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23F
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23F

Actualizado 25/02/2023 09:22
Ángel González Quesada

El pasado 23 de febrero se cumplieron cuarenta y dos años desde la plomiza tarde de 1981 en que un grupo de guardias civiles ocuparon el Congreso de los Diputados, mientras en Valencia, los tanques de un general tomaban las calles. Eran las primeras acciones de la mala opereta, luego conocida como 23F, la representación de un intento de golpe de estado que contó con la producción de muy poderosas personalidades españolas, el guion de varios dirigentes de alto nivel y el apoyo artístico de numerosas organizaciones de diverso tipo, ocultas todas tras el lamentable último acto judicial que bajó el telón con escasas y propagandísticas condenas judiciales a los uniformados actores secundarios de la función, Antonio Tejero, Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch, “cabezas de turco” designados para recibir los abucheos del respetable , además de los tomatazos a algunos mandos subalternos que sirvieron de guarnición en el gran guiso escénico en que se convirtió este irresoluto tapujo nacional.

Hoy, más de cuatro décadas después, apenas escarmentados del manoseo y manipulación histórica de los hechos reales (y reales) ocurridos durante aquellos días, contemplamos ya sin estupor, cómo los cómplices de aquellos golpistas utilizan el Parlamento para construir un gran spot publicitario del fascismo mediante una moción de censura contra el gobierno. Hoy, más decepcionados que incrédulos y frustrados después de contemplar el hundimiento y descrédito de aquel salvador con corona, aquel mal primer actor de la trama, aquel supuesto demócrata autodenominado primer español que nos vendieron en nuestras horas de estupor y miedo de la madrugada del 24 de febrero como el ‘sanjorge’ vencedor del dragón del fascismo, hoy, absortos aún, incrédulos todavía y hartos, muy hartos, seguimos soportando el hedor del peor vasallaje cortesano de papeles, antenas, ondas, redes y libracos imponiendo un relato abstruso del 23F.

Tal vez los hagiógrafos de la Monarquía, los coachers de la Transición, los gurús de la Reforma o los fantasiosos inventores de la Democracia Española, dispongan de medios, y no solo de comunicación, para seguir manteniendo cuentos infantiles, aunque nosotros sepamos bien qué y por qué, cómo y cuándo, dónde y, sobre todo, quién. Quizá los intentos de que olvidemos las certezas, dudemos de la historia y obviemos el detalle, no hayan logrado acunarnos en el dulzón desapego a la memoria, pero nos han hecho más cautos con la palabrería y más refractarios a las verdades incontestables. Podría ser que las constantes tentativas para redibujar nuestra cabeza y reescribir nuestros recuerdos consigan confortar a los devotos del acatamiento, pero nada cambiará en la imagen del tiempo de quien atrapa con su vida el lugar, el nombre y la fecha. Sucede que, después de tantos años y tan costosos esfuerzos de remache y tergiversación, propaganda y adecuación, cambiazo y disfraz, embozo, embrollo y justificación, algunos hayan llegado a creer y a creerse, que el fascismo, el franquismo, la inquina y la maldad que los define y los cubre hayan desaparecido de este país y que el 23F es solo un mal recuerdo.

No es así. El significado del 23F, cuarenta y dos años después, vive; el poder de las fuerzas que lo propiciaron y la influencia de los escuderos que lo defendieron, siguen viviendo en el Parlamento, condicionando las más altas instituciones, dictando las majestades y manipulando las dignidades de papel y los títulos de corrección, porque esa podredumbre sigue intentando hundir a la gente de este país bajo el gobierno de las élites, apresarlas en los helados miedos de la religión, ordenarlas en la sumisión, sumirlas en la incultura, imbuirles la esclavitud, quemarlas en la hoguera del pensamiento, despreciarlas enseñándoles el rédito, la individualidad insolidaria y el menosprecio. Lo permitimos, y no deberíamos.

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