Con motivo de las próximas elecciones municipales y autonómicas, uno de estos días pasados, escuchaba por la radio que el censo electoral de Castilla y León ha disminuido, desde la votación en 2019 hasta esta ya inminente, en casi cuarenta mil personas.
Cuarenta mil personas menos, en el transcurso de cuatro años, es el equivalente a una pequeña ciudad que perdemos, en solo cuatro años. Y parece que nos da igual. Y a nuestros gobernantes tampoco parece importarles gran cosa, entretenidos como están en peinetas y otras lindezas.
Un mismo partido nos lleva gobernando ya casi el número de años equivalente a lo que durara la dictadura. Y, pese a las palabras (que se las lleva el viento, como es bien sabido), vamos a menos.
Vamos perdiendo, periódicamente, un censo de población equivalente a esas pequeñas ciudades, tan hermosas, antiguas e históricas que tenemos, como, por ejemplo, Astorga, Béjar, Benavente o Ciudad Rodrigo…, por no poner sino unos significativos ejemplos de poblaciones que tienen todas ellas menos de esos cuarenta mil habitantes que hemos perdido en el censo electoral desde 2019 a 2023.
Pero nos callamos y lo soportamos todos, como esos bueyes, de los que Miguel Hernández decía que nunca habían medrado en los páramos de España. Pero cómo medran aquí. Parece que el conformismo y la cobardía nos amilanan.
Nuestros jóvenes –de cuyas titulaciones y nivel tanto presumimos– se van a buscar la vida en otras partes, donde la hay. Y aquí solo queda el envejecimiento, la despoblación y el abandono. ¿Se puede sacar pecho en nuestra tierra de algo?
Estos días vacacionales, del tránsito del invierno a la primavera, nuestra tierra está muy hermosa, con la floración de los árboles frutales, de cerezos, perales, manzanos, ciruelos…, tras la estela de los almendros tan madrugadores. Parece que todo estuviera llamando a la resurrección, a través de esa floración a la que también ponen lo suyo esos arbustos de brezos y escobas o retamas, con las tonalidades violáceas y blancas y amarillas.
Parece que todo llama a la resurrección, a la prolongación de la vida. Esa resurrección que León Tolstoi plasmara literariamente en una de sus últimas novelas, de título homónimo, espiritualista, como las de nuestro Benito Pérez Galdós (lean Misericordia).
Pero aquí –paradojas de los noticiarios, con motivos de nuevas elecciones–, en nuestro censo electoral, hay casi cuarenta mil electores menos que en 2019. Hemos perdido el equivalente a una pequeña ciudad.
Pero ahora nos regalan –como engaño preelectoral consabido, pero del que nunca aprendemos– y nos engatusan con los caramelos de palabras, de rebajas que nos vienen de todo tipo, para que degustemos la mentira, para que caigamos en el viejo señuelo como siempre.
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