Parece que, viendo la abundancia de procesiones de Semana Santa, con tanta asistencia y mostrando una solemnidad tan llamativa, como que no quedara lugar para el sentimiento de soledad y de abandono. O, si lo hay, éste estará en otra parte. Pero lo cierto es que sigue habiendo muchos abandonados y solitarios.
En la homilía de la misa del Domingo de Ramos el Papa se centró precisamente en la denuncia de esa realidad de tanto sentimiento de abandono al que se ven avocadas multitud de personas y aun de grupos humanos.
Le llevó a ese reconocimiento y denuncia del abandono al que se ven sometidas multitud de personas, el hecho del sentimiento de abandono, no sólo de los hombres sino incluso nada menos que del mismo Dios, del que sabe que es su padre, sentimiento que conduce a Jesús de Nazaret a un increíble grito de protesta, mientras está colgado de la Cruz ignominiosa que le llevó definitivamente a la muerte.
El grito en cuestión es éste: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Es el comienzo del salmo 22, en que aparece la queja del justo abandonado por Dios y que Jesús hace suya.
Este reconocimiento del abandono que sufre el Hijo de Dios lleva al Papa a centrarse en multitud de personas que hoy se sienten, y en muchos casos, están de hecho abandonadas. “Pueblos enteros son explotados y abandonados, los pobres viven en nuestras calles y miramos a otro lado. Los migrantes ya no son rostros, sino números, los prisioneros son desheredados, la gente es descartada como problemas”, clamó el Papa Francisco.
No olvidó ni siquiera a los jóvenes, a los que muchas veces creemos exuberantes de alegría y gozo, y alejados de la soledad: el Papa menciona a los “jóvenes que sienten un gran vacío interior sin que nadie escuche realmente su grito de dolor” y que “no encuentran otro camino que el suicidio”.
En la homilía se refirió también el Papa Francisco a los momentos en los que la gente siente “dolor extremo, amor que fracasa o se ve rechazada o traicionada”. Mencionó también a “niños que se ven rechazados o abortados”, matrimonios fallidos y “formas de exclusión social, injusticia y opresión (y) la soledad de la enfermedad”.
Francisco habló incluso de un hombre alemán sin techo que murió “solo, abandonado”, bajo la columnata que rodea la Plaza de San Pedro, donde a menudo duermen personas sin hogar.
La tentación de los hombres de hoy, incluidos los cristianos, es la de creernos, en actitud puramente negativa, que todos los males del mundo son naturales y fruto de la condición del hombre y, por tanto, no tienen remedio.
Y, sin embargo, los creyentes tendríamos que tener en cuenta que, a los dolores y soledades de la cruz de la Semana Santa, siguen los gozos y las alegrías de la Resurrección. La muerte y el dolor son vencidos por la fuerza de la vida del Resucitado. Incluso Cristo nos enriquece con la fuerza del amor que, estamos seguros, es la condición que puede superar todos los males.
Nuestros antepasados utilizaban con normalidad la expresión de “Pascua Florida” para referirse al tiempo y a la condición en la que vivimos los días y los gozos que siguen a la Resurrección. Claro que esa expresión es válida para el norte del globo terráqueo y no para el sur, donde la pascua coincide en el invierno.
Hasta las comidas reflejan el valor positivo y agradable de la pascua: comemos hornazos, chochos, huevos de pascua con presencia de chocolate, torrijas, etc., etc. Aunque muchos adelantan sus alegrías con el goce de las vacaciones: en el mar, en la montaña, en el disfrute de las casas rurales, o en los viajes turísticos del interior o del extranjero. Quizá incluso el disfrute de las vacaciones se enriquece con la compañía de las propias familias o de los mejores amigos. En todo caso, superando la soledad y el abandono. ¡Feliz Pascua!
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