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Exhumaciones

Actualizado 18/02/2023 09:21
Ángel González Quesada

“...Raúl, te acuerdas? / Te acuerdas, Rafael? / Federico, te acuerdas / debajo de la tierra, / te acuerdas de mi casa con balcones en donde / la luz de junio ahogaba flores en tu boca?”. PABLO NERUDA, ‘España en el corazón’, en Tercera residencia, 1937.

¿Podría importar hoy la muerte, hace cincuenta años, de un chileno apellidado Reyes? En el tráfago de insensibilidades e indiferencias que este tiempo siembra, sería improbable la atención a semejante cosa. Si centramos la fecha en septiembre de 1973, alguna luz en la memoria asocia el suceso a una época en Chile especialmente amarga. Saber que el hombre fue envenenado con odio y premeditación, reaflora nuestro rechazo a la vileza. Nombrar al muerto, Pablo Neruda, encaja ya en la rememoración de la antigua sospecha y despierta de nuevo la indignación contra el fascismo, contra los torturadores y los esbirros de la represión, aunque haya tardado tanto –cincuenta años- desnudar la verdad de que el gran poeta fue asesinado por los sicarios de la Junta Militar del genocida Pinochet, pocos días después del golpe de estado que asesinó también al presidente Salvador Allende, a Víctor Jara y, durante años, a decenas de miles de chilenos. Dos semanas antes de ese crimen, las tropas fascistas habían bombardeado el Palacio de la Moneda, sede del gobierno en Santiago de Chile, asesinado al presidente legítimo del país y a parte de su gobierno, y hundido la nación chilena en uno de los más horribles pozos de indignidad criminal y miseria dictatorial y totalitaria que ha conocido la desventurada tierra de América Latina.

En un tiempo en que la memoria parece conformarse con tweets e informaciones de insultante parcialidad y no menor insuficiencia y manipulación, no estará de más recordar que ese 11 de septiembre de 1973, cuando las fuerzas armadas chilenas, teóricamente al servicio del pueblo y para su protección, con complicidades directas de organizaciones empresariales y financieras, en una operación bendecida y apoyada por Estados Unidos, por la Iglesia Católica, por las dictaduras fascistas latinoamericanas y, también, por el silencio cómplice de las democracias europeas, además del más efusivo aplauso y regocijo de las autoridades franquistas españolas, se rebelaron ilegalmente contra el gobierno de la Unidad Popular, elegido democráticamente, asestando un golpe de estado que suprimió las libertades y derechos, y repartió el poder y el gobierno de las instituciones entre los altos mandos chilenos de la Armada, el Cuerpo de Carabineros, la Fuerza Aérea y el Ejército, todos implicados en el golpe.

Los tentáculos del fascismo chileno se extendieron para segar la vida de la única figura reconocida internacionalmente y con autoridad moral suficiente, el poeta y premio Nobel de Literatura Pablo Neruda. Progresista, demócrata y diplomático de profunda implicación política y altavoz del rechazo al golpe de estado y a cualquier forma de fascismo, Neruda fue eliminado por envenenamiento poco más de una semana después de aquel nefasto 11 de septiembre.

La historia de la indignidad es siempre una historia oscura. En ella suelen faltar las causa y solo de los efectos quiere deducirse la verdad, lo que hace de la Historia un dibujo coloreable a capricho. Como Argentina respecto a la dictadura de Videla, y como Uruguay, Brasil y otras naciones que se respetan y que sufrieron crueles dictaduras militares, Chile sigue intentando hacer justicia con las víctimas de la dictadura pinochetista mediante la investigación de crímenes, como el de Neruda, a través de la reparación a las víctimas y el apoyo a las comisiones de la verdad que, por mucho tiempo que pase, seguirán dignificando con sus hallazgos y sus investigaciones la memoria de los pueblos.

Menos en España, cuya dictadura fue la más larga, cruel, criminal y profunda del siglo XX, donde el silencio cómplice, la manipulación histórica y las más burdas mentiras, ocultaciones, represalias y parcialidades judiciales, institucionales, políticas y, ay, de la más radical indiferencia ciudadana, impiden todavía hoy a las nuevas generaciones conocer siquiera en rasgos generales la verdadera naturaleza del franquismo. Los perseguidos, los torturados, los asesinados y todas las víctimas del golpe de estado de 1936 y la dictadura franquista española, el país entero y el corazón de su pueblo merecen, como en Chile y otros países, que algún hallazgo veraz (por ejemplo, las circunstancias exactas del asesinato de Federico García Lorca, el abandono homicida de Miguel Hernández, la lacerante crueldad que mató a Emilio Prados...), viniera a decirles del honor de su país, de la lealtad a su memoria y de la vergüenza de sus silencios.

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