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Actualizado 02/06/2023 07:54
Ángel González Quesada

“Nuestra incapacidad para defendernos nos coloca en la dependencia de quien nos defiende”. (Perogrullo).

La filosofía política, las teorías de la democracia, el ejercicio de la condición de sujeto democrático, la participación política y los tratados y estudios constitucionales, judiciales y de cohesión social palidecen, se anulan y se esfuman de la realidad, ante las reacciones periodísticas, prácticamente unánimes, que ha suscitado la legítima convocatoria electoral realizada por el presidente del gobierno español para el próximo mes de julio, que ponen su acento en los perjuicios y molestias que tal convocatoria causará al disfrute de las vacaciones, tanto de los periodistas como de las autoridades del Estado y también, suponen, de una gran parte de la gente que, como ellos, optará sin duda por todas las metáforas vacacionales más que por ser parte y fortalecer el más importante acto político, social y de participación democrática, las elecciones generales, que cada persona consciente, en defensa de sus derechos, sus intereses, sus opiniones y hasta sus afanes, debería ejercer como centro y clave de su condición de ciudadanía.

Contemplar y definir la democracia como un correlato de la banalización general de la sociedad, y juzgar los procesos electorales como peleas entre una clase, la política, convertida en una suerte de élites que, sumidas en “sus” propios criterios y lenguajes, sólo han de conectar con el individuo “para servirle y no molestarle” (lo que parece deducirse de la queja “vacacional” de la última convocatoria electoral), es una destructiva transformación de la democracia en una “poliarquía electiva”, reduciendo el demos griego a una ficción lógica que se acepta, o se soporta y tolera, cuyas exigencias, según también cierta teoría periodística muy en boga, pasan únicamente por no interrumpir, estorbar, alterar o siquiera aplazar las necesidades (lúdicas también) de los contribuyentes.

Más que las estrategias y los contenidos programáticos políticos y, a la postre, la preocupación por el presente y el futuro de un país especialmente sensible al cainismo, la envidia y la irracionalidad, y, además, dolorosamente indiferente ante su propia identidad, debiera ocuparnos, y preocuparnos, el raquítico nivel de participación ciudadana de este país; un país que alberga en su historia los más sangrantes ejemplos de manipulación de la gente y hasta de desprecio flagrante de su voluntad, y en el que la corrupción política se ha asentado como una enfermedad incurable, y que contempla ahora (ya sin sorpresa para muchos y con hiriente resignación para otros) que el mayor debate suscitado ante una convocatoria electoral, oportunidad única y brillante de participación directa, se centre en el disfrute (o no) de vacaciones (por quienes puedan disfrutarlas).

Ni siquiera conociendo el nivel de trivialidad de la información política actual de este país, convertida en un pueril marujeo forofista en los medios de comunicación (televisión, radio, prensa escrita y digital), puede dejar de asombrar el nivel de nimiedad a que ha llegado la “crítica” política en España, poniendo ahora el acento en la “quiebra” de las vacaciones, postura de una inconsciencia rayana en la estupidez que, sin embargo contagia, intoxica y hunde en el estupor de la imitación a esa gran parte de la población escasa o nulamente educada en la participación democrática.

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