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27 de marzo: El gran teatro y el pequeño mundo (y viceversa)
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27 de marzo: El gran teatro y el pequeño mundo (y viceversa)

Actualizado 23/03/2023 12:06

“La batalla hace furor. Se oyen tiros, bombazos, ráfagas de ametralladora. Zapo, solo en escena, está acurrucado entre los sacos. Tiene mucho miedo. Cesa el combate. Silencio.”- FERNANDO ARRABAL, Pic-nic (acotación).

Con la acostumbrada parafernalia oficialista y la previsible repetición gregaria, se celebrará el próximo 27 de marzo el Día Mundial del Teatro, una celebración instaurada por la UNESCO a través del Instituto Internacional del Teatro. El comunicado oficial, que será leído en miles de escenarios de todo el mundo, ha sido escrito este año por la dramaturga Samiha Ayoub. En él, con un lenguaje sensiblero y de autoalabanza, abundante en ñoñerías seudopoéticas y carente de fuerza reivindicativa alguna, la autora egipcia repite lugares comunes, obviedades escolares y los ingenuos adjetivos con que desde hace años quiere nombrarse como Teatro la espectacularidad comercial y mercantil, política, económica y de plusvalías que ocupan hoy la inmensa mayoría de los escenarios.

Desde ese momento en la noche de los tiempos en que alguien presta atención a lo que otro alguien hace, comparte o imita con la voz o el gesto, el Teatro se ha convertido en el máximo medio de comunicación cultural humana en cualquier ámbito, síntesis a través del tiempo de otras artes como la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza o el canto. Atravesado el tiempo con épocas grandiosas para el arte escénico, el Teatro se ha engrandecido desde la era de Pericles en la Grecia antigua, pasando por los ardientes siglos del Renacimiento en Italia o en España y la estricta Inglaterra isabelina, los incendios pasionales del Barroco francés y tantas otras épocas, escuela y movimientos. El Teatro ha sido, es y será, mucho más grande que los deslumbramientos en que lo disuelven y, por supuesto, muy otra cosa que ese ignorante insulto de mediocres y demediados, que utilizan la palabra “teatro” para definir y descalificar lo falso, lo fingido o la misma mentira en política y otros ámbitos de la simulación, llenándose la boca de un desprecio por el Teatro que solo a ellos mismos retrata.

Teatro de nombres y de obras, de actores, actrices y técnicos, directores, tramoyistas, figurinistas, regidores y mil oficios relacionados con la puesta en escena y la dramaturgia, que este 27 de marzo, y ojalá otros trescientos sesenta y cuatro días cada año, merecerán un recuerdo al misterio del teatro clásico, un saludo a la máscara, un brindis a las pantomimas y una inmensa alfombra a la filosofía vital de los diálogos latinos, al silencio expectante de Beckett, al drama religioso o a los autos de Lucas Fernández, a la Commedia dell’Arte y sus arlequines, a los pícaros de Mateo Alemán , los vagamundos de Grotowski, al escenario de medio cajón y el italiano, y los palcos, el banco, la butaca, el suelo del patio de comedias...

Y tampoco olvidar este día, en medio del tráfago de nombradías “teatrales” con pies de barro descubridores de mediterráneos cada hora, imitadores, plagiadores o volatineros de la boca abierta, a Aristófanes ni a Ruzante, a Vitrubio y Sabbatini, a Calderón, a Lope y a Cervantes, a Shakespeare y su alter Ben Jonson o su espejo Marlowe, a Corneille, a Racine, a Moliere... No olvidar que fueron también fuertes columnas del arte de Talía los textos de Goethe, de Schiller, de Camus y de Sartre, de Balzac, de Dumas... Y Juan Rana y Moreto y los alcaldes y el gran Quiñones...

El Día Mundial del Teatro es no solo el de Valle-Inclán y una bufanda, o la ardiente oscuridad de Buero Vallejo y el grito estentóreo de Romero Esteo o de Luis Riaza; también el cálido querer de Alfredo Sanzol y las tortugas de Juan Mayorga, los brillos de Angélica Liddell o la interminable escalera de Alonso de Santos, el genio traspasable de Arniches y la pasión ahogada de Jaime Salom o las esquinas ciegas de Benavente... El teatro es Ibsen, Strindberg, Chéjov, Gorki, Tolstoi y también los nunca olvidados Bernard-Shaw u Oscar Wilde... Y Harold Pinter y Peter Handke. Nombres que configuran la historia del Teatro con un aliento que aún respiramos y sus columnas fuertes, inquebrantables y nuestras, que se llaman Stanislavsky y Meyerhold, y también Maeterlink, Rostand...; y Eugene O’Neill...

Pronunciar sus nombres, evocar sus tiempos y hablar de sus grandezas es el mejor homenaje que un 27 de marzo entre cajas, después de un mutis o justo antes de alzarse el telón -dentro batería, fuera sala-, puede hacerse a un arte hoy confundido con la trompetería: ser o no ser. Como el Teatro, un teatro puede estar vacío (dibujaba Peter Brook) aun con el aforo completo; y estará lleno, rebosante de autenticidad y fuerza con un único espectador que mira y escucha, cual en la noche de los tiempos y ayer mismo en la función de las nueve, a otro alguien que actúa para él.

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