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Nuestro suicidio
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Nuestro suicidio

Actualizado 11/03/2023 09:06
Ángel González Quesada

“Comenzar a pensar es comenzar a estar minado”. A. CAMUS, El mito de Sísifo.

El aumento del número de suicidios, imparable en todo el mundo y acentuado en los últimos años hasta convertirse en la primera causa de muerte no natural, es analizado por institutos sociológicos, equipos psicológicos o gabinetes estadísticos, dando detalle de las franjas de edad, las localizaciones geográficas o el género de quienes se suicidan, en un intento de reducir a lo numérico o lo estadístico una realidad que, para tratar de explicarnos precisamos mirar mucho más allá de las puntuales circunstancias económicas o sanitarias, geográficas o demográficas, en que queremos encuadrar esta pavorosa realidad del presente.

En algunos de los ensayos de El mito de Sísifo, la genial obra de Albert Camus publicada en 1942, se reflexiona sobre las causas profundas de la naturaleza íntima de la pulsión suicida, poniendo el acento no solo en los argumentos puntuales, evaluables o “lógicos” que conducen a la pérdida de la esperanza asociada al cambio del modo de vida (enfermedad, dificultades económicas, pérdida de seres queridos, guerras, miseria...) que asociamos a la mayor parte de los suicidios, sino profundizando en las tracciones íntimas de la apreciación del absurdo de la vida y en la negación de cualquier convencimiento de que la vida, como tal, la propia vida, merezca ser vivida:

“...todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio alguna vez. Por consiguiente se puede reconocer, sin más explicaciones, que hay un lazo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada” (Camus, o.c.).

Con especial incidencia en adolescentes y extranjeros (¿quién no ha sido en algún momento una u otra cosa, o ambas?), el aumento de suicidios nos plantea como sociedad y como género humano, tanto cuestiones relacionadas con la desatención o la indiferencia de los demás ante situaciones límite en las personas a quienes una decepción, un derrumbe vital o un fracaso absurdo plantea el camino del suicidio, cuanto el dolor solitario sin apoyos de los desarraigos y de los exilios o el estupor de los desplomes de un mundo que no reconocen:

“...en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente un extranjero. Este destierro no tiene recurso, puesto que está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Este divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo”. (Camus)

Tantas razones, tantas interpretaciones para tratar de explicarnos una tragedia que nos infecta y nos mancha. De cada suicidio, en mayor o menor medida, somos culpables. Que un adolescente decida quitarse la vida porque le hacen sentir diferente o excluido, es también asunto nuestro que negamos el mundo como lugar para esa integración y esa igualdad. Que un anciano comprenda que la única esperanza es la repetición de su propio sufrimiento, sin que le abramos ventanas a la luz de siquiera una mirada, es también asunto nuestro. La indiferencia, la desatención, el individualismo egoísta, la negación de la belleza y el esconder la dulzura, el desprecio del sufrimiento ajeno o la inmersión consumista de nuestras sociedades en un mundo en que el ser humano, la persona, sus pasiones y anhelos no tienen, ya no cabida, ni siquiera mención, no es una realidad incontestable ni un fenómeno natural, sino un constructo vil, barato y cruel creado por nuestro propio auto desprecio como comunidad:

“En el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El juicio del cuerpo vale el del espíritu, y el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento. Tomamos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar” (Camus)

Poner atención, acercarse, comprender, ayudar. Palabras sencillas que parecen albergar una suerte de contenido piadoso o religioso que están muy lejos de significar, porque quieren encuadrarse, y así lo hacen en estas líneas, en el núcleo de la naturaleza humana y deberían formar parte activa de ella. Quizás no se evitarían muchos suicidios (o tal vez sí) poniendo en práctica esas cuatro obviedades que, en un asunto como el suicidio se convierten, o pueden convertirse, en peldaños hacia la esperanza:

“Los periódicos hablan a menudo de ‘pesares íntimos’ o de ‘enfermedad incurable’. Estas explicaciones también son válidas. Pero sería necesario saber si ese mismo día un amigo del desesperado no le ha hablado en tono de indiferencia. Ése es el culpable. Pues eso puede bastar para precipitar todos los rencores y todos los agotamientos (...) Matarse, en un sentido, y como en el melodrama, es confesar”. (Camus)

(Citas: ALBERT CAMUS, El mito de Sísifo, ‘Un razonamiento absurdo –El absurdo y el suicidio-‘, 1942 (traducción de Julio Lago Alonso, Ed. Aguilar, México, 1959-73)

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