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Nati, de la tierra al cielo de Salamanca
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OBITUARIO | POR ANA PEDRERO

Nati, de la tierra al cielo de Salamanca

Actualizado 24/05/2023 08:09

La Salamanca cofrade está de luto con la muerte de Natividad Martín Rodríguez, Nati, miembro de varias cofradías y madre de Jesús López, ex presidente de la Vera Cruz, Madre y Maestra, donde tanto trabajo hicieron en la sombra para devolverle todo su esplendor. Sus restos están en el tanatorio de San Carlos y la misa de funeral tendrá lugar mañana en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores.

De madrugada, sin hacer ruido, como vivió, se nos iba hoy Nati desde la tierra al cielo de Salamanca, ese cielo que tocaba con sus dedos entre puntada y puntada cuando cosía la ropa de las Vírgenes y el Nazareno de la Vera Cruz, la Madre y Maestra de las cofradías salmantinas.

Nati, madre y maestra también en tantas cosas. Enérgica, tierna, amorosa, mujerona de pies a cabeza. Sabia, con esa sabiduría que dan los años, las alegrías y los dolores, el trabajo incansanble, saber mirar más allá de lo que vemos. No la recuerdo, no sabía estar quieta. Madre de ocho hijos, maestra, catedrática de la vida. Hay que tener mucha ciencia, mucha paciencia, mucho salero, para sacarlos a todos adelante. Madre y esposa, cuidando a su marido hasta el último día. Madre y abuela, sonrisa primera de Hugo, el último en llegar. Madre y abrazo entre sus brazos anchos donde todos cabíamos, jornada continua de puertas abiertas, de tanta generosidad y cariño.

Nati y su hijo Jesús forman parte para siempre de la Salamanca cofrade, de mi Salamanca más querida y más íntima, la de los amigos de verdad, las personas sin trampas, de ley. Siempre en mí. Sin anunciarse, sin pedir nada a cambio, sin reconocimientos, estuvieron cuando más falta hacían, se supieron marchar sin meter ruido. Sembraron, hicieron tanto, tanto... Convirtieron la cochera de la Vera Cruz en la casa de todos, la capilla dorada del Campo de San Francisco en el escenario de los abrazos y los reencuentros, y su casa grande y humilde en una subsede de la cofradía. Una casa para la hospitalidad, para la bienvenida eterna entre santos y molduras de escayola, nuevos mantos, sayas de diario, faldillas, costuras, plancha. Todo por amor, todo en silencio. Somos muchos los que sabemos, conocemos y reconocemos tanto trabajo tan bien hecho, tan generoso, tan sin horas, tan a veces sin agradecimiento. Pero estás, estáis en cada rincón, en cada pliegue, en cada recuerdo.

Nati extendía sus brazos, su mirada aguda conocedora de casi todo y su sonrisa amplia sobre todos como una gallina clueca. Esta madrugada, después de años de lucha mirando a la enfermedad de frente, extendía sus alas para regresar a casa. Porque también los ángeles bajan a la tierra, y ríen, y tienen memoria y manos prodigiosas y viven entre nosotros y aquí se mueren y vuelven al cielo, a lo eterno. Aquí quedan más tristes, más pobres, su barrio de San José, su Virgen de la Salud, también su Cristo de las Injurias, que es mi Cristo, a orillas del Duero. Nuestra Salamora entre el Duero y el Tormes, bajo las cúpulas.

Tantas cosas, tantos recuerdos bonitos, tanta fuerza y energía, una familia criada a su sombra amorosa, tantos hijos a los que enseñó a caminar recto por la vida, a ser hombres y mujeres de bien. Yo tengo la suerte de que el más pequeño se cruzase en mi vida hace ya muchos años y siempre estaré en deuda con ella por regalarme, por compartir desde su vientre al día a día un amigo tan leal, tan fiel, de esos que se cuentan con los dedos de una mano entre miles.

Querida Nati, ya estás bajo la Cruz de nuestro Cristo de los Doctrinos, el que duerme, sonríe y nos abraza, en las manos de nuestra Dolorosa bonita, junto a Cristo Resucitado, al que tanto acompañaste con el corazón vestido de azul celebrando la vida, la Pascua y la primavera, poniendo flores en las manos de los niños, campanas anunciando la alegría por las calles de Salamanca.

Gracias por tanto, por todo, por tu guerra y por tu paz, tanta lucha, tanta energía, por esa ternura que destilabas por los poros de mujer recia, de una sola pieza. Luz en tu vuelo, querida mía. Cuídanos y descansa. Allá arriba te esperan.

POR ANA PEDRERO