“Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo”.
MIGUEL HERNÁNDEZ, ‘Para la libertad’, en El hombre acecha, 1938.
Pedro Santiesteban, Francisco Acosta, Miguel Ángel Zamora Antón, Marcelino Camacho, Eduardo Saborido, Francisco García Salve, Nicolás Sartorius, Juan Muñiz Zapico, Fernando Soto Martín, Luis Fernández Costilla. Posiblemente ninguno de estos nombres, o excepcionalmente solo alguno, y anecdóticamente, serán recordados hoy. Sin embargo, hace cincuenta años fueron centro y clave de la lucha por la democracia española de hoy, luchando y arriesgando su libertad y su propia vida por evitar que el oscuro franquismo hurtara a la sociedad española los restos de su autoestima, y fuese capaz de ganarse como hizo, mediante la lucha sindical, la democracia y la libertad.
Como cada eslabón de la pequeña historia de este país que tiene que ver con la lucha por los derechos y la dignidad, la manipulación y la ocultación de hechos y efemérides es moneda de uso corriente en la información y en la enseñanza, más en estos días en que la colonización religioso-sectaria de la realidad se enseñorea y condiciona la libertad de todos. Hay, sin embargo, hechos e intenciones que pueden hacer caer algunas vendas de los ojos, como por ejemplo, la exposición “Para la libertad. El proceso 1001 contra la clase trabajadora”, en la Biblioteca Nacional (Madrid), hasta el 25 de junio.
El llamado “Proceso 1001”, un sumarísimo Consejo de Guerra franquista en 1973, condenó a penas de hasta 20 años de prisión a cada uno de los sindicalistas nombrados. Si ha sido manipulado y reescrito (y ocultado) el relato histórico de las diversas luchas del pueblo español por conquistar espacios de dignidad a lo largo del tiempo (como el verdadero significado y la incomprensible impunidad para con los responsables de la Guerra Civil y la dictadura franquista, la publicación clarificadora de los vergonzosos condicionantes e hipotecas que la llamada Transición Democrática aceptó para su (nuestra) propia respiración, o los chantajes, amnistías, auto-absoluciones o sobreseimientos económicos, financieros, militares o judiciales con que los rentistas del fascismo construyeron sus permanentes y soleados refugios, y hasta los desprecios administrativos que ha tenido que soportar, y todavía, cada ciudadano de este país de todos los demonios de la codiciosa sevicia y el cainismo), no es de extrañar que se oculte una conmemoración como la del llamado “Proceso 1001”, un juicio celebrado por la dictadura franquista contra los sindicalistas nombrados, condenados en aquel proceso a casi ciento setenta años de prisión por el “delito” de luchar por los derechos de los trabajadores españoles (lo que era luchar por su dignidad y su libertad), y solo se entrevea su realidad a través de una efímera (y emocionante) exposición inaugurada en Madrid.
La muestra recorre los distintos hitos del proceso judicial, que terminó siendo un juicio al propio régimen franquista, entonces cada vez más aislado aunque todavía con la suficiente fiereza como para intentar sumir en el olvido (y en la cárcel de por vida) a cualquiera que osase intentar abrirle las puertas del pensamiento a las decenas de millones de rehenes del fascismo español. Una ola de solidaridad internacional (de la que esta exposición da noticia y que ha sido ocultada durante estos diez lustros por todas y cada una de las administraciones “democráticas”), concitó protestas de figuras de prestigio internacional, como las de Jean Paul Sartre, Pablo Picasso, Arthur Miller o Marlon Brando, que no solo se solidarizaron con los sindicalistas condenados, sino con sus entonces esposas, esforzadas mujeres encargadas de tramitar los recursos, entrevistarse con autoridades, intervenir en los numerosos (aunque vanos) actos de solidaridad en el extranjero o mantener a flote tanto la moral de los condenados como la dignidad de sus familias y camaradas golpeados sin medida por la furia de los últimos estertores del franquismo (aunque hasta la muerte del dictador, en noviembre de 1975, y aun algunos meses después, la inquina criminal de los vencedores de la Guerra Civil siguió mostrando, como con las condenas a muerte del 27 de septiembre de 1975, sus sangrientas fauces).
Cárcel, torturas, destierros y asesinatos de sindicalistas españoles fueron comunes en los años de la dictadura, y existen valiosos libros que así lo explican con detalle y datos contrastados, como los escritos por Nicolás Sartorius, uno de los condenados en el 1001 y una de las voces más preclaras, nítidas y veraces de que dispone la historia del franquismo (y que, como el cincuentenario de aquel proceso, la intrahistoria de la cotidianidad del franquismo, sus temores, sus miedos, sus luchas y sus esperanzas, o, en fin, todo lo que incluye la recuperación de la memoria histórica, siguen siendo arrinconados, manipulados, obstaculizados, ridiculizados, cuestionados o directamente escondidos en este país).
En esta semana que algunos quieren santa apropiándose de conceptos y valores como la solidaridad, el dolor, la piedad o la ayuda al débil, debe decirse que hace cincuenta años fueron condenados a penas aún más duras que las impuestas a criminales y asesinos, un grupo de hombres, dirigentes del entonces ilegal sindicato CC.OO., cuyo único delito fue hacer reales esos mismos conceptos, la solidaridad, el dolor, la piedad o la ayuda al débil, que entonces eran, como siguen siendo, proyectos de libertad y senderos del pensamiento, y que nunca tuvieron la necesidad, para ser comprendidos, de ocupar las calles con la trompetería de corifeos enmascarados.
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