Mujeres y madres

Acabamos de celebrar el día internacional de la mujer, 8 de marzo. El tema de la reflexión sobre la mujer frente a la reflexión sobre el varón está complicando mucho las cosas en torno a la valoración de la mujer. Mal está la infravaloración de la mujer, pero el camino para superar esa posición no está en olvidarse, y mucho menos enfrentarse con los hombres. No basta que haya mujeres feministas, ni siquiera que haya hombres feministas, aunque el compromiso conjunto del varón y de la mujer, igualándose en el reconocimiento y en el tratamiento de unos y otros, parece el mejor camino para poner a la mujer en el mismo nivel de los varones.

El camino para avanzar en la superación de esta problemática de mantener alejadas del trabajo y de los puestos de responsabilidad y de la capacidad de decisión a las mujeres, es seguramente la educación de unos y otros para el reconocimiento de la igualdad de ambos.

El reconocimiento de la igualdad de las mujeres y de los varones es difícil y problemático, si cabe incluso más, en el reconocimiento y tratamiento de igualdad de los dos géneros en el campo de la justicia. El problema de la violencia llamada de género está ahí, y complica la proyección en las leyes y en el tratamiento judicial de las mismas.

Sería bueno reconocer los valores de las mujeres y aprovecharlos en todos los posibles campos, porque eso realzaría esos mismos valores, y contribuiría a enriquecer los valores mismos de la comunidad o de la sociedad civil.

Y esto está teniendo implicaciones también en el reconocimiento de los valores de la mujer y de su aprovechamiento al interior de la iglesia católica. Aunque no se llegue a la ordenación sacerdotal de las mujeres.

El Papa está reconociendo y aplaudiendo la participación de las mujeres en la iglesia, dándoles responsabilidades e incluso confiándoles capacidad de participar en organismos de decisión en los niveles más altos de la sociedad eclesial. Y, de hecho, el Papa está dando nombramientos a mujeres para los puestos de mayor responsabilidad.

Hay que reconocer que hay una notable mayor participación de las mujeres en el funcionamiento ordinario de la iglesia, en el número de asistencia a la eucaristía dominical o diaria, o incluso en las reuniones de reflexión catequética y en la asunción de responsabilidades en las iglesias parroquiales, desde guardar las llaves del templo y manteniendo los lugares de encuentro más limpios y acomodados, hasta tocar las campanas de modo manual o electrónico, cuidando también el respeto de los horarios de las celebraciones. Igualmente sobresale la participación en proclamar las lecturas de las celebraciones, o en los gestos y ritos que se propongan.

Sobresale así el espíritu de las formas y de los cuidados maternales que las mujeres pueden y suelen aportar. Y en esa misma línea estaría la educación cristiana de sus hijos, tanto en la enseñanza de las primeras oraciones, como en el cuidado de que los hijos asistan a las catequesis, y en los posibles comentarios o esclarecimiento de lo recibido en las ocasiones de la educación catequética, y en la preparación para una rica y fructuosa celebración de los sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía, sacramento de la penitencia e incluso preparación al sacramento del matrimonio.

Toda la Iglesia está ahora implicada en el proceso sinodal que ha puesto en marcha el Papa Francisco y al cual están por supuesto invitadas las mujeres, que están participando en los grupos sinodales en notable número, y que las puede mover a una participación mayoritaria en número y más activa y enriquecedora con perspectiva femenina y maternal, que no nos vendrá mal a todos los participantes en cualquiera de los niveles de la iglesia.

Ya tenemos bastantes mujeres participando en puestos de responsabilidad en las diócesis: servicios, administraciones, responsabilidades en el gobierno de las cofradías o grupos de laicos, e incluso participación en las delegaciones diocesanas diversas, y también en los puestos del área judicial.

Agradecemos la presencia y el servicio maternal y femenino de las mujeres en nuestras iglesias locales o diocesanas. Dios las ha hecho hermanas y madres de todos.