Tras el nombre de Alhándiga se esconde la historia de una batalla que resultó crucial para la propia existencia y devenir del Reino de León en la Edad Media.
En un teso que se yergue sobre el valle que dibuja el arroyo de Sanchituerto o barranco de Cortos, frente al altozano que ocupaba la fortaleza de la antigua Alhandega (a cuyos pies hoy se ubica Fresno Alhándiga), un cartel con el nombre “Alhándiga” saluda cada día a los usuarios de la autovía A-66, escondiendo ese topónimo tras de sí una rica y a la vez poco conocida historia.
Y es que once siglos atrás, en el año 939, esta zona fue crucial para la historia hispánica, enfrentándose en ella el Reino de León (entonces el más poderoso de los reinos cristianos de la Península) al Califato de Córdoba, en una lucha a vida o muerte en que leoneses y andalusíes se enfrentaron en dos importantes batallas concatenadas (Simancas y Alhandega) que implicarían o bien un debilitamiento sin precedentes del reino leonés, o bien su refuerzo a costa del califato omeya cordobés.
Con sus tropas, se enfrentaban cara a cara las dos figuras más importantes del siglo X en nuestra Península, el rey Ramiro II de León (apodado “el fuerte” por los cristianos y “el diablo” por los musulmanes) y el califa cordobés Abderramán III, que tras diversos enfrentamientos bélicos con Ramiro desde que este llegase al trono leonés en el 931, se decidió a intentar cortar por lo sano la gallardía de un Reino de León que ponía en entredicho la supremacía y teórica superioridad militar califal en la Península.
De este modo, el 939 sería el año clave para marcar la suerte o desgracia del reino leonés, que intentaba reforzar sus posiciones atacando pequeñas fortificaciones andalusíes al sur del Duero para impulsar a renglón seguido la repoblación de este espacio. Una actitud que Abderramán III buscaba atajar con un gran golpe encima de la mesa, para lo cual reunió un enorme ejército de 100.000 hombres que emprendió su marcha desde Córdoba hacia el norte en junio de dicho año.
Así, el 6 de agosto del año 939 se libró en los campos de Simancas un primer y gran enfrentamiento entre leoneses y andalusíes, que duró cuatro días y que, a pesar de la clara inferioridad numérica de las tropas de Ramiro II, acabó con la victoria del Reino de León sobre el Califato de Córdoba, siendo apresado el gobernador musulmán de Zaragoza y debiendo huir el propio Abderramán III.
Tras esta batalla, los ejércitos del Califato de Córdoba emprendieron una huida apresurada hacia el sur, siendo perseguidos en su retirada por los leoneses, que dieron captura a las tropas musulmanas junto al actual Fresno Alhándiga, teniendo lugar un nuevo enfrentamiento armado, la batalla de Alhandega.
Así, esta batalla se desarrolló cerca de la vieja Alhandega (Alhándiga), cuyo nombre se traduciría como “el foso” o “el barranco”, y que debía su denominación a su ubicación en un alto sobre el barranco de Cortos (o arroyo Sanchituerto) y el río Alhándiga, expandiéndose esta antigua localidad en la zona del municipio conocida como “Los Villares”.
En esta batalla, el ejército del Reino de León acabó por diezmar lo que quedaba de las tropas del Califato de Córdoba, infringiéndoles una severa derrota de la que pudo escapar con apuros el propio califa Abderramán III, que según la crónica de Al-Muqtabis, lo hizo “abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo”.
De este modo, la victoria leonesa sobre los andalusíes en Alhándiga resultó crucial para reforzar la victoria de Simancas, y permitió al Reino de León reforzar sus posiciones al sur del Duero, impulsando Ramiro II la repoblación de Salamanca y Ledesma, así como de otros enclaves entre la línea del Tormes y el Sistema Central, caso de la propia Alhandega, Guadramiro (que toma su nombre de este rey), Juzbado (cuya denominación se debe a Iusvado o Gisvado Braoliz, hasta entonces al frente de la mandación de Luna, en el norte de León, que se encargó de repoblar Juzbado por mandato real), Moronta, Zafrón, Sando, Gajates o el hoy despoblado de Ribas (en el término de Cabrerizos), además de otros puntos de carácter puramente militar en que se construyeron u ocuparon fortificaciones, como en Tamames, Villar de Leche (Endrinal), Navagallega (Membribe de la Sierra) o el Castillo Viejo de Valero.
Por otro lado, tras la batalla de Alhandega, en Córdoba el califa Abderramán III acometió una reestructuración importante de su ejército, ordenando la ejecución de numerosos oficiales por considerarles incompetentes, siendo esta la última expedición militar que encabezó este califa (pese a que aún estuvo 22 años más al frente del Califato, hasta el 961), para quien la derrota fue un duro golpe moral.
En cuanto a la parte cristiana, aun y cuando la victoria permitió impulsar la repoblación leonesa del actual espacio salmantino, reforzando las posiciones del Reino de León frente a los andalusíes, esto no evitó contratiempos pocos años después. Y es que, pese a haber permitido también esta victoria leonesa que el Condado de Castilla avanzase en la repoblación al sur del Duero en zonas de las actuales Soria, Valladolid o Segovia, el conde castellano Fernán González se rebeló contra el rey leonés, aliándose con el Califato de Córdoba para atacar al Reino de León.
En este aspecto, cabe apuntar que entonces Castilla era un Condado que buscaba su independencia respecto al Reino de León, para lo cual el conde castellano buscó alianzas con los musulmanes de cara a intentar romper esa subyugación al reino leonés. Esto derivó en ataques andalusíes favorecidos por los castellanos como los del año 944, o expediciones militares musulmanas como las de los años 948, 949 y 950, centradas en ataques rápidos contra ciudades leonesas, que frenaron además el avance hacia el sur del Reino de León, que tuvo que centrarse en su defensa en vez de en su expansión.
Por otra parte, y pese al ataque de Ramiro II a Abderramán III venciéndole en la batalla de Talavera en el 950, posteriormente esos ataques rápidos (aceifas) andalusíes se convirtieron en frecuentes (y acabarían afectando también a los castellanos pese a haber sido facilitadores de los mismos inicialmente), tras el debilitamiento moral que supuso la muerte de Ramiro II de León en el 951 y las luchas internas que surgieron entre la nobleza del reino.
En todo caso, más allá de los vaivenes que sufrió posteriormente el reino leonés, la batalla de Alhandega resultó crucial para la integración de las actuales tierras salmantinas en el mismo, dando lugar al nacimiento o repoblación de diferentes localidades de la provincia como sería el propio Fresno Alhándiga, que nació al abrigo de la antigua Alhandega, rebautizada posteriormente como “Torre Alhándiga”, la cual llegó a pertenecer a la Orden de San Julián del Pereiro (renombrada después como Orden de Alcántara) por cesión del rey Fernando II de León, habiendo pasado una jornada en esta vieja localidad otro monarca del mismo nombre, Fernando ‘el Católico’ de Aragón, en el año 1488.
Y es que, tras el nombre de Alhándiga que vemos en la A-66, ya sea en un cartel publicitario en un alto o integrado en el propio nombre de Fresno Alhándiga, se esconde la historia de uno de los acontecimientos que marcaron nuestra historia, en un episodio que fue crucial para la propia existencia y devenir del Reino de León allá por el siglo X.
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