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Los nuevos inquisidores
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Los nuevos inquisidores

Actualizado 03/03/2023 09:20
Ángel González Quesada

En el imparable proceso de abaratamiento, trivialización y devaluación de la Cultura y el Conocimiento que se está produciendo en todo el mundo, el penúltimo abanderado es la práctica de corrección editorial de textos literarios para, dicen, ‘adaptarlos a las nuevas sensibilidades’, mediante la eliminación de aquellos conceptos, expresiones o ideas que pudieran molestar a las, al parecer, delicadas meninges de los nuevos lectores. Ha sucedido con las últimas ediciones de obras de Roald Dahl y seguirá sucediendo con las de Ian Fleming y otros autores, cuyas creaciones serán despojadas de todo aquello que a los nuevos censores comerciales e inquisidores ideológicos les parezca ofensivo, incorrecto o inadecuado en la balsa de aceite del consumo fácil, acrítico y aletargante en que quieren convertir el mercado editorial.

La práctica de censura, mutilación y manipulación interesada de la obra artística es una práctica que viene ejerciéndose desde hace largo tiempo, propugnada por intereses de todo tipo que van de lo comercial a lo político y de lo religioso a lo histórico. Son conocidas las profundas adulteraciones de los hechos históricos vertidas en publicaciones, documentos y enciclopedias, a veces patrocinadas por “prestigiosas” instituciones (Real Academia de la Historia, en España, por no ir más lejos).

Esa censura, esa manipulación tergiversadora y ese condicionamiento de lo que “puede” o “debe” llegar al público, se proyecta en programas de enseñanza, leyes educativas, textos y manuales didácticos y procedimientos pedagógicos, extendiendo una suerte de conocimiento sesgado, parcial y, sobre todo escaso de los hechos relatados y de las obras artísticas, reeditando una nueva Metrópolis o un redivivo 1984, dos obras artísticas que ya anunciaron el dirigismo censor de hoy. Además, la abstrusa mezcla entre cultura, entretenimiento, espectáculo, fiesta, celebración, homenaje o efeméride que se lleva a cabo con el aplauso y complicidad de entidades públicas, contribuye a la confusión de las ofertas y la homogeneización de las demandas, lo que destruye la creatividad, la originalidad, el talento y los afanes renovadores artísticos, académicos y creativos.

En la actualidad, sobre todo con la creciente deriva de colonización cultural que ejercen los organismos públicos (ayuntamientos, comunidades autónomas, administración general del Estado y, ay, universidades públicas y privadas), las prácticas de censura, selección arbitraria, ninguneo, ocultación, parcialización o manipulación de la Cultura en todas sus ramificaciones, tanto artísticas como pedagógicas, sociales o educativas, ha llegado a tales extremos que la creación artística, salvo escasas excepciones y aprovechando y rentabilizando la necesidad del creador de mostrarse, editarse o exhibirse, está siendo convertida en un lamentable ejercicio de manufactura cultural por encargo y, lo más lamentable, la extensión de la autocensura en la actividad creativa. También convertida, y los artistas y creadores conocen bien de la oscura impotencia que se genera en pasillos, despachos y ventanillas, en una suerte de juguete de programadores caprichosos o directamente incapaces, en un intercambio de parcialidades burocráticas de funcionario dictadorzuelo, en la satisfacción de los gustos de hijos, sobrinos y peñas, en un enjuague de directrices políticas y, también, una maraña de amiguismo, colegueo y merienda de conmilitones que hiede desde la cúpula hasta las catacumbas de la inmensa catedral de nadería, mercantilismo, inoperancia, incapacidad y propaganda en que se ha convertido la actividad cultural española.

La imposición y el dirigismo en la creación artística son tan perjudiciales como la autocensura. La “corrección” o “adecuación” de obras artísticas de cualquier tipo, se han convertido en exigencias indiscutibles a los creadores para optar a su muestra, exhibición o difusión. Ello ha creado una nueva casta de censores emboscados en despachos y tras pantallas inaccesibles, protectores de lo correcto para una sociedad roma, inquisidores vigilantes de lo adecuado para un pensamiento sumiso y, finalmente, generadores de verdades manufacturadas para colmar la cada vez más pobre demanda de comunidades mironas y boquiabiertas. Evitarlo requiere denunciar con urgencia, personal y colectivamente, esas prácticas y exponerlas al juicio público, evidenciando las profundas cargas de ignorancia, totalitarismo y dictadura que acarrean. Si tardamos en hacerlo, lo 'correcto' lo hará imposible.

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