La escenificación de la bajada de la imagen articulada del Cristo supone el momento culmen del Viernes Santo en la capital del Abadengo
La Semana Santa lumbralense conserva dos actos emblemáticos que los vecinos mantienen entre la devoción y la tradición: el Vía Crucis por las calles de la villa y el acto del Descendimiento de la Cruz, que se representa con gran plasticidad y dramatismo en la iglesia parroquial el Viernes Santo. El Descendimiento de la Cruz se remonta, al menos, al siglo XVI, época en la que está datada la talla articulada del Cristo, propiedad de las familias Arroyo Cambronero y Santiago Santiago. Son los varones de esta saga quienes, generación tras generación, hacen posible la recreación de este acto, en colaboración con la parroquia.
Un año más, al atardecer del Viernes Santo, el tempo parroquial de Lumbrales acogió el Sermón de la Pasión y el Descendimiento, dirigidos por el párroco Andrés García. La gran Cruz con la imagen articulada del Cristo presidía la escena desde un lateral del altar, arropada por miembros de las familias propietarias y amigos. Subidos a lo alto de sendas escalera colocadas a ambos lados del madero, dos hombres procedieron al descendimiento del Cristo siguiendo las indicaciones del predicador. Tras la retirada de la corona de espinas y del letrero de INRI, los dos varones fueron desclavando las manos de la imagen, a golpe de martillo, bajando los brazos y dejando caer la cabeza -uno de los momentos de mayor dramatismo-. Mientras, desde el suelo, otros varones sujetaban la imagen con un largo sudario. En estas tareas colaboraron por primera vez dos mujeres de la familia, Azucena y Ana Arroyo.
Finalmente la imagen del Cristo fue cogida en brazos por los dos hombres y presentada ante la imagen de la Madre Dolorosa, antes de depositarla en la urna sepulcral de cristal.
El sepulcro, y las imágenes de El Calvario, La Piedad y la Dolorosa fueron sacados después en la Procesión del Santo Entierro a hombros de los hombres y mujeres de varias familias que desde hace tiempo se ocupan de cada uno de los citados pasos. La procesión por la calles céntricas del pueblo discurrió en silencio, roto a intervalos por las voces graves de un grupo de hombres entonando el Miserere.
La procesión, tras una parada en la ermita del Humilladero para dejar dos de los pasos, continuó hasta la iglesia parroquial, arropada por los lumbralenses, entre ellos los miembros de la Corporación municipal.