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Amistades peligrosas
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Amistades peligrosas

Actualizado 29/01/2023 22:15
Francisco López Celador

Si queremos que nuestra democracia no resulte adulterada, a la hora de depositar el voto deberíamos saber con certeza cuál va a ser su destino final. Para ello, cada formación política tendría que citar en su programa el partido o partidos con quienes está dispuesta a coaligarse para formar gobierno. No tiene ningún sentido que nuestro voto contribuya a formar una mayoría con partidos que, abusando de nuestra buena fe, lo utilicen para establecer políticas que en nada se parezcan a las que apoya cada cual.

En plena Transición, con la III Legislatura comenzó un periodo de claro bipartidismo, a repartir entre PSOE y PP, que podemos dar por terminado en 2018 –XIII Legislatura- con la llegada a La Moncloa de una coalición “social-comunista”. Con la disgregación de derecha e izquierda, aparecen en escena nuevas formaciones que hacen muy difícil formar gobiernos capaces de garantizar la unidad de España, su forma de gobierno y el seguimiento de la Constitución.

Los vaivenes de nuestro arco parlamentario suelen ser consecuencia directa de éxitos y fracasos en los dos principales partidos. En la derecha, el PP se vio desbordado por uno y otro lado con la llegada de VOX y Ciudadanos. Ambas formaciones nacieron del vientre popular, dispuestas a recoger los posibles desengaños de quienes pensaban que el PP sobrepasaba el anhelado centrismo, a babor o a estribor, respectivamente. Pronto se vio que tras esa división se enmascaraban zancadillas, envidias y traiciones. Lo que se vendió como una separación amistosa, ha terminado siendo un divorcio en toda regla. En la separación permanece el matrimonio y los cónyuges pueden volver a unirse; en el divorcio se rompe el vínculo, ya sea de mutuo acuerdo o “tirándose los trastos a la cabeza”.

En la izquierda, el PSOE vio cómo renegaban quienes nunca asumieron la decisión tomada por Felipe González de abandonar el marxismo, aunque no lo manifestaran públicamente para seguir chupando de la ubre de Ferraz. El resto de sus votantes –como ocurre en la mayoría de partidos- puede dividirse entre los que votan por lealtad a la ideología tradicional del partido, los que deben seguir a su jefe por mera supervivencia y los que votan por costumbre sin pararse a pensar por qué lo hacen. El problema del PSOE actual es que su ideología tradicional ha desaparecido para adoptar otra situada muy a la izquierda. Cada vez hay menos diferencia entre la filosofía de Sánchez y la del rancio comunismo. Es curioso observar lo que entiende Sánchez por patriotismo. Cuando comenzó a tener dificultades para sacar adelante sus Presupuestos Generales, invocando esa clase de patriotismo, no dudó en pedir el apoyo de C, s y PP, después de haber buscado refugio en partidos cuya idea de patriotismo es completamente opuesta a la que él predica “con la boca chica”. Sabiendo que su gobierno sería imposible sin los apoyos de la extrema izquierda, de separatistas y de admiradores del terrorismo, exige sometimiento a quienes siguen siendo leales a lo que juraron o prometieron en su día. Lo que Sánchez entiende por progresismo no deja de ser una mezcla de oportunistas que han visto en la política una forma de medrar olvidándose de escrúpulos. Por mucho que se aplauda a un inexperto, nunca conseguiremos convertirle en eficiente, y en este gobierno abunda esa especie.

Es cierto que todo gobierno puede encontrarse con dificultades que nadie esperaba, como ha sucedido con la pandemia o la guerra de Ucrania. Pero también lo es que su eficacia se mide a la hora de saber hacer frente a las adversidades. Eso explica que naciones con características similares a las nuestras hayan sabido superar las crisis con mejores resultados. Cuando un gobierno está asentado en una intachable democracia, la información que llega a sus ciudadanos suele responder a la realidad, por cruda que ésta sea. Por desgracia, aquí no podemos aplicar la norma. Sigo manteniendo que el progresismo de Sánchez está lejos de comulgar con la democracia. Se abusa de los medios de comunicación afines para tergiversar la verdad o, sencillamente, para negarla. En condiciones normales, se cocinan los datos, las encuestas, los informes, en un intento de falsear la realidad. Cuando se acerca un período electoral –algo que ya ocupa toda la legislatura- la exageración raya los límites de lo aceptable. Un conocido proverbio asegura que no hay peor mentira que una media verdad . Aquí se queda corto, porque Sánchez miente hasta cuando quiere decir la verdad. Los que le apoyan están al corriente de esas habilidades, pero nunca lo manifestarán por no perder la mina que han encontrado.

Rechazado cualquier pacto de Estado PP-PSOE, y con muy pocas posibilidades de que vuelva el inicial bipartidismo, no queda otra salida que la coalición de partidos capaces de alcanzar una mayoría. En un año eminentemente electoral –haremos pleno-, las calderas de tirios y troyanos están alcanzando la presión exigida, poniendo especial énfasis en que no aparezca ninguna fuga de gases. A estas alturas, cualquier resbalón se paga en las urnas y, si el oponente hace gala de una firme estabilidad, habrá que sacarse de la manga algún disimulado empujón. Ahí entra de lleno la capacidad de exploración de los especialistas de cada partido.

El centro político de España ya no coincide con el centro social. En pura lógica, ese centro político debería tener elementos comunes a la izquierda y la derecha, algo que ya no se cumple. El PSOE de Sánchez aborrece cualquier postulado centrista. Para él no hay nadie de centro. C,s no se sabe dónde se coloca. Fuera de alguna minoría minúscula, a la derecha se sitúa PP y más a la derecha VOX. Todo lo demás integra el sector izquierdo del arco parlamentario. Los pactos, consensos o coaliciones serán imprescindibles.

Hablar de sensatez en esas alianzas, aquí resulta muy aventurado. Ya con el bipartidismo hubo sorpresas desagradables –y muy costosas- con los partidos nacionalistas que prestaron sus votos exigiendo poderes y fondos a base de establecer unas diferencias de trato contrarias a la equidad. Fue un intento muy aventurado de abrir el melón de la desigualdad, cuyos frutos estamos sufriendo ahora. Hemos llegado a niveles de enfrentamiento, casi de odio, entre Autonomías; unas veces con motivo y otras muchas sin él.

Ya sabemos cómo se maneja la izquierda: cierra los ojos y es capaz de atropellar derechos, costumbres y, algunas veces, leyes. De hora en adelante, todo lo que no sea izquierda debe aprender la lección. El éxito o fracaso de un gobierno descansa sobre la seriedad y la preparación de sus integrantes. Inventar ministerios para adjudicar sillones y no para resolver problemas, es garantizar el desastre. Hay que olvidar cualquier complejo de superioridad y aunar ideas que ayuden a superar todas las deficiencias que tanto nos oprimen. Ahora que los sondeos parecen favorables, si la derecha no se une, por mucho interés que tenga en servir a todos los ciudadanos, no podrá ejercitarlo más que en la oposición. Más que nunca, aquí se cumple que la unión hace la fuerza. Es más importante lo que une a la derecha que lo que la distancia. Ahora toca juntarse.

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