No es lo peor la imagen y ejemplo de papanatismo que han vuelto a mostrar todos los medios de comunicación españoles, incluyendo los que se tienen por “serios”, con motivo de las celebraciones de la reciente coronación de un rey inglés; no es lo más vergonzoso y vergonzante asistir a los chabacanos intentos de convertir en noticia trascendente, de portada y titular, esa ceremonia de pompa medieval y soberbia ricachona celebrada en Londres, con enviados especiales, sesudos estudios, “fundamentadas” opiniones y largas tertulias de “análisis” sobre esa coronación, sus circunstancias y sus liturgias... Y no es lo más dañino el haber utilizado en España esa incalificable e inclasificable (por excesiva) ceremonia, para asociar su significado político (de tenerlo) con la supuesta legitimidad de la monarquía española, y argumentar así tanto la justificación de su misma existencia, como la de pasados, presentes y futuros fastos y excesos monárquicos a los que este país está condenado...
Lo peor es la aceptación sumisa sin conciencia de serlo, la indiferencia de rebaño vestida de ciudadanía, la resignación aprendida que parece voluntad. Lo peor es la parálisis mental, la boca abierta, la obediencia ciega y los nombres de nuestra dignidad borrados. Faltan palabras. Sobran palabras ante semejante babeo mundial, ante el insulto, el escupitajo despectivo, la burla interminable... Ante esta repetición de la injuria. O, tal vez, para intentar volver a encuadrar la realidad en lo que importa, en lo que tendría que importar, en lo que debiera ocuparnos, haya de nuevo necesidad de leer, releer, recordar...:
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido impuestas en el pasado. Las tradiciones de las generaciones muertas se imponen como una pesadilla en el cerebro de los vivos. Y cuando éstos, los vivos, cada vez menos vivos, aparentan dedicarse a transformarse y transformar las cosas, a crear algo nuevo, a alimentar la libertad, es cuando aparecen imponiéndose los espíritus del pasado, que les roban a los hombres sus nombres nombrándolos súbditos, masa, rebaño y montón, imponiéndoles guerras, hurtándoles sus ropajes y, con esos disfraces de vejez venerable y un lenguaje inventado para adormecer, representar repetida otra escena de la historia universal”.
KARL MARX, El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte, 1852.
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