, 28 de abril de 2024
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Mi hogar
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Mi hogar

Actualizado 15/04/2023 09:20
Juan Ángel Torres Rechy

Y lo levantamos, como lo hizo Francisco de Asís en su oración medieval italiana, no con piedras ni con cemento, no con una cosa sobre la otra, sino mediante el recurso inapreciable de la praxis de la espiritualidad en su sentido más laxo y estricto posible.

A menudo salta en las conversaciones la idea de un hogar. Para muchas personas el contar con una casa constituye un hecho carente de importancia. Se trata de algo simplemente dado. No le damos vueltas al asunto. En casa nos esperan o no nos esperan para comer y ya está. Una casa modesta de ladrillos, prefabricada, un departamento, una casa de cartón. Los materiales pueden ser diversos. El número de plantas o de pisos también. La ubicación no la conocemos cuando todavía no la hemos escogido, ni cuando aún no ha diseñado la casa el arquitecto. Pero en este caso no nos referimos necesariamente a un espacio físico en un punto de la tierra. Hablamos del hogar como la construcción de una esfera material e inmaterial donde la suma de nuestra masa y sustancia se acumula y se desborda para la vida en el entorno en su suma más completa.

Un hogar lo construimos. Sus límites físicos y espirituales nosotros los delineamos con el pico de las horas y la pala de los días en el devenir constante del futuro al presente. Toma tiempo el asunto, como toman tiempo casi todas las cosas en la tierra. Nosotros en este siglo XXI nos hemos acostumbrado a recibir en respuesta las retroalimentaciones a nuestros asuntos incluso antes de lanzarlos a la vía pública. Todo aventaja en aceleración y precipitación al ritmo natural de los procesos cotidianos en su consistencia del existir. No podemos esperar. La espera no tiene cabida en la no-espera de la palabra clave de nuestro siglo.

Lamentablemente, volviendo a la cosa del hogar, nosotros lo construimos con la pala de los días. Y lo levantamos, como lo hizo Francisco de Asís en su oración medieval italiana, no con piedras ni con cemento, no con una cosa sobre la otra, sino mediante el recurso inapreciable de la praxis de la espiritualidad en su sentido más laxo y estricto posible. Está en el corazón ese recinto del hogar. Como todas, todos y todes lo sabemos el corazón en sus moradas sencillamente no tiene principio ni final sobre su superficie. Su volumen cubre lo creado e increado no aún todavía pero simplemente sí. Mientras más ensanchemos ese instrumento rojo del seno de la vida de manera no inversamente proporcional nuestra morada se expandirá a un territorio más y más y másss inabarcable.

Como suele ser habitual en este tipo de escritos místicos cocinados en la alquimia del fuego de la palabra impresa en los pixeles, la palabra ética se pone de manifiesto y realce en las primeras de cambio sin dudarlo un instante. En nuestra aproximación al ser humano según la patrística me dice el sentido común solo podemos conseguir el establecimiento de una relación auténtica si en ella media el suministro de transparencia e inocencia vital como recurso del método del diseño estructural del asunto. A estas alturas de mi vida de los 39 años precipitados hacia el comienzo de la mitad hacia los 40 comienzo a preguntarme la razón de la escritura literaria. O la causa. O la finalidad incluso. No sé de dónde sacan sus personajes los autores de las obras. Yo no puedo silenciar mi voz para cederle la palabra a uno de esos otros seres conocidos como entes de ficción. En el mejor de los casos yo mismo soy mi personaje y es ese Juan Angel quien dice a su manera las cosas que yo seguramente diría en un idioma más elevado en relación con el tema de la existencia en unos renglones infinitos de la tinta de la pluma todavía por desenfundar.

Rebeca Leal Singer exalta el sentido, el sentimiento y la emoción derivados del placer estético de la escucha y el sonido en su ensayo en torno a su oficio poético Sobre la diferencia entre oír y escuchar. No solo oye el mundo con todos sus sonidos cotidianos y extraordinarios, lo toca con su escucha, lo interpreta sin descifrarlo con nada que no sea el corazón. Lo sostiene en su oído y lo suelta como una burbuja gigante del tamaño de un poema. Aquí apreciamos la sustancia del ritmo de la poesía como otro sistema del universo cuya liturgia sonora nos devela la sustancia más sutil de la creación. Ese reino espiritual de lo que oímos y escuchamos se torna en otra dimensión más del espacio de nuestro hogar en el mundo. La escucha implica un estado activo del ser para convertir mediante las potencias del ánima todas las cosas sonoras del afuera en un concierto orquestado en el adentro.

Los sociólogos hablan del metabolismo de las ciudades, del consumo, de las economías lineales y circulares. Los flujos de las ondas van de un lugar a otro y se retroalimentan con la generación inacabada de más y más flujos. El vaivén de cada una de las partes le da movilidad a un péndulo donde la energía se genera y se degenera una y otra vez como en el inicio. Con estas cosas de la creación de un hogar y de la escucha sucede algo parecido pero diferente. Mediante un metabolismo adiestrado por la pericia de una buena ciencia médica nos encontramos en la posibilidad de generar algo nuevo al cabo del proceso de la digestión nutritiva. La escucha entrenada se torna en un acto de creación. La memoria adiestrada recuerda de un modo creativo. El cuerpo bien alimentado exhibe unas proporciones deleitables. El seno de la vida bien apapachado reporta una alegría para una interacción amable con la otra, con el otro, con el otre, y por lo tanto va a parar en el surgimiento del hogar tan mentado aquí hecho con las palmas de las manos.

Todos los modelos de la existencia comportan esta cualidad manipulada por la obra de las manos. El actuar del cocinero encarnado en la madre o el padre de familia vuelca en la cocción de los ingredientes un impulso semántico destinado a la creación de un efecto específico. Dicho en otras palabras, el amor de un padre, de una madre, en el platillo, no puede no dejar de percibirse. La semántica de la hechura histórica de nuestro devenir en el siglo se expresa en el hecho volitivo de nuestro quehacer minuto a minuto. La intención se pone de realce en nuestra actividad humana. Sin deberla ni temerla por el simple hecho de llamarnos seres humanos hemos contraído no solo la culpa del pecado original y la potente amistad del hijo del creador, sino también el inmerecido honor de cargar sobre los hombros con la cruz de la responsabilidad de transformar la sustancia de la masa de las cosas en otra sustancia menos parecida a la materia innoble y más cercana a la sustancia de los diamantes y las barras de oro de los traficantes adinerados de las series de televisión.

De este modo construimos nuestra casa, nuestro hogar. El fuego donde ponemos la olla del arroz. La sangre en su espesura nunca dejará de resultar más consistente que el agua de la amistad y por eso la familia en ningún momento podrá pasar a ocupar un plano menos privilegiado en la jerarquía del organigrama de las interacciones sociales como entes filosóficos y no filosóficos. La familia es la familia, así como para otras personas en términos culinarios la pechuga de pollo es la pechuga de pollo. Hay cosas que ni qué nos dicen en la tele. No obstante, al margen de esa dimensión de la puesta en página de nuestros trabajos y ensueños como seres racionales, el contacto con el resto de las personas y la interacción social cocinada al fuego de nuestro espíritu rutilante sin querer queriendo apuntalan los cimientos del imperio del hogar donde el nombre de nuestras personas se presume en la alfombra al pie de la puerta de entrada debajo de la suela del calzado.

Mi casa la edifico con mi verso

tan torpe como flaco y diverso,

sonando sus monedas esparcidas

ahí en su recinto donde peno.

Su ripio lo cincelo con desvelo

y afino su ronquido cuando duermo,

soñando lo repito diferente

y encuentro que su autor a mí me cita.

Su música la empapo en la sequía

infértil de la tierra de mi alma,

recuerdo en el silencio de mi oyente

aquello que olvidé cuando escribía.

Xalapa no la hallo en su sílaba

tornada caracter allá en China.

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