En una situación como la que vivimos es inconcebible que los riegos, supuestamente controlados, de parques y jardines, sean a plena luz del día
El mes pasado, marzo 2023, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, denunció en la conferencia de Naciones Unidas sobre el agua en Nueva York que la población mundial “...ha roto el ciclo del agua, destruido ecosistemas y contaminado aguas subterráneas… hemos roto el ciclo del agua. Estamos drenando la sangre vital de la humanidad a través del sobreconsumo vampírico y el uso insostenible y evaporándola a través del calentamiento global...”
Vivimos una situación crítica a nivel medioambiental. No es una crisis climática, como se suele decir, si no una catástrofe con todas las letras, y en negrita, la que nos obliga a tomar medidas urgentes para evitar el temido cambio climático que, por desgracia, está aquí para quedarse.
Uno de los principales problemas de este cambio climático es la falta de agua dulce, ese agua, sin el que es imposible la vida. Hace un par de semanas, una visita guiada a una exposición sobre la necesidad de conservar la biodiversidad del planeta, niñas y niños tenían claro que el agua era imprescindible para que existiera vida en nuestro planeta, al menos, la vida tal y como la conocemos. Era alumnado de 6º de primaria (10-11 años) y en seguida que les hablé del tema dijeron: podemos estar tres semanas sin comer, pero solo tres días sin beber. Me sentí muy orgullosa de aquellas personas que, a pesar de su edad, entendían la importancia del agua, del medio ambiente y de la imperiosa necesidad de cuidarlo, todo, para no perder nada. Lástima que las personas adultas, usufructuarias de su legado, no estén haciendo nada por preservarlo y dejarles así, un planeta donde poder vivir.
El agua dulce, es bien escaso, un tesoro cada día más limitado, que vemos que se desperdicia más y más. Convertimos lugares naturales en jardines que necesitan un mantenimiento muy por encima del que necesitarían si los dejáramos madurar como merecen, porque, no tenemos que olvidar, que una masa forestal, una plantación de árboles, no es lo mismo que un bosque. Los bosques y los parajes naturales a los que se les permite seguir sus ritmos, no necesitan de la intervención humana para subsistir.
Está más que demostrado que la naturaleza nos ofrece infinidad de beneficios; el simple hecho de estar al aire libre y en contacto con plantas y árboles hace que nuestra salud mejore, no en vano se ha reconocido, hace tiempo ya, que existe un Trastorno por Déficit de Naturaleza que, si bien no está aún reconocido a nivel médico, si que está comprobado que afecta tanto a nuestro estado de ánimo como a nuestra salud; este, es provocado por la desconexión que tenemos de la naturaleza y lo que ello implica. Por ese motivo, crear más zonas verdes dentro de las ciudades es una necesidad para mejorar la calidad de vida de las personas y, de paso, mitigar los efectos del cambio climático.
Sin embargo, quienes gobiernan, se empeñan en promover la estética por encima de la coherencia y la ética y, lo que en principio era una buena idea con vocación de solución, termina siendo una pesadilla que lo único que hace es agravar más aún la situación ecológica en la que nos encontramos: justo al borde de la sexta extinción masiva, preludio, de nuestra propia extinción.
Estamos viendo que, este mes de abril de 2023, está siendo disruptivo completamente, con las temperaturas habituales para esta época del año desde que se tienen registros. Los termómetros no dejan de subir, se pierden cosechas (con la escasez que eso va a suponer en el corto plazo), se secan cauces de ríos y pantanos, se empiezan a llenar piscinas y, por supuesto, a regar jardines.
Y aquí, es a donde yo quería llegar. Lo ideal hubiera sido que a la hora de “crear” zonas verdes se hubieran buscado las especies más adecuadas para las zonas en las que se van a plantar, buscando el mejor aprovechamiento, el mayor rendimiento y la mejor renaturalización de esas zonas; sin embargo, como he dicho antes, sigue valorándose más lo estético concreto, sin importar mucho cuánto va a ser su coste posterior.
Puede que hoy plantar un árbol X joven, con un cesped y flores exóticas, sea relativamente barato en comparación con árboles maduros y del entorno, (no hablaré de belleza puesto que ese concepto es subjetivo y, por tanto, no evaluable ahora), pero, ¿cuál es el coste a largo plazo de tener que mantener algo que pertenece a un clima diferente? Eso es algo que hay que mirar cada vez que se van a “crear” espacios verdes: ¿qué cuidados requiere?, ¿nos los podemos permitir?, ¿en detrimento de qué?
Con ese dato en la cabeza deberíamos sopesar si podemos o no permitirnos el lujo de mantener determinadas especies a costa de cantidades ingentes de agua que podemos necesitar para otros usos y que, de facto, supondrá la agonía y muerte de esas especies alóctonas en un futuro próximo. Nuestros pueblos y ciudades están llenos de lugares que tienen un elevado coste hídrico: cesped, plantas y árboles de otras latitudes que necesitan unos requerimientos, muy por encima, de lo que nos podemos permitir.
Hoy, 19 de abril de 2023, se ha convocado la Mesa Nacional de la Sequía, reuniendo en ella a representantes de los gobiernos central y autonómicos y al sector agrario, para analizar las consecuencias de la sequía, sin precedentes, que asola a nuestro país y que vaticina una reducción de la producción agrícola y ganadera este año y, con toda probabilidad, de los venideros también.
El objetivo es claro: saber qué está pasando y que se puede hacer ante la falta de lluvia, la bajada de reservas en pantanos y el aumento de temperaturas de cara al verano. Y , todo esto, sin contar con que tenemos, a día de hoy, un 60% de probabilidades de que El niño (fenómeno climático extremo) nos golpee con dureza este año.
No existen las grandes soluciones para todo esto, si no multitud de pequeñas cosas que se pueden hacer e implementar cada día para evitar, dentro de lo posible, agravar una situación que ya de por sí va a ser extrema a medida que avance el tiempo.
Tengo claro que, de un día para otro, no vamos a poder renaturalizar todo lo que necesitamos para mejorar, o no empeorar más aún, nuestra situación en el planeta. Así mismo, tampoco creo que vayamos a poder remodelar todos los espacios verdes para que sean más acordes con el entorno y más sostenibles pero, sí hay algo que podemos hacer: dejar de desperdiciar agua.
En una situación como la que vivimos es inconcebible que los riegos, supuestamente controlados, de parques y jardines, sean a plena luz del día cuando las altas temperaturas hacen que una gran parte del agua se evapore sin que las plantas puedan nutrirse de ella en unos sitios y que en otros el riego sea tan excesivo que la tierra termine encharcada, con los problemas que eso supone para las plantas. Eso, ni es efectivo, ni es ecológico, ni es sostenible.
Desde aquí, hago un llamamiento a los ayuntamientos para que no solo revisen sus sistemas de riego, si no que implementen los cambios necesarios para no estar paseando con camiones cisterna para regar a las doce de la mañana, ni veamos aspersores en funcionamiento a las dos del mediodía o a las seis de la tarde. Si tienen que pagar a una persona para que riegue antes, ¡hagánlo!, si tienen que pagar un plus a la plantilla para cambiar horarios, ¡hagánlo! El dinero no saldrá de sus bolsillos, si no de los de todas y cada una de las personas que pagan impuestos. Considérenlo una inversión a nivel municipal con múltiples beneficios para la sociedad en su conjunto y para el planeta en general. Demuestren, que de verdad les importan las personas que les han votado, para que velen por sus intereses; casi tres de cada cuatro desastres naturales están relacionados con el agua, así que recuerden, no es buen tiempo, es cambio climático, rieguen, antes del amanecer.
19 de abril de 2023
Ciudad Rodrigo