría hacerlo más veces de las que lo hago. Tiempo para descubrirme, para quererme, para perdonarme, para sentirme. Disfrutar sin más. Sin menos. Con lluvia, con sol o con viento. Pasear por pasear.

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