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Del 23 de abril
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Del 23 de abril

Actualizado 21/04/2023 07:54
Ángel González Quesada

Los días del Libro, universales por sí mismos y convertidos en mercadillo de papel y efeméride, apenas alteran la rugosa piel de la prisa enemiga que los mata y confunde. Con sólo un somero vistazo a los lomos incautos de la biblioteca, que dicen menos que nada y anuncian una explosión de lo por saber, una acuarela inmensa de nombres y epitafios bordan y bordean un 23 de abril que merecería más que el exceso de escasez con que lo andamos, merecerían el más extenso poema épico a la razón, tal vez ya escrito hace cinco mil años. Y el poema a los héroes y a los santos, a los vencidos y a los olvidados. A tantos... Pero también a los inmortales: a Cervantes. Y a Alonso Quijano. No bastará, y en la esperanza de que tampoco sobre, transcribir aquí, cercana la celebración y cercano su olvido, mas también su alegría, este poema de otro inm,ortal, Jorge Luis Borges, escrito cual fuese el hidalgo mismo, mientras lo piensa el bardo en un sueño de Argel:

“NI SIQUIERA SOY POLVO

No quiero ser quien soy. La avara suerte

me ha deparado el siglo diecisiete,

el polvo y la rutina de Castilla,

las cosas repetidas, la mañana

que, prometiendo el hoy, nos da la víspera,

la plática del cura y del barbero,

la soledad que va dejando el tiempo

y una vaga sobrina analfabeta.

Soy hombre entrado en años. Una página

casual me reveló no usadas voces

que me buscaban, Amadís y Urganda.

Vendí mis tierras y compré los libros

que historian cabalmente las empresas:

el Grial, que recogió la sangre humana

que el Hijo derramó para salvarnos,

el ídolo de oro de Mahoma,

los hierros, las almenas, las banderas

y las operaciones de la magia.

Cristianos caballeros recorrían

los reinos de la tierra, vindicando

el honor ultrajado o imponiendo

justicia con los filos de la espada.

Quiera Dios que un enviado restituya

a nuestro tiempo ese ejercicio noble.

Mis sueños lo divisan. Lo he sentido

a veces en mi triste carne célibe.

No sé aún su nombre. Yo, Quijano,

seré ese paladín. Seré mi sueño.

En esta vieja casa hay una adarga

antigua y una hoja de Toledo

y una lanza y los libros verdaderos

que a mi brazo prometen la victoria.

¿A mi brazo? Mi cara (que no he visto)

no proyecta una cara en el espejo.

Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño

que entreteje en el sueño y la vigilia

mi hermano y padre, el capitán Cervantes,

que militó en los mares de Lepanto

y supo unos latines y algo de árabe...

Para que yo pueda soñar al otro

cuya verde memoria será parte

de los días del hombre, te suplico:

mi Dios, mi soñador, sigue soñándome.”

En Historia de la noche, 1977

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