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En lo profundo de la Navidad
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La opinión de Jesús Alfonso Sánchez

En lo profundo de la Navidad

Actualizado 24/12/2022 09:06
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Qué estas reflexiones, extraídas de mis lecturas sobre Unamuno y agradecimientos de un humilde médico de pueblo, lleguen hasta donde tengan que llegar

“No doy por nada del mundo esa infancia, llena de un silencio de rumores seculares, esa infancia sin ruidos de tranvías ni de ferrocarriles, ni de vana agitación humana”. Esa descripción de Miguel de Unamuno, que tanto cuadra, únicamente era rota en el silencio del patio del colegio donde aprendí a leer, en esas tardes mágicas de la Navidad, por el cántico de villancicos populares entonados por los mozos del pueblo con pantalón de pana, y bota al hombro, cuyo vino a veces se derramaba a chorro, y con alegría, dulzón, y casi masticable, por los labios y gargantas de esos hombres.

Sólo se esperaba, en esa tarde mágica y divina del 24 de Diciembre, una sola cosa. Cuando ya el sol dejaba de lucir en la montaña y la nieve crepitaba bajo nuestros pies, y nuestros dedos eran ya del color azulón del frío invernal, y nuestras orejas lucían hermosos sabañones que parecían adornos celestiales y las velas corrían por las narices como gusanos ávidos de higiene, y el brillo del mirar de nuestros ojos expresaba el más íntimo anhelo: ver bajar a nuestros padres con la rama de pino, que haría de árbol, desmochada de un pino centenario.

No era Papá Noël, ni Santa Claus. Era mi padre y el tuyo; y el suyo. Eran esos tres Reyes Magos que buscaban, como cada 24 de Diciembre en el silencio secular de nuestras vidas, la armonía de un nacimiento nuevo. La armonía de un nacimiento Eterno.

Y la madre preparaba la mesa con la dulzura que una madre prepara la vida. Cocinada la cena, los turrones cortados en pedazos humildes, los piñones, las nueces y castañas presentes, los higos fehacientes. También un minúsculo sorbo de sidra que a los niños parecía hacernos hombres y a los hombres parecía hacerles niños. Un trozo de perdiz, o tal vez gallo, gallo de corral con sabor a corral de pueblo, con su muladar y todo, y pan de pueblo sudado cada grano en cada surco y en la era del pueblo, ahora dormida bajo la nieve pura. Y el cántaro de vino, vino hecho sangre que da vida a la vida y a la sangre misma. Y el queso en aceite. Y el chorizo enterrado en la lumbre, en su ceniza, que generosa y defensivamente el cerdo ibérico cedió días atrás tras su matanza. Todo ello sin ruido, sin excesivo adorno, sin muchas luces, con el calor sincero de la familia unida en el amor sincero, añorando a aquellos que un día marcharon pero que siguen vivos y presentes en nosotros. Es la familia unida y reunida en torno a la mesa la noche de Nochebuena. No falta nada ni nadie. Está lo justo y necesario, no existe lo superfluo. Brilla en el ambiente lo presente, lo real, lo necesario y convincente.

El mayor regalo de todos consiste en que todos y cada uno de nosotros, con nuestra mera presencia, llenemos de Paz y Amor a todos y cada uno de los demás.

Es la Navidad. Y aquí, en el silencio y en la soledad, en el trabajo y buena fe, recibo tu divina presencia, tu dulce alivio, tu amor inmenso, Niño Dios.

Naciste en un pesebre, sin luz, con frío, solo. La luz no hirió tus ojos, los ruidos no hirieron tus oídos, las riquezas no hirieron tu conciencia. El que tenga ojos, que vea. El que tenga oídos, que oiga. Y el que tenga alma, que perdone.

En mentes de gentes que insultan a María, madre de Jesús, el Nazareno; en sus lenguas viperinas que intentan desacreditar la Luz Divina; en sus rencores aciagos de un pasado que no vivieron y un presente que destruyen con su ignorancia e ignominia, ofreciendo un futuro descalabrado, tuerto, cojo, maloliente y comatoso. A este pueblo tenaz y persistente que descubre “cómo su odio es a la inteligencia”, de la que ellos ni tan siquiera poseen la capacidad de la indulgencia.

Sí, es una reflexión unamuniana: “su odio es a la inteligencia”.

En sedes políticas y monterías de ciertas calañas se pronuncia el mote de “intelectual” con un fingido desdén de dientes apretados, con un desdén que envuelve envidia y la rabia de la impotencia.

Antes de haberse aplicado la imprenta para las letras, hacia 1440, fue aplicada, al acabar el siglo XIV, para imprimir unos naipes de baraja con que se entretuviese el pobre Carlos VI de Francia, el Rey Loco. Y con la baraja, o con la ruleta, se entretienen hoy reyes, accionistas del patriotismo y valientes de profesión.

Aquí, al menos, en este último despotismo que en Europa queda –como dijo la Saturday Review- sólo campan a sus anchas el juego de azar, la pornografía más baja, el servilismo de las autoridades y los negocios turbios.

Por encima del océano, tumba de tantas esperanzas y cuna de muchas más, les tienden una mano trémula y cálida D. Miguel de Unamuno y este humilde servidor, que hago míos sus escritos y sus contenidos.

Me siento moralmente obligado a reconocer, y agradecer, tres circunstancias que me afectan en primera persona.

1ª.- Doy las gracias a las monjas del Hospital de la Pasión, que el día 13 de Febrero de este año, cuando por mis venas corría fuego y por mi cerebro volaba mi vida entera, se pusieron a mi disposición para atender a mi padre moribundo. Las telefoneé, les dije que precisaba unos goteros y alguna cosa más. Y antes de que llegase al Hospital, ya me estaba esperando en la puerta la Hermana, que con una dulzura insuperable me dijo: “¿Es esto lo que necesita? ¿Quiere algo más? ¿Quiere que atendamos a su padre y le cuidemos? Lo haremos encantadas.”

Hay cosas y actuaciones de personas que no tienen precio, que no hay oro suficiente en el mundo para pagarlo. ¡Gracias, Hermanas! ¡Jamás lo olvidaré!

2ª.- Doy las gracias a Don Tomás, cura-párroco de San Andrés, por el interés que demuestra a diario por mi persona y por lo mucho que me ayuda cada día.

Gracias por lo mucho que me ayuda a mí y a su Parroquia, que observo muy viva, sedienta de Fe y de ganas de vivir en comunión.

3ª.- Agradezco a Don Raúl, Obispo que fuera de nuestra querida Diócesis, y como todos los que anteriormente fueron, lo siguen siendo en nuestros recuerdos. Le doy las gracias por lo mucho que me enseñó, por sus conversaciones siempre magistrales, por sus homilías que fueron auténticas lecciones de vida.

Le felicito desde la vieja Miróbriga la Pascua. Y aparte de felicitarle le recuerdo muy encarecidamente, por las muchas personas que me lo indican, que en esta tierra se le quiere, se le estima, se le respeta y se le echa mucho de menos.

Yo dudé, como casi todos. Y Vd., Sr. Obispo, disipó muchas de mis dudas. Me hizo mejor cristiano, mejor amigo y mejor hombre.

¡Qué estas reflexiones, extraídas de mis lecturas sobre Unamuno y agradecimientos de un humilde médico de pueblo lleguen hasta donde tengan que llegar …!

Feliz Navidad para todos y cada uno de los corazones que forman nuestro pueblo y nuestra comarca.

En Ciudad Rodrigo, a 22 de Diciembre del 2022,

Jesús Alfonso

PD. Me hubiera gustado mencionarles a Kant, pero en este momento me pareció más oportuno hablarles de Unamuno.