La luz entra a raudales en este invierno vacilante, (ora niebla, ora sol, ora aspecto macilento y tenue), y baña toda la estancia desparramándose sobre las plantas agradecidas que ofrecen su belleza y su verdor en medio del silencio.
La vida es una cerilla, alguien que no recuerdo escribió.
Cuánta razón, pienso.
Qué forma tan sencilla y sutil de expresar tanto en tan sólo cinco palabras, apenas ocho sílabas para transmitir todo lo que implica y toda la reflexión que pone en marcha.
Mientras tanto, miro al cielo, tan bello, tan azul, que me regala su inmensidad, que me susurra tantas emociones, y decido acompañar el momento con blancas y negras.
De pronto, alguien deja posar sobre el suelo de mi salón el brillo acharolado de su piano de cola, tan suave, con su tapa abierta, con sus teclas impecables, y se pone a jugar con corcheas y semicorcheas, con compases y tiempos, con silencios y claves, con cinco líneas y cuatro espacios mágicos en los que cabe todo el universo, todos los sentimientos, toda la vida.
Y es que… la vida es una cerilla, sí, pero cuánto dentro de su cuerpo enjuto, en cada uno de sus laterales, en su tamaño acortado, en su minúscula cabeza roja. Cuántos ojos tiene que no vemos, cuánto corazón entre sus estrechos hilillos de madera que pasan desapercibidos, cuánta pasión esconde su fuego, cuánto sufrimiento a veces y cuántos renaceres, cuánta espera y tantas tempestades, tanta luz y tantos sueños.
Qué cantidad de instantes infinitos, cuando somos capaces de parar y entrar en nosotros mismos, cuando podemos ser y seguir siendo, cuando a base de reflexionarnos aprendemos; cuando, de aquello que nos pone zancadilla, nosotros nos tejemos alas.
Miro, enamorada, los rayos de sol traspasando los cristales y dejándose caer, delicadamente, sobre cada objeto.
Llena la cálida atmósfera cada nota, blancas y negras, acariciando las membranas de mis oídos.
Algo muy dentro de mí dibuja una gráfica al compás del sonido, y el cerebro emocionado se llena de agradecimiento.
Mientras tanto, Ludovico Einaudi sigue deslizando con elegancia sus estilizados dedos sobre las notas, y además de pulsarlas, las ama, Nuvole Bianche, y la música se convierte en nubes blancas, en puro algodón.
Nada como atender al instante para vivirlo, con la intensidad que merece, y hacerlo eterno.
Mercedes Sánchez
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