A veces las columnas se escriben solas (lo dije en la anterior) y a veces se escriben como un relato de ciencia ficción, que es lo que le va a pasar a esta que se publicará el día de mañana de unas elecciones; a priori para elegir alcaldes y algún presidente autonómico, a lo peor, para invocar el fin del mundo, el día de la bestia y la llegada de Belcebú. A la gente le gusta mucho ser agorera y todavía más vaticinar que lo que está por llegar es el juicio final; desde que se escribió la Biblia no se ha inventado nada nuevo.
¿Están ustedes leyendo estas líneas? Pues se ve que el fin del mundo no ha llegado todavía, que ya es tranquilizador; el resto hay que ir apañándolo cada día. Ese apaño diario se llama vivir; y muchos de nosotros vivimos en unas ciudades que requieren también de muchos apaños para no convertirse en lugares de malvivir. El apañador principal es el alcalde, que en cierta película de glorioso recuerdo era un señor que hablaba desde un balcón intentando dar una explicación que no daba (…” como alcalde vuestro que soy” …), pero que en nuestros tiempos insólitos y modernos es un gestor financiero al que muchos intentan convencer de que apañe muchas cosas que no son las que preocupan a los vecinos.
En la Bruselas donde soy residente habitual la cosa se complica porque, además, hay diecinueve alcaldes (uno por barrio para simplificar la explicación) que no tienen porqué estar de acuerdo, y de hecho casi nunca lo están, sobre cosas tan cotidianas como sacar la basura o gestionar el aparcamiento en las calles; cada decisión es un lío morrocotudo del que a veces se sale con la solución más imaginativa y menos lógica posible. Este es uno de los países fundadores del surrealismo, y yo creo que en realidad lo inventaron los políticos y luego los pintores hicieron cuadros, y no al revés.
En la Salamanca donde soy residente ausente no puedo votar, por esa misma condición de ausente; pero no por eso me tiene que gustar lo que veo en las calles que me vieron nacer y crecer. Aquí no hay diecinueve alcaldes, hay pocos habitantes, un casco histórico imponente, un clima relativamente bueno y una Universidad ocho veces centenaria y de cierta reputación. El apañador que salga de las urnas, lo tiene relativamente fácil si se trata de apañar bienestar; cuidar monumentos, acabar con los ruidos nocturnos, reducir la invasión de terrazas y atraer cierto turismo que no venga a despedir al amigo soltero o a tomar copas a un euro. A Salamanca le bastaría con que la quisieran un poco más los que pueden cuidarla porque ella solita saca sus encantos en cuanto brilla el sol, que son unos cuantos días al año, tantos como los que yo me despierto con lluvia en esta otra mi ciudad.
Y hoy se habrán despertado ustedes, queridos paisanos, con un alcalde nuevo o recién reelegido. Háganle saber, y si pueden díganselo de mi parte, que para hacer una labor más que honrosa basta con querer mucho a tu ciudad y querer que siga siendo un lugar apacible para vivir; y díganle que gracias a muchos siglos de historia, de arte, y de sabiduría, merece ser un bonito lugar donde vivir, no un parque temático de restaurantes, bares de copas y pisos turísticos de donde entran y salen jóvenes y no tan jóvenes con sus maletas de ruedas. Y donde a este paso no vivirá nadie de menos de sesenta años.
Y aunque me temo que Machado no pensaba en política cuando escribía estos versos, me da que tal día como hoy nos valen:
“Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora.
Y ahora es tiempo de cumplir las promesas que nos hicimos.
Porque ayer no lo hicimos.
Porque mañana es tarde.”
Que sí, que hoy es siempre todavía y quizás mañana sea demasiado tarde, señor alcalde; sea usted el que sea.
Concha Torres
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